jueves, 28 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 26)

Todo sea por volver a sentir la naturaleza y ‘evocar’ recuerdos del futuro con perspectiva científica, a modo de una sentencia que escuché [en inglés] y leí cuando alguien intenta darle la bienvenida “a las matemáticas puras, la tierra de la soledad”, sin olvidar que “la intuición siempre tiene la razón”, conceptos inextricables para aquellos que no se han acercado al mundo de la abstracción, lo que no me exime de al menos abonar claridad remitiéndome de lo analéptico a lo proléptico, lenguajes que distinguen entre lo ordinario y la creación que trasciende el tiempo en un punto en el que ya no se logra distinguir el hoy de las demás posibilidades. Diversas experiencias y conocimientos adquiridos, aunque no sustenten del todo la idea y aproximen su comprensión, efectivamente me ‘autorizan’ a abordar este fenómeno extraño de la anticipación por medio de una hipótesis que se plantea, o de un concepto que trasciende la compresión del pensamiento hasta entonces aceptado, o de la creación de una obra de arte que contiene en alto grado la materia con que los sueños en estado sonámbulo, de alerta, arrojan una imagen después de la cual ya nada es igual, en razón de la transformación que terminó por modificar de raíz la esencia original y la nueva expresión avanzó distancias desde esa idea primigenia.

Abusando de la plasticidad de estos chiles tristes, cito una definición técnica sobre este modelo de comprensión que no suele ser comentado, pero que requiero para ‘fundamentar’ una disipación que cualquier amanuense tiene derecho de gozar y hasta divulgar. «Aquello que guía la ejecución de conductas prolépticas no es la representación de un objeto futuro (que no existe), sino la representación de un objeto presente que ya ha sido percibido. Sólo retrospectivamente podremos afirmar que el objeto pretérito es una anticipación del objeto futuro, como si hubiera sido reproducido del futuro, de modo que los futuros "proyectados" presuponen la presencia de formas o modelos pretéritos (o sea, ya realizados)». Así, o más claro...

Empero, en el mundo del arte lo proléptico adquiere una extensión y dinámicas si no más profundas, más provocadoras, porque aquí sí se crea una nueva ‘visión’ o contenidos que son distintos en virtud de que quienes los perciben son diferentes, cualidad plástica que sólo es permitida por la obra artística. Incluso un mismo lector de un poema o espectador de una película o pintura puede sentir diferentes sensaciones en distintos momentos. Y lo más extraño de esta libertad de sentir es la satisfacción lo mismo de una cumbia cadenciosa o un tejido multidimensional que se logra percibir en una pieza de Mozart o de Bach, cada una conduciéndonos a estados de gozo distintos e igualmente válidos al espíritu. Más, cuando ligas estas sensaciones con otras como la lectura y la bebida. Sólo he leído una novela con ron y saboreado otra con música, como fue el caso de haber acompañado con el Concierto No. 6 de Brandemburgo [Movimiento 1] la cabalgata interminable de Quentin Compson en ¡Absalón, Absalón! [William Faulkner, casi mi novela preferida], difícil conservar este sentimiento en medio de tanto placer lúdico. A medida que se desenmaraña la madeja de la familia, la dinastía de los Sutpen, los trazos de Brandemburgo se van aproximando al hilo del relato y llega un punto en que sentí que se confunden en un mismo transcurrir que ya no puedes diferenciarlos, se necesitan uno a otro para que fluya la armonía de las letras y notas musicales que estoy seguro Faulkner nunca buscó ese acompasamiento tan natural —él tan dado a las yuxtaposiciones—, una simbiosis sólo auspiciada desde la cualidad proléptica del arte que crea imágenes sorprendentes en razón de no haber sido previstas, lo que la distingue de la abstracción matemática y de la innovación..., son parecidas en cuanto a la capacidad de generar nuevas conceptualizaciones desde bases preexistentes pero nunca trascienden el ámbito de lo racional por más geniales que sean sus creaciones. El más sentido homenaje a Faulkner podría ser el que en cierto verano ardiente en Madrid, a un Onetti descosido lo levantan de su encierro envuelto en humo y alcohol para entrevistarlo, y a regañadientes deja entrar al intruso en sus aposentos oscuros y sofocantes diciéndole: “Sé que no se lleva muy bien el tinto con este calor, pero debo tomar algo para que pueda hablar”; a lo que su referente, de manera por demás inoportuna, le increpa en la cara: “Qué opina de William Faulkner”, y éste le contesta malhumorado: “¡Absalón, Absalón!”. Carlos Fuentes también en su momento señaló que “todos venimos de “El capote” de Gogol, y después e inmediatamente de esta novela enigmática, extraña, complicada, revuelta, oscura, incomprensible para casi cualquier lector que ose, intente cuando mucho, leerla.

Bajo este tenor —repito—, puedo darme la libertad de evocar momentos que preludian un resultado anticipado en la esfera del procesamiento de imágenes que conozco sucederán como lo entreví, una a una las etapas que la Diosa Blanca me ilumina para acceder a la ruta del encanto... en un paseo nocturno por el Parque México; alguna caminata por las calles de La Condesa con mi camisa de algodón azul y ella observándome de frente o de reojo, hechizada por cierto brillo vespertino; alguna noche en el Bosque de Chapultepec en aquel Café del Parque, unos tintos después de una cena frugal y aquel vehículo verde-mágico donde el amor estaba asegurado a cualquier hora y lugar..., así como ese paseo de las miradas y las palabras en una banca de ese hermoso, añorado pueblo que al día siguiente retumba en el oasis del Lago de Colina y días después en su casa, y de manera inadvertida para los otros que apenas alcanzan a digerir su diligencia, dinámica ruidosa y aglutinante, un ángel distintivo, su estrella que viaja adelante, movimientos firmes en sus cambios de velocidad cual poema que modifica la plástica de la ficción que recrea para mí, un paisaje interior que cambia cuando en el discurrir de sus expresiones avanza entregándose ahora sin pedírselo, pues sus palabras tienen este destinatario, yo que he dejado de hablar, su voz es mi esencia, su risa y gracejadas me cimbran, me escucho en silencio, conteniendo mi ansia de acercarme y plantarle un beso entre los otros para que ya no se imaginen lo que es un hecho... sí para alguno de sus más cercanos en sangre, y queden perplejos de mi desfachatez que primero odiará, empezará luego a perdonarme aceptando que ella provocó ese desliz, más bien escándalo al haberme invitado a su casa, y en sus sonrisas y alegría plena creerá finalmente en mi inocencia y en mi derecho de haberle soltado ese beso de improviso, que sí me estaba pidiendo. Ya lo sabía...

Por eso no les extrañe que “la intuición siempre tiene la razón”, sobre todo en el terreno de “las matemáticas puras, la tierra de la soledad”, e inmediatamente después escuchen ese concierto de Bach seguido de cualquier obra profana que hace años se escuchó en la radio, o esta otra que en las redes sociales nos colma de sensaciones húmedas pero inciertas: «una mariposa frente a un huracán», y que deben leer como la súplica angustiada del poeta para que “«su bebé», su Dama”, le tenga fe, que es él quien avanza de manera inextricable hacia un destino que aún no ha sido escrito..., aunque ya lo sabía.



NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 28 de abril de 2011.

viernes, 22 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 25)

Desde Chavira la Diosa Blanca irradia La Vastedad en Santiago inicia Semana Mayor no seré el único que la registra a 12 grados de su redondez pues anoche fue plenilunio más no importa porque desde La Santa Rosalía Gabi “Chu” y El Flaco me acompañan mi Dama duerme según ella improbable a tres kilómetros al oriente escucho la cerveza en su vecindad del Parque Infantil mezclada con melodías del kínder y los pájaros insectos lagartijas dudo ahuyenten los dulces sueños en brazos que los protegen y la chiquilla “que caminaba a mi lado y de la cual no te hablé” a 150 kilómetros hace rabietas enojada quiere ser escuchada no ceja en su persistente orgullo así esté frunciendo el ceño no claudicará y más se dolerá de no haberse entregado a estos brazos sabedor de mujeres su molestia perdurable desde aquel día desaprovechar una caricia un beso un abrazo acusándome que no la suelto exigiéndome que no la suelte alucinando a un hombre que sabe amar parte de su vida la gastó entregando poco que sea para que pueda dejar de extrañar el confuso pasar de los días la pérdida su recuerdo doloroso en la tarde de Guerrero pululan los adolescentes y otros atrevidos en el tiempo de ese caminar de calle de 30 ó 40 años atrás jóvenes agitados la ansiedad invadiéndolos sus miradas buscando creen que en pocos minutos el deseo hará presencia del momento que nunca olvidarán noche siguiente más poblada aún La Juárez dando vueltas esperando la señal en tanto enderezo mis pasos hacia el Hotel Hidalgo majestuosa joya de La Santa Rosalía regreso y siento las miradas martillando horadando los espacios vacíos que no serán tampoco llenados esa noche habrá más oportunidades cuando aparezca el objetivo que imaginaron quisieron tener frente a sí al salir de sus casas cuando la ansiedad ya no les permitió seguir retrasando la búsqueda uno de ellos regresará como éste un día a escribir que las frutas jugosas en el lugar menos esperado entregan sus dulces néctares en tanto la Luna continúa ascendiendo en esta primera Noche Mayor en Chavira El Flaco decide acercarse el cálido viento me envía un ligero soplo de frescor los moyotes cejan en su empeño vampirezco las palabras retoman el ritmo sin teclas en una pluma amarilla que compré en la Del Valle pocos días antes de incumplir una promesa cuatro lustros pesan tras el inicio de la noche cosmo inmenso el abismo como grande es esta Luna que asciende aún más hacia el cenit que siempre me persigue llamada ‘Sofía’ la musa rediviva que engendra réplicas de sueños recurrentes como estas letras en Camargo testigo es El Flaco seguro huele las palabras y justo Gaby me interrumpe esta especie de conversación con el mejor de los amigos a cambio de una charla entre naturales y un café sobre las pericias de su vida en el campo de labranza chihuahuense al día siguiente inicio mi recorrido entre las nogaleras el frío de la mañana tempranera y reluciente a mi lado El Flaco me alegra el camino pocas horas después de arribar y por fin alguien de Camargo avanza a mi lado tantea el terreno percibe que no me disgusta que me acompañe toma confianza incluso se adelanta protegiendo mis pasos sabe que él debe ir adelante auscultando las brechas le llamo se para frente a mí y proseguimos los mismos pasos que por primera vez me convidaron dos de mis hermanos yo de seis años azorado ante tanto verdor una campiña que muchos años después la nombraría como tal en alguna andanza con amigas o novias que eran lo mismo y que ayer por la tarde cuando llegué del Norte y tantas veces repetidas a lo largo de mi vida más fue justo hace unas cuantas horas me di cuenta que llegar a este sitio es como ser recibido por la densidad del trópico ¿norteño? increíble pero sabe huele humecta empapa cubre invade como una mocedad que te entrega su preciado don sólo a ti que tú sabrás aquilatarlo valorarlo respetarlo protegerlo preservarlo en su integridad virginal pues sólo a ti se te entrega porque serás su prisionero custodio y bendecido por ese milagro de la naturaleza razón probable de ser este lugar cuna de artistas mexicanos hasta llegar a Las Pilas donde pescábamos nada y seguíamos por un lado del Canal pegado al Conchos hasta llegar al lugar donde Siqueiros vio la luz primera para sus pinturas y murales que en todo el mundo son apreciados ni una placa alusiva tan ilustre como La Grandota de Camargo, el Director de Cine y el Escultor, máximas expresiones del arte que han vertido desde estos horizontes cuasi-tropicales El Flaco no me abandona largo es el camino más de las 8 de la mañana empieza el calor portado está se adelanta indicándome el camino de retorno siempre el regreso que más tarde veré a mi Dama que aún no lo sabe pero lo intuye mujer hermosa al fin estirpe camarguense será mía quizá esta noche quizá mañana ya lo fue no se dio cuenta una pecosa con vida intensa enjundiosa sabe lo que quiere hembra que me permitirá una de sus pecas me la lleve conmigo al viaje del retorno mayor que ya está escrito porque si algo aprendí de El Flaco es marcar mi territorio en esa extensión de mujer que se abre para mí ya la empiezo a arrinconar avanzo lento pero con pasos cautos cuidando no se abran fisuras ranuras resquicios se me pueda escurrir no se me irá viva pues es mía camarguense de mi tierra y de mi sal platicamos en La Hidalgo y ‘Miguel’ se entera de un proyecto para la niñez y juventud preparando el advenimiento del 2021 cuando Chihuahua trascienda sus límites geográficos y desde a La Santa Rosalía fincarán el ángulo en compás abierto la punta de lanza oteando Juárez y Mesoamérica polo del S. XXI Mexicano si Camargo logró fecundar mujeres cuyos partos han dado brillo al firmamento alguna magia de esas entrañas exuda previo al verdor de los ríos que te llenan de gozo y en la plaza acomodando a la Dama le tomas el pulso cadencioso que te nutre en sus ojos y pechos y piernas que te sonríen sólo a ti aunque Hidalgo haga muecas pero más bien se acuerda aquel garañón de las tiernas mujeres que en el Bajío lo llenaron de bríos para la insurrección contento está de verme acordándose de las doncellas que tomó doscientos años atrás así mi Dama sueña que le arrebate su virginidad de mujer que un poeta hoy la envuelve con palabras para que poco a poco pierda su timidez le veo sus ojos brillantes húmedos inseguros deseosos de abandonarse a la entrega ceder su eterna pureza sus manos y piernas delicadas su voz entrecortada confundida siente que quiere no sabe cuánto quiere le brindo más palabras abre su boca prisionera escandalizada perdida por aquél que llegó en tránsito en un periplo que aún se extiende desde la selva los bosques el altiplano el mar a estos otros parajes el desierto y en medio este oasis fantástico llamado la Perla del Conchos la tierra de las mujeres bonitas que anoche comprobé nuevamente decenas de ellas de todas las edades no recuerdo otro pueblo así en nuestro territorio nacional y a ver cuándo se decide ella ya de nuevo en mi segunda noche de Semana Santa subo a su auto ella me gritó o me tocó el claxon vamos por cervezas Chavira espera detrás de lo andariego de mi ser transcurrir sin límites en las urbes de hierro el arte en cine ópera ballet musicales danzas africanas andinas le abro más los ojos para que vea mejor mis palabras de escándalo que nacieron de un primer abandono del cual la noche cosmo tuvo el mero principio del principio la pérdida de las atenciones que recibía cuando en brazos lo llevaban siempre de lujo como un príncipe según le dijo uno de los suyos en aquel mostrador negocio importante la troca el automóvil los cuidados el privilegio de ser el benjamín tres años ya sabía que debía ser el heredero todo apuntaba en esa dirección quién podría regatearle ese derecho ninguno gozaría aquel don la alta percepción con la que había nacido mas fue el ‘Jefe’ quien decide tomar un camino riesgoso para la familia así sea para sentirse más vivo más osado más atrevido cualquier reto lo resolverá apuesta que estuvo mal sustentada como años después él el damnificado interpretaría como economista ya tarde para los suyos él el menor qué podría haber hecho sino repudiar aquel pueblo que se le escapó de las manos se le escurrió como agua entre los dedos no sé cuánto entendió mi Dama más la vi asustada con los desenlaces que hoy vino finalmente a resolver en definitiva ya sin menoscabo de consecuencias frente al Padre de la Patria La Santa Rosalía y la mujer que será suya cueste lo que cueste involucrarla en esta especie de mini edificatoria sin tanta presunción dado su matiz ideas datos conceptos creatividad que ella podrá fundamentar su aterrizaje previo al 21 tiempo queda para armar esa apuesta que termine finalmente por darle finiquito y remedio al origen del origen de la noche cosmo aullando los coyotes silbando los vientos terregales derribando construcciones tardes de soledad abismal domingos sin razón de ser días perdidos ojeando libros soñando con el retorno a La Santa Rosalía hecho que acontece un día sin gloria sólo acechanzas nada nuevo bajo el sol inclemente el frío bárbaro los días mejores pero insuficientes Camargo había desaparecido la imagen que guardaba en sus recuerdos más profundos demoledores destructivos socavadores lo que le aguarda es el conflicto permanente ganar siempre derribar al oponente triunfar como sea imponerse con habilidad física y mental saber antes que nadie para ubicarse en la frontera en la vanguardia en la cúspide donde los otros no puedan acceder asegurando todos y cada uno de los triunfos en su imaginario combate de superar a los rivales vencerlos hacerse de una fama ganarse adversarios rencores odios acaso pero qué importa porque la información base prevalecerá la competencia es lo que vale perder no ocupa espacio en su léxico está listo para avanzar trasponer barreras derribar obstáculos abrirse caminos nuevos su determinación es lo que cuenta se sabe con ventajas algo muy adentro lo empuja tan seguro y aventurado como la razón que nació un día del infortunio de haber perdido ese pueblo ese confort esas atenciones esas bendiciones que en sus tres primeros años lo colmaron de felicidad tranquilidad calor protección amor que de un día a otro desaparecieron y a eso vino a resolver ese resabio amargura frustración encono que lógicamente algo alguien tenía que pagar... igual que “El cobrador” de Fonseca al que le deben casa mujer auto sólo que éste ha tenido lo que ha deseado excepto resolver La vastedad en Santiago que un día lo arrojó al bullicio.

Territorio ‘Chavira’, segunda noche de Semana Santa, mi pequeña pecosa, mi Dama —bajo el auspicio de gente de luz— me obsequia la única manera de resolver el impase que enturbió la tranquilidad y abrió los flancos hacia un periplo que se ha hecho eterno. El Flaco asiente sin reservas.

NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 21 de abril de 2011.

sábado, 16 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 24)

Vida y novela alrededor de la novela: la recreación de la realidad que la novela permite, así deben entenderse particularmente estos chiles tristes salpicados de “experiencias intensas o alucinadas”, según me ha vuelto a ‘enderezar’ mi chiquilla, única lectora fiel que me ha acompañado a lo largo de esta experiencia sinuosa, a decir en sus ojos tiernos y graves [primero graves], una expresión ad hoc que no deja dudas al señalar la soberbia de un narrador y (simultáneamente) su generosa complacencia nacida de una sincera amistad que de este modo extraño —he dicho tierno— me motiva. De ahí mi humilde agradecimiento por tan halagadoras atenciones: un único lector de carne y hueso que tenga [más aún si es una bella e inteligente mujer], vale seguir en la brega...

Y ya que tocamos el tema de las alucinaciones, cómo olvidar a ese personaje histórico novelesco que anduvo a salto de mata, salvando su pellejo, escapando a la muerte, glorificando su pensamiento revolucionario en los hechos, un ‘caracter’ que ni mejor pintado luce para una película de suspenso, un thriller que anda en busca de un director mexicano que lo  filme, que por derecho nos pertenece y si no, pues que sea un gringo y nos dejamos de pretensiones, y para esa misión no hay otro mejor que John Houston..., pero ya murió; entonces nos queda Ridley Scott o Francis Ford Coppola pero quizá no se interesen en una trama histórica mexicana..., pues entonces esperemos tras una convocatoria para ver quién nos hace el favor de llevar a la pantalla grande las peripecias de Fray Servando Teresa de Mier, que ya lo dije es toda una alucinación [más bien lo escribió Reynaldo Arenas en su “Un mundo alucinante”].

En tanto se cumple este presuntuoso deseo, voy a tener que referirme, así sea de manera velada, a una mujer que sólo mis amigos identificarán y por ende coincidirán conmigo en la decencia —tan difícil y lejana— de las frases que ocupe en este otro pasaje “alucinante” [ya se me pegó] que me tocó más que vivir, saborear y experimentar, todo en un mismo kit, tras la lectura, primero, el encuentro con el amigo idóneo, segundo, y el momento propicio —¡basta!—, aquél lapso que el poeta narrador redescubrió en parajes, jardines, cantinas y barrancos, y en un famoso hotel cuyo dueño fue ni más ni menos que Don Manuel Suárez y Suárez, gira y gira el mundo interno de ‘el hombre en estado etílico permanente’, una gracia que a muy pocos se les ha concedido para construir la complejidad de la vida en su mente [ya no voy a decir alucinante], semejante a la profundidad que manufacturó años antes William Faulkner en “El sonido y la furia”, a diferencia de que en esta novela es un retrasado mental [¿cómo se dice ahora para no herir susceptibilidades?] y en la que hoy nos preocupa y que por diversas razones que más adelante presenciarán, fue un hombre de ultramar [y ultramarinos], inteligente y de cultura cosmopolita que tomó México [se lo bebió completo] como tantos otros lo han hecho por el placer de una sabrosa cerveza oscura mexicana, nuestros mágicos tequila y mezcal, el entorno surrealista y el trópico de las montañas que únicamente se aprecia en estas latitudes del mundo.

Todo inició un día –Once upon a time—rodeado de jóvenes tecnócratas en Palacio Nacional, compañeros hacendarios que no entendían cómo uno semejante a ellos dispusiera de un búnker y una secretaria y en su oficina sólo libros y libros se apilaban, y este privilegiado asomaba su humanidad exclusivamente para dirigirse al sanitario o para dejar la oficina al terminar ‘sus labores’. Al día siguiente lo mismo: rutina de autista [ya lo mencioné en ocasión de Frisco], otros libros llegaban y él a lo sumo abría la puerta de ese sitio inexpugnable para solicitar un café con un toque de canela..., hasta que un día uno de ellos ya no soportó y le pidió explicaciones. En realidad no fue así: abrió la Caja de Pandora con un truco infalible: habló de pintura, de los impresionistas, expresionistas, puntillismo, los españoles, los clásicos, mexicanos vanguardistas, algún gringo, el cubismo y tantos ismos que nos llenan las pupilas de placer. Dije: “¡Ay güey! Este no es del montón.” Y así surgió una productiva amistad, pero antes tuvo que demostrar que podía platicar con este (o séase yo) “pretencioso y arrogante” tipo:

« ¿En verdad estás interesado en leer?» ¡Sopas! «Aquí te va esta lista y veamos qué puedes hacer: “Absalón, Absalón”, “Dejemos hablar al viento”, “Ulises” y “Bajo el Volcán”», entre otras, siendo la primera y la última los exámenes cruciales por la complejidad de la textura de estas obras inmortales [por supuesto, Ulises y En busca del tiempo perdido requerirían de mayor tiempo para efectuar la evaluación y, en su defecto, la acreditación a mis consideraciones mamilas]. En dos-tres días Llámenme Mike ofreció las primeras evidencias de su capacidad de lectura, cuando me analizó de manera convincente la epopeya de Malcolm Lowry [“Bajo el Volcán”]; y como ésta fue su primera experiencia con el mundo superior de la percepción literaria, marcó la ruta sempiterna de los viajes a Quaunáhuac. Geoffrey Firmin, el ex cónsul británico, sería nuestro compañero que jamás se despegaría en nuestras travesías al fondo del volcán; más bien a aquellas “horas de trabajo” con Stolishnaya, vino tino y queso menonita, jamón serrano, bohemias, nuestras mujeres [más bien compañeras de vida] y otra pareja de amigos que nos hacían fiel comparsa: no hablaban.

Como ‘estamos’ reposicionando esa palabra, no me privaré de reconocer que todo procedía en el ex cónsul de su complejidad alucinante, de la degradación por el alcohol, y esto por sus culpas expresadas en símbolos acuciantes..., a lo que llevaba a más alcohol y pensamientos premonitorios, justo una noche de Todos los Santos. Esa noche también es noche de gala en el Hotel Casino de la Selva [donde Siqueiros debió haber pintado unos murales, pero cayó preso por sus actividades subversivas]. Esa noche es el principio del final que preludian las señales: el inevitable derrotero que tendrá que cumplir, y a partir de ese momento los pasos hacia el abismo. Por eso en cada viaje que realizábamos a la Ciudad de la Eterna Primavera debíamos cumplir un rito en honor de Lowry-Firmin que incluía asomarnos al Hotel Casino de la Selva, leer los avisos municipales que tienen décadas de señalar: “¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!”, el nombre de la cantina “Todos contentos y yo también”, y fundamentalmente amanecer despiertos platicando de arte, cine y literatura luego de tomarnos dos o tres botellas de ese vodka (sólo esa marca) y varios litros de cerveza, esto último no recuerdo si a la usanza onettiana o malcolmlowrina, nuestros héroes por sus grandes proezas en el uso de la pluma y el alcohol.

¡Salud!

Para que ese ritual hubiese sido un poco más apegado a la tragedia del mismo Lowry (murió de un infarto etílico), debíamos haber tomado tequila y sobre todo mezcal, pero en aquella época, jóvenes aún, no éramos tan disipados, al menos él.



NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 16 de abril de 2011.

viernes, 15 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 23)

El amigo José Inés una tarde menos esperada aparece en aquella aula preparatoriana, todo desconcertado, su mirada extraviada, en un pueblo que no le dice nada en lo absoluto, tras aquellas andanzas europeas, aquellos vinos privilegiados de tan delicado e intenso sabor, esos paisajes de película, sus castillos, monumentos y calles peatonales de los Países Bajos. ¿Qué le espera al nieto José Inés, en medio del desierto, con dos ríos, uno seco, y una campiña, lo más atractivo que puede ofrecerle ese lugar tan apacible y monótono?

Enseñoreado desde Mata Redonda, Chinampa y Amatlán, Cosacamixtle, Potreo y Cerro Azul... a España y de ahí a Holanda..., su abuelo prócer restaurantero de aquel Tampico Hermoso y esa espléndida Ciudad de México, fama internacional bien ganada, lo había imaginado como el custodio de esa herencia culinaria de los famosos restaurantes Loredo, El Caballo Bayo y tantos más que llenaron de gloria y honores a aquella estirpe, porque quién no ha saboreado la sabrosísima “Carne Asada a la Tampiqueña”, “La Jaiba Rellena a la Tampiqueña y “La Sopa de Mariscos”.

Tendrá acaso 18 años y un porvenir roto, desquebrajado, casi arruinado por sentirse emocionalmente distinto a cualquier adolescente entrando a la primera madurez de la vida, cuya existencia no se parece en absoluto a la de esos sus condiscípulos, perplejos ante tal maravilla de personaje. Dudo que alguien de nosotros lo hubiese entendido, calibrado, percibido, pues la otredad no camina por esos senderos tan sencillos. Tal vez, el maestro y decano camarguense, José Pablo, logró inferir algo de su naturaleza volcánica bullendo siempre, sin permitirse que se le escapara un poco de esa hirviente intensidad que terminó explotando. Sólo tuvo dos amigos, uno y otro con peculiaridades también extrañas para esas latitudes tan planas, tan evidentes, pero incomparables con ese joven caído del trópico con escala en el mundo mágico y perturbado de Van Gogh.  Raúl, afín al que relata porque compartimos el sueño de convertirnos en físico-matemáticos, él más inclinado a la ciencia de Newton, Heisenberg y Einstein y yo indistinto en mis búsquedas..., aunque a ambos nos gusta la poesía pero él ya le ha escrito muchos poemas a su novia Virginia. Otro personaje extraño se une en esas disquisiciones, un tal Ernesto, artista y filósofo, y así los cuatro conformamos un raro equipo, por llamarlo de alguna manera, donde lo que importa es interpretar lo que está adentro y alrededor de nuestra vida. Poca cosa, pues bien a bien no sabemos nada.

Esta evocación viene a cuento por dos o más motivos concatenados, que en reciente plática con Héctor, compañero de la greña larga y hoy brillante doctor con altas responsabilidades en la nueva administración chihuahuense, salió a flote aquel disímbolo compañero que un día nos cayó del cielo, casi podríamos decir, deportado de Europa y ahora bajo la protección y salvaguarda de un tío de la industria petrolera asentada en La Santa Rosalía. En esa comida que ha preservado la decencia del Septentrión, el doctor me ‘auspiciaba’ a retribuirle su hospitalidad con alguna de las anécdotas de nuestra adolescencia, y qué mejor que referirme a José Inés y Raúl, y de paso a Ernesto, porque lo vivido entonces difícil otro grupo de estudiantes haya compartido esas conversaciones tan emocionales y al mismo tiempo tan reflexivas a las que el torbellino en convulsión permanente nos empujaba aquel muchacho de rasgos negroides, árabes e indígena, en esa escala de intensidad de sus raíces genéticas. Recibía cada día de mes sin excepción un cheque que le enviaba su madre y sin excepción lo devolvía. Desconozco a la fecha cuál fue la razón para rechazar inequívocamente esos apoyos que seguro había heredado de su padre ya fallecido. Él tenía segura una cantidad saludable, tangible, de la paga que Pemex le entregaba semanalmente. En verdad, el dinero no lo necesitaba, o tal vez sí un poco para convidarnos unas buenas tandas de cerveza y viajes a la Colina o a Los Filtros. Raúl también gozaba de una mesada saludable, por lo que el dinero no era excusa para dejar pasar un buen rato de vez en cuando. Beber disipadamente no estaba todavía entre mis preferencias lúdicas o como después le llamé mi agradable decadencia.

Dije historias concatenadas, porque Don José Inés Loredo, quien además de su alta aportación a la reconocida y mundialmente famosa comida mexicana [también fue presidente Municipal de su natal Tampico], tuvo una fecunda sociedad con Don Manuel Suárez y Suárez con quien estableció el histórico restaurante “Tampico Club” en la Ciudad de México y al parecer también cierto grado de asociación con este formidable asturiano que hizo de nuestro país su segunda patria, en la edificación del actual World Trade Center [antes Hotel de México], sitio en que Don Manuel dio ‘hospicio’ al Polyforum Cultural Siqueiros, sí a nuestro ilustre camarguense de tantas batallas en el mundo del arte y las ideologías. Muchos años después de haber tenido la ‘fortuna’ de tratar a mi entrañable amigo José Inés en Camargo y luego en Tampico (incluso lo llegué a frecuentar en la City], en la Colonia Obrera me encontré con uno de los transterrados españoles que Don Manuel Suárez cobijó en México [Don Rafael], y a quien ya mencioné en dos ocasiones, la segunda refiriéndome a este querido asturiano que arribó a México en uno de esos barcos que zarparon desde España para salvarle la vida, y que fueron conocidos como los “Niños de Morelia”, porque Lázaro Cárdenas los hospedó, como ya había anotado, en esa “Ciudad de Argamasa y Piedra”,  Patrimonio Histórico de la Humanidad.

La última vez que vi a José Inés fue en una Semana Santa hace exactamente 35 años, en el pletórico Tampico, formidables vacaciones que disfruté con mi amigo en su casa y con su familia, ocasión que tuve la ‘suerte’ de platicar largas horas en tertulias interminables con aquellos descendientes de una dinastía que tengo entendido ha vuelto a florecer, sobre todo en mi Ciudad de México (así la siento), ya que han recuperado su presencia necesaria —esencial— en la actividad que demuestra una de las mayores virtudes del mexicano, sobre todo aquellos originarios de Meso América, la rica, versátil, diversa, artística, creativa y fundamentalmente sabrosa comida mexicana. ¡Brindo por eso! Y por José Inés, donde quera que te encuentres, amigo fraterno.



NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 15 de abril de 2011.

miércoles, 13 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 22)

Días atrás / sensible en su momento / una dama aventuró un halago / “No sé por qué... / ni me preguntes” // No tomé nota / No era ‘mi momento’ / Dormía despierto por un sueño / que no me acompañaba / Perdí su paso / su evocación y su deseo / Su calidad de entrega / y mi recuerdo // Sentada frente a mí / se deshacen las palabras / que escucha apenas / Desde ese día / de mis sueños nuevos / De mi encanto / de halagos parecidos / En días que el tiempo circular / recrea y nos engaña.

De este poema de hace días, el tiempo circular «le pide, me disculpe, que siempre puedo, que sepa recordarme, que sin saberlo (ella) viví la vastedad mientras dormía (ella), que bien puede esperar mientras deshago MI RUTINA, en tanto aprenda que esa vastedad es todo lo que queda.»

Abril que corre cierra el tiempo circular abierto desde un diciembre-aciago, tras una silueta desvanecida que hoy pude ‘ver’... entrecortada, en letras agolpándose una en otra y cierto tambaleo, un ‘lujo’ que me llevo, distante, incluso opuesto a lo que viví en aquel viaje de final de vacaciones..., en que escribí sin darme cuenta,

De nuevo triste / Hay un vacío en mi alma / hay un silencio que exige atención /
y, mientras tanto / yo sólo cavilo // Por tiempos he buscado / el elemento que concilie / Hay opciones que nunca faltan / pero que no cumplen // Esta soledad es cierta / y exige su compensa / Es mérito de ser / para ya no existir.

Nuevamente el tiempo me dio la oportunidad de esbozar un repaso de esa suerte de vida circular que acaso todos llevamos, padecemos o incluso gozamos, tomando nota unos, intentando ignorarla otros, pero que no puede ser soslayada so pena de caer en la melancolía o algo peor que la nostalgia.... Empero, teniendo la opción de verterla al mundo en la única forma que se me permite, pude matizarla, controlarla, utilizarla:

Y hace un tiempo
que era raro creer que
hoy, pida calladamente

Como una sombra
Un ardid que sabe no va
Y ese tiempo es un grave
espejo, oculto... pero está

Entonces, el agua me lleva
y me recoge en la novela
que es un desierto,
un grito: abismo y sueño

Sofía y ‘Nero’ están aquí
envueltos en esa caída
que sólo pide y ya no habla

Mas los tiempos circulares de tan extensos auspician no sólo islas, continentes enteros que casi trasgreden los contornos tangibles para observadores agudos y profundos. De mediados de los 70 a mediados de la primera década del 2000, mi mundo giró de manera vertiginosa. Después vendrían “ensayos evolventes” que liberaron mi ralentí con oootras intensidades. De cualquier forma, previo al nacimiento de la noche cosmo, dos ‘eventos’ ocuparon atención perfecta para perfilarme a plenitud en esa turbulenta vida que tuve la decencia de calificarla como tal, “palabras que me permiten sobrevivir a mis escándalos...”, que casi con cinismo rematé: “Me sorprende su lucidez, como si me perteneciera...”.

Qué ‘lujo’ de expresiones, qué valentía [si no lo digo yo, quién], porque esa etapa de vida —la más larga y prodigiosa— bien puede ser encorchetada con esta frase lapidaria: “No quiero mostrarme estúpido. Desharé toda expresión que dañe mi perplejo desencanto…, que siendo mío me enaltece.” Como me enaltece aquella mocosa también de abril [la verdad, no sé qué se traen conmigo esas chiquillas de primavera], cuya madre me advirtió: «Luis, si no vas a la fiesta del cumpleaños de mi hija, jamás te vuelvo a invitar y hasta te retiro la palabra». Chin, cómo fue que le hice caso, pues aquel día primero de ese mes que ya me trae de encargo [¿qué les hice, caramba?] estuve en el susodicho dieciséis aniversario..., y al poco rato bailando con la cumpleañera..., y más al rato la agasajada agasajándose con este joven norteño [aún lo parecía] en el garaje de su casa, y Chela encantada porque quería ver a su diabólica hija tipo gitana, guapérrima, bailarina de ballet [belleza comparable a la de mi Patricia, que aún no conocía; pero ésta, canijilla a su corta edad, me hizo pasar las de Caín] de novia con su compañero de oficina, pues le recordaba al padre de esa mocosa [siempre les ando recordando a los papás (ya deberían leerse Madame Bovary para que me dejen en paz)]. Total que fui su juguete preferido; sí, sólo un vil juguete, aconsejada la malvada Eréndira por su abuela desalmada [casi igual (no plagio), porque tiene tal similitud este pasaje, al relato inmortal de García Márquez (para que vean que la vida le copia a la novela, y no al revés)]. Total que una historia como ésta no puede durar mucho y tampoco puede tener un final feliz, por lo que por primera vez en mi vida aguanté como macho (era abstemio, me la pasaba todo el día de la universidad al trabajo a la universidad a mis clases de inglés a mi sesión de lectura a dormir cuatro horas a hacer aeróbicas a la universidad a... estaba loco de remate, desquiciado: quién aguanta ese ritmo).

Pero “mi buena suerte” [ya me la estoy creyendo] me concedería justicia divina. En la Universidad [College, para los cuates] conocí a una preciosa judía, una muñeca de porcelana, rubia, procedente de Europa del Este..., Hungría, para ser preciso, lo que le imprimía ese toque de cabello quebrado, ojos azules con un leve rasgo oriental, mona, muy mona, 1.62 de estatura [la medí], vestía a la moda, expresiones educadas, cosmopolita, políglota, niña de mundo, acostumbrada a viajar como sucede con los de su raza-religión, quien poco a poco tomó amistad y cercanía con este advenedizo del desierto [ya me imagino cómo me veía, medio silvestre], pero se conjugó con mi apariencia [esbelto entonces, no me lo creerán] la facilidad [debo admitirlo, por si no se habían dado cuenta] para resolver problemas matemáticos y, zas, un día ya estábamos citándonos para ver una película y ¡doble zas! para tomarnos un café en la exclusiva zona de Polanco donde habitan mayormente estos ‘paisanos’ [tengo algo de eso] y ¡triple zas! en su casa haciendo el amor..., dos chiquillos, dos culturas, dos religiones que en el origen [Génesis] hicieron tronco común. Pues resulta  que esa ‘parte de comunión’ un día aparece cuando menos la esperaba en aquella oficina del gobierno del DF, con sus andariveles [parafernalia, para que me entiendan], expresiones, vestimenta y apariencia, brillante [dos o tres mujeres así en mi vida; son más, pero me van a odiar si elevo el número], que coincide que ese mismo día la tal Eréndira está visitando a Chela [quien no me retiró el saludo, sino todo lo contrario, por las vergüenzas que le hicieron pasar el binomio maligno hija-madre] y ambas se quedan de a seis porque nunca una chamaca así había pisado esas horribles [no lo eran tanto, pero ya verán...] oficinas burocráticas defeñas. Juar, juar, juar, qué contento me sentí, reivindicado porque —aunque bella la gitana—, jamás se imaginó que otra belleza, antípoda, disímil, exquisitamente ataviada [socialité, se le notaba la “rialeza” (frase en honor a dos queridísimas amigas camarguenses)] la eclipsaba de calle, pues sólo la buena cuna concede ese abolengo a una criatura así, de ahí el dicho de que el que nace pa nopal... Años después ese edificio donde fue restaurado mi honor e hidalguía se colapsó en el temblor de 1985. Algo tenía de diabólico, insane...

Meses después me cambiaría de trabajo, accedería con pleno derecho al primer mundo chilango, mi muñeca terminaría por emigrar a Nueva York y Patricia ya daba visos, inadvertidos aún, de que pronto se instalaría en mi vida presagiando la noche cosmo.



NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 13 de abril de 2011.