Los chiles tristes

Un amigo me sugirió: ponle “Los chiles tristes”, y accedí.

Heme aquí escribiendo los pormenores de una primicia, luego de hablar con la raza de Chihuahua, por supuesto, o de Monterrey, Veracruz, Morelia... o chilangos, qué se yo.

Otro amigo, sabio, me reconforta no sé por qué y agrega: «Luis, ve. ¡Ve!» Las letras no se me dan, y aventuro este periplo: ¿Qué? ¿A dónde?

A veces es preferible no apostar contra natura, aún cuando es la salida, casi costumbre y, que siendo así, se puede tornar en un perfecto búmeran. Algo típico nuestro. Don Rafael y Nacho son fiel reflejo de esa maravilla vital iberoamericana recreada por tantos cineastas y poetas de éste y aquel lado: un desgarramiento perpetuo. Ni qué decir de Sacramento, otro de los nuestros allende el mar. Íconos de la España que arrojó Franco.

Sí. Con quienes hablo son coterráneos, chicanos, de Asturias o las vascongadas; colombianos, argentinos, incluso gringos (por qué no). Pero Irlanda está en mi corazón, como la Colonia Obrera. Qué va… En lo dispar está la semejanza. La cerveza empareja.

Tanta variable dispersa es como aquel recuerdo del 84 que tan feliz me hacía.

Ese domingo del verano incierto
los momios indicaban sólo desventajas.

No era Orwell en absoluto. ¡No!
Más descorazonadora no podía ser esa fecha.

Incluso, la ironía se fundamentaba:

¿Aún no tocamos fondo?

Pero sigo anclado aquí en el mejor de los escenarios de piedra, distraído y ajeno al impulso que el viento de la llanura un día me reveló: «La velocidad es la máxima ficción», dije contraviniendo a Octavio Paz. Y para dejarlo más claro, rematé: «La vastedad en Santiago me arrojó al bullicio».

Vislumbro dinámicas envueltas en esas palabras que esperan un mejor derrotero, más no absorto... ni en la memoria de otro ayer. No este ensimismamiento de frío estancado, petrificante, aislado... que golpea y ultraja a quien se atreve a vivir en ésta la ciudad más hermosa de América, la de argamasa y piedra como la llamó un poeta nicolaita. Así de  desagradable puede ser una ciudad-museo ―la Antigua Valladolid―, como también lo es Salzburgo a la que Thomas Bernhard designó como el sitio ideal para claudicar.

En verdad, como Ionesco yo quiero admitir: “Nada me desalienta, ni aún el desaliento”. Aún cuando acepto sin culpas: “No sé quién soy; no sé qué es lo que hago aquí.”

Y en el largo periplo, la ciudad vacía:
una puerta se abría
y otra se cerraba.

Abierta al sueño en movimiento.
Cerrada luego del camino de Santiago.

Junio es un hecho a vuela página.

Frío, calor…, silencio, bullicio…, estrechez, vastedad…, estancamiento, velocidad…, control, desmesura... continúan a cada paso o colapso, caída y vuelo, galope y suelo…

Luces tenues... Silencio... Frescor.

San Ángel en tiempo de lluvias;
una casona de piedra,
y su plazoleta
al centro:

«Es la historia moderna de México»

De la cual tampoco podemos abstraernos: que estamos engullidos en material de deshecho y sólo unos cuantos se percatan, patalean, lloran insomnes: pobres arañando los márgenes, y sobras mitigan su miserable desasosiego. Al menos cuentan con Mozart, si acaso tienen suerte de sobrevivir los estertores del medio infernal que los aplasta. “Nosotros como quiera: los chiquillos”. Qué culpa tienen, ¿verdad?

Anoche el mandatario procuró sentar las bases del nuevo año del nuevo milenio, podría decir que para un verdadero arranque del nuevo siglo mexicano, el más priísta entre los de derechas, como se dice allá. Somos plásticos a más no decir. Luces a cambio:

«El ardid del conocimiento hoy poco vale»

Magia lunar que vaticinó sueños recurrentes
hilando un juego, tejiendo su propio mito.

Ojos negros, cabellera negra...

Al parecer todo se hermana, incluso la belleza con el arte de lo posible.

Rescato de este avatar una misiva enviada en mi desesperación de sentirme inerte como un fósil, quebrantado en esta mierda de espera…

¿Cómo están, queridos chilangos?
Pues yo, inconcluso, frágil, decadente, insomne, postrado… pero con las antenas bien puestas; sombrío y absorto… avizorando movimientos, oteando y casi olfateando resquicios, pleno en sensaciones, no obstante ajeno esté y lejos de mis pasados trances etílicos; limpio, seco —muy seco (dry)—, delgado, aburrido, pálido y maltrecho, contento porque ganó España y casi la hace Cruz Azul; el PRI pitando, anticipándonos que estaremos pronto de regreso, nosotros los inteligentes, sencillitos y carismáticos. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Enderezando el tema, siento que se me está acabando el veinte —no las ideas—, y muy pronto reencarnaré o apareceré de manera espontánea en ese lugar sagrado que considero mi casa: la Ciudad de México. Y eso que no creo en Dios.
Sí, tarde o temprano arribaré sigiloso, lento, espichadito, pertrechado sólo con mis sueños, a darle fin a esta historia en la que el héroe (más bien, antihéroe) recupera su reino y todo vuelve a la normalidad (suena a cuento barato). Entre mis periplos, éste es el que más tiempo me ha llevado concluir, más escarnios en el ínterin he recibido y más jodido me he sentido (empieza a perfilarse como un cuento con más aristas, aunque patético). En verdad, es tanto el resentimiento que me embarga, que el simple hecho de tocar suelo en Zócalo o Insurgentes Sur representará una victoria de dimensiones insospechadas. Mi cuento sin épica (carente de…) es mío y de él quizá saldrán destellos que sí puedan algún día ser recordados. Estoy en eso y no me olvido.

Al final del día, los hechos son los que cuentan.

Porque los caminos de Dios son misteriosos...

Otra vez la penumbra; otra vez el crepúsculo, el frío y la plazoleta, el dulce andar de las horas que solo, sin Patricia acaso, me devuelvo a aquellos momentos cuando el poder que marcó una época no tuvo el final deseado. Aquí en Coatepec y Orizaba me empapa una lluvia pertinaz, cuando ya hace tanto que vivo en el azoro que enmarca tanto tiempo ido, estéril, enjuto. Como Manolo que no acierta a descubrirse... fuera de foco. Desubicados estamos. Pero baste recordar que en unas horas arranca un nuevo ciclo que auspicia como siempre otra oportunidad.

¡Atrápala!

De modo que, tras casi cinco meses de incursionar por este hermoso estado, provincia en trópico y montañas... insinuantes mujeres (y sólo eso, por el momento ―lástima), música que contiene un especial énfasis de sensualidad ―aquí, única y exclusiva―, nunca explícita y de magia entreverada, como oculta, prohibida, pero muy presente... ¡Sigo anclado! La gente sugiere ―no cabe duda― cuando camina y susurra en las montañas más altas de México, y baila y canta en las partes bajas, y un aroma que yo, desértico y citadino, mundano excluido no logro capturar. Ajeno soy, extraño que roza apenas sus contornos, que inexorablemente me empuja hacia sus últimos márgenes y más lejos de…

Tales extremos de trópico y clima templado me ofrecen una degustación aparte:

Pasmados ante el brillo y sencillez
de sus ojos plenos...
Mortales perplejos,
abiertos quedamos.

Su fina belleza indígena
deslumbra,
como si la luz a ella sólo reflejara.

Hermosa niña de Coatepec...

Me cuesta dejar las letras que su imagen recrea
con la fascinación del suave Texín-Bola de Oro;
dulce impregnado cual Sol prende-apaga mi sueño.

Esta noche que para otros es extraña…
Los que habitan atrás frente al eclipse del año nuevo.

“Triángulos de luz” que afinan la calidad del pensamiento.

Casi dejo ir el sueño.

Frente a mí, una estampa de cantos
―una luz tempranera; amarillos envolventes.
No la niebla o la caída de agua que por la noche
ahuyenta al visitante: su impericia lo deja al descubierto.

Insomne acaso…
Agradezco la música al natural, su café y el sueño redivivo,
que una mocedad de Coatepec me surte de letras.

Aquí en Orizaba sólo aguardo el momento para salir disparado, sea a la Ciudad de México o a Chihuahua. Donde primero encuentre vertientes para redirigir mi vida que ha sido algo azarosa,  y con tantas deudas bajo mi conciencia.

Nada que agregar que no sea un círculo perpetuo, una especie de ensimismado reencuentro con la expresión de los ojos negros, la cabellera negra, la tez morena o blanca, la voz de terciopelo que, como le sucedió a aquél al recuperar el tiempo perdido, me he visto de nuevo en la llanura, oteando la vastedad allá a más de dos mil o incluso más lejanas distancias. Heme aquí.
Aquí estoy.

¿Por qué Chihuahua?

Mis sentimientos sobre Chihuahua son disímbolos.

Se me ocurren estas palabras en virtud de que llevo poco más de un año en este desapacible lugar; un sombrío campo de batalla donde acaece una segunda Revolución, cuyos ejércitos lo integran en su mayoría jóvenes que sólo les queda este recurso: muerte por muerte. O sea, nada.

Las cosas como son. Aquí la gente sabe bien a bien por qué está ocurriendo este infortunio, y entre ellos lo comentan y su efecto es más que demoledor: se ha vuelto una comunidad taciturna, sombría, desconfiada.

Así es. Chihuahua ha experimentado un cambio radical. Su gente dejó de ser confiada, abierta, espontánea, y ahora es todo lo opuesto: reservada, huraña. No es más el Chihuahua de mis entrañables recuerdos. En la memoria del Septentrión mexicano se ha agregado un surco más de agravios que lo han estigmatizado a lo largo de tres siglos.

Claro que ésta es una imagen cuya nitidez puede aquilatarse cuando se ha llegado de afuera, luego de años de haber dejado esta tierra, y entonces el contraste resulta tangible. Quienes han permanecido logran entrever esta mutación, pero no con la claridad que a un transterrado como yo le brinca a la cara.

Pero, ¿Chihuahua vale una misa?

Hace unos días retomé una reflexión que sintetiza mi presente irregular y mi futuro cierto. Parece paradójico. No lo es, porque veo el futuro con alto grado de certidumbre, aún cuando el momento sugiera no ser tan convincente.

A salto de mata, siguiendo un camino lleno de escollos... avanzo. Después de eso... «Ya veremos, Chihuahua». Reconozco que el argumento que me trajo de regreso tiene carácter de temporalidad, y que mi apuesta es poco más que una expectativa. A mí me basta, pero no me tranquiliza. Me auspicia, y continúo.

Sí. Mi retorno al 'Downtown' está cantado. Pero el espíritu de mi travesía seguirá, y un día podré dar cuenta pormenorizada de tal andanza. Preveo descontado está un preciso, honesto y genuino recuento de mi parte, que sea escrito para otros... que quede.

Tal es la ley de todo esfuerzo humano que en Los Conjurados, Borges plasmó con sabiduría y grave acierto:

…eran pobres y tenían el hábito de la guerra
 y no ignoraban que todas las empresas
 del hombre son igualmente vanas.

La hora perentoria me concederá el retorno a la gran ciudad [The City] y haré un recuento de lo que pude hacer, lo que logré y lo que quedó en mera promesa.

Me he acercado a la vida creyendo dar pasos firmes cuando el cielo y la tierra se juntaban.
De esos recuerdos quedan palabras ya olvidadas, que acaso evocan una tímida sonrisa.
Tenía la inclinación ¾insisto¾ de creer que el viento en la llanura propaga encuentros hacia unos ojos antaño profundos.
El viento habló por mí, persiguiendo mi derrotero; un presagio de largo andar, periplo en la memoria.
De pronto, la ciudad se hizo presente y esta memoria mejoró con más sonrisas y destellos, con otras miradas.
Más siempre y como un eco, la misma profunda sensación de encuentro en el extremo.
Fuiste tú, y fue ella, o fue esta otra... colmada, bendecida por la suave caricia de la Luna.
Así de leve es mi estadía en el tiempo.

Ahora sí... mis letras van.

v

Más como un personaje de Malcolm Lowry: el ex cónsul británico, Geoffrey Firmin, que cultivó, perfeccionó y convirtió en su alter ego, y arrojó Bajo el volcán... y que el mismo Lowry, tan pronto desembarca en Acapulco, sucumbe al embrujo del mezcal oaxaqueño (de dónde más) y la sabrosísima cerveza oscura mexicana, veo mi reflejo... y otra admonición: «It was a woman to drove me to drink. But I’ve never had the decency to write her and thank her»atrás de la barra de una cantina en San Francisco, que bien pude fotografiar en la Gran Manzana o cualquier otro downtown como lo fue, lo es y lo será La Habana [Si no, pregúntenle a Guillermo Cabrera Infante... Lástima, ya murió, pero sus novelas lo testifican... y miles de mexicanos que no sólo hemos saboreado sus mojitos, y daiquiris... receta de Hemingway].

Incluso, imaginemos al entonces embajador mexicano en Quito, genuino heredero de aquella edificatoria de dimensiones inmortales, dictada por Dios para convertirse en Su Proyecto de la Santa Fe, al inquirirme con ansiedad: “Dime Luis, ¿ya está funcionando El Virrey de Mendoza?” Sí, querido (e) lector, si usted viaja a ‘Mochelia’ y no se toma unos tragos en El Virrey, es como si, pasando por Villa Ahumada y salvando tantas ‘diferiencias’ (sic., disculpe usté), no ‘cata’ unos burritos. También es hora de rendirle un homenaje al creador de la frase, “querido (e) lector”, que en Cristóbal Nonato sembró insidiosamente, Carlos Fuentes. Por cierto, ¿sabía usted que los burritos de Villa Ahumada ya obtuvieron la “Denominación de Origen”? Me tiene muy intrigado... Mejor, indaguemos.

De lo que sí no tengo duda es de la magnificencia arquitectónica del Centro Histórico de Morelia, un modelo único en América: Los juegos geométricos de sus construcciones, así como los claroscuros... resaltan la belleza de esta noble ciudad colonial. Es la ciudad mexicana con más edificios catalogados por la UNESCO como monumentos arquitectónicos: 1,113, de los cuales 260 son relevantes, todo lo anterior citado en el portal del gobierno michoacano [Le creo... a la UNESCO, claro.].

Ritual...


En la Plaza Río de Janeiro de la Colonia Roma, si mal no recuerdo, Sergio Pitol ubica la trama de una de sus novelas [El desfile del amor], específicamente en un edificio que le dicen “La casa de las brujas”. Luego de Carlos Fuentes, en México han aparecido cuatro, cinco extraordinarios novelistas (incluyo a José Agustín y Fernando del Paso) y dos de ellos para mi gusto poseen un talento diferente. Además de Pitol, Jorge Volpi merece mi especial deferencia porque sus novelas me remiten al virtuosismo de Elias Canetti por la perfección de su forma y sobre todo por la solidez del contenido, que nuestro creador mexicano desborda en la temática de la ciencia. La belleza estética y la creatividad no tienen que reñir con la sustancia, y Volpi nos lo ha demostrado.

Pues bien, en uno de esos sueños extraños que padecemos luego del privilegio de una cena pantagruélica John Fitzgerald Toño dixit me vi en un film como espectador privilegiado. Al despertar anoté fragmentos oníricos que se salvaron, y la siguiente es una historia tipo ‘Work in Progress’ como lo son estos chiles tristes... aderezados con novela en simbiosis, llámese Ciudades desiertas [de José Agustín, que bien podría filmarse en las llanuras norteñas, aunque discurre en EU], En busca de Klinsor [de Jorge Volpi, que si Ian Fleming viviera, escribiría el guión que dirigiría Ridley Scott], El halcón maltés [de Dashiell Hammett, que el más mexicano de los cineastas gringos convirtió en obra de arte... John Houston], El samurai [Alain Delon dirigido por Jean-Pierre Melville] y Los Miserables [pero la versión para la pantalla grande realizada por Robert Hossein y estelarizada por el inmortal Lino Ventura].

Film a cargo de una joven cineasta formada con convicción tras lecturas, fidelidad y luego pasión (virtual) por los guionistas, actores y creadores del cine negro norteamericano, con un discreto aderezo de la clásica intriga británica y la mordacidad del viejo cine francés, el Nouvelle vague...

La directora recibe finalmente un presupuesto aunque austero para realizar un thriller. El argumento se centra en una supuesta conspiración que ha desencadenado extrañas desapariciones en un enorme y espléndido edificio de departamentos que alberga familias venidas a menos, de distintas nacionalidades. En estas familias predominan ancianos y menores de edad. Los adultos son los que han ido desapareciendo en sus viajes de los que no regresan o tras la muerte inesperada. Quien ha cobijado a esas familias, es un prohombre que prefiere la diversidad cultural pero bajo estrictas reglas de integración equilibrada: sostiene que se puede lograr la convivencia entre dispares, si los miembros están lo suficientemente distantes para evitar discordias, aunque con cierta proximidad para propiciar grupos de coexistencia mínima. Se solaza en esta extravagancia.

En algún momento, los inquilinos que habitan el edificio donde se filma la película empiezan inmiscuirse detrás de las cámaras, sorteando las molestias del rodaje o de plano entreteniéndose, y luego dentro de la trama, al incorporarse en pasajes que merecen ser recogidas en el hilo de la historia. Al avanzar la filmación, las indagatorias refuerzan las sospechas de que las muertes y desapariciones han sido por actos criminales y no hechos circunstanciales, lo que se describe tras la ubicación de los personajes en escenarios lejanos... que ligan a los inquilinos en distintas épocas, algo no previsto en el guión original. Total, se empiezan a ventilar hechos violentos cometidos recientemente... y tiempo atrás cuando el fanatismo de los años 30 arreciaba en el centro de Europa. Surgen varias preguntas: ¿Cuál es el móvil de los crímenes? ¿Quién o quiénes se benefician? ¿Quién es el ubicuo prohombre? ¿Existe algún vínculo oculto de éste con los inquilinos... los personajes?

Sin embargo, el presupuesto se ha agotado, complicándose el desenlace del rodaje. Bajo amenazas y reproches a la cineasta, le conceden una irrisoria ampliación, insuficiente para dar un final convincente a la película: los productores han contratado un truculento seguro que al fracasar el film, les redituará considerables ingresos, aún si la cinta obtuviera alguna ganancia. Ellos han desconfiado desde un principio del talento y habilidades de la directora, y están convencidos de que la película va a ser un rotundo fracaso. De hecho, un mismo individuo es el que supervisa la edición y realizará la distribución de la película, y éste ha informado que el producto, si bien no es un bodrio, aspirará a catalogarse sólo como una obra típica de cine para televisión.

Llega el día de la premier. Inesperadamente empiezan a recibirse reportes de reseñistas y críticos de cine que recomiendan ampliamente la película. Los productores, lívidos, revientan en maldiciones pues, considerando una cláusula extra del seguro, ven esfumarse no sólo las altas taquillas, incluso incurren en pérdidas adicionales. No alcanzan a entender cómo tuvo éxito esa película. Lo cierto es que, sin haberlo consultado, la cineasta decidió aventurar la realización de una obra soñada hace más de medio siglo por los creadores del Nouveau Roman: la forma cuenta más que el contenido; el contenido no da forma; se requiere, sí, un mínimo de contenido, aunque bajo la férula de la estética y el uso de las cámaras a ultranza. Los personajes prevalecen ―valen― por su mera presencia. A la postre, ha sido la insólita recreación de la vida de esas familias en una compleja integración del espacio en el tiempo, que había subsistido en el inconsciente de ellos y sus pueblos, y respondido a las más ocultas y profundas motivaciones... de sus intérpretes (que son ellos mismos... los inquilinos... los personajes), de los espectadores y del tiempo circular, la clave del éxito. Ella había leído Piedra de Sol:

...voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
...corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío...
 

—esta noche me basta, y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo:

¿Por la Reforma Carmen me decía
"no pesa el aire, aquí siempre es octubre",
o se lo dijo a otro que he perdido
o yo lo invento y nadie me lo ha dicho?,
¿caminé por la noche de Oaxaca,
inmensa y verdinegra como un árbol,
hablando solo como el viento loco
y al llegar a mi cuarto —siempre un cuarto—
no me reconocieron los espejos?
[Fragmentos del poema... Octavio Paz]


v

La ceremonia del adiós, intensa y profunda entrevista que le hizo Simone de Beauvoir a Jean Paul Sartre, ha sido la divisa con la que acostumbro cerrar capítulos. Ése que empiezo a entretejer, todavía me concede el subterfugio, aquí en la vastedad, si no en Santiago unos kilómetros hacia El Parral, saliendo de Jiménez, de ocuparme de una de mis preferencias que se cierne entre la amplitud y textura del lenguaje, entre Carpentier y Onetti. Sarte en cierta ocasión admitió que preferiría ser recordado por una novela y no por toda su obra filosófica. “El pozo”, de Juan Carlos Onetti, constituye la envidia que obsesionó al filósofo francés [aún si desconoció ese relato], porque el novelista uruguayo cuajó la concepción del existencialismo, y lo hizo exclusivamente porque su esencia no era aportar sino ser... En cuanto a Alejo Carpentier, cómo poder absorber el vacío (sic.), la desolación y el pesimismo de “El Astillero” [Onetti] teniendo apenas 21 años, a menos que, como contrapunto, leyera “El Siglo de las Luces”, una genuina oda a la vida (de Esteban), y a la belleza y entrega (de Sofía). Ambos novelistas pueden ser ubicados como las antípodas de la narrativa iberoamericana. [Incluyo Brasil por su jogo bonito... y por otros deleites como el bossa-nova, samba, y nuestra perdición... En una de sus novelas, Rubem Fonseca cita al creador del bossa-nova —el gran Vinicius de Moraes—, quien además alcanzó la doble inmortalidad por su “Mensaje a la poesía”, y que no bastándole eso fungió como diplomático y en los hechos como Ministro de la Cultura ¡Cómo no!  ...adjudicándole a éste la máxima sentencia, que bien mirado es en honor a ellas: “Mientras tenga lengua y dedo, no hay mujer a quien le tenga miedo.”]

Nada más para ilustrar el punto, vea usted lo que Onetti dice de Larsen, uno de sus personajes consentidos (si no el que más):

“Este hombre que vivió los últimos treinta años del dinero sucio que le daban con gusto mujeres sucias, que atinó a defenderse de la vida sustituyéndola por una traición, sin origen, de dureza y coraje; que creyó de una manera y ahora sigue creyendo de otra, que no nació para morir sino para ganar e imponerse, que en este mismo momento se está imaginando la vida como un territorio infinito y sin tiempo en el que es forzoso avanzar y sacar ventajas.”

Y lo que su ‘némesis’, Carpentier, relata:

“El investido de poderes, cuya mano había accionado el mecanismo murmuró entre dientes «hay que cuidarla del salitre.» Y cerró la puerta con una gran funda de tela embreada, echada desde arriba; la brisa olía a tierra, humus, estiércol, espigas, resinas de aquella isla puesta siglos antes bajo el amparo de una Señora de Guadalupe que en Cáceres de Extremadura y Tepeyac de América erguía la figura sobre un arco de luna alzado por un arcángel. Detrás quedaba una adolescencia cuyos paisajes familiares me eran tan remotos al cabo de tres años, como remoto me era el ser doliente y postrado que yo hubiera sido antes de que alguien nos llegara cierta noche envuelto en un trueno de aldabas...”

En efecto, gracias a Alejo pude leer a Juan Carlos, a esa tierna edad, tan inocente, en una ciudad que es todo, menos la vastedad; sí la complejidad, la enjundia, el bullicio, la noche cosmo... que al igual que un sueño recurrente me arrastra y estremece. De ahí el poema para salir del paso y reconstruir el viaje de retorno.

La mirada en tu sonrisa
y la idea
firme y lejana
Mi ciudad
Sueños de luna
Su noche cosmo
En olas verdes esparcidas

En medio, el Apocalipsis
en el desamor inmerso
e insignificante y turbio
el lugar donde retorna

(la nostalgia duele más)

Mientras tanto, un amigo del desierto —un tal ‘Benjamin’— en su travesura de político hábil pero sincero y sabedor de los encantos de la noche cosmo, sólo porque en verdad aprecia mi ciudad, ha colocado una imagen en la red y en el fondo entrevemos dos maravillas arquitectónicas, el antiguo edificio de Correos y la Casa de los Azulejos, motivo de esas mañanas envueltas en neblina... un hermoso rostro, quizás el más bello de México; ojos negros, enormes, fuertemente delineados, marcados con la profundidad que el Mediterráneo ofrece al poeta para, en su larga y sedosa, brillante, abundante cabellera, enroscarse, e inopinadamente observar de reojo su silueta cubierta aún con una blusa y falda de lana gris, y unas botas que no son para el verano. Así me imagino aquel recuerdo de Vasconcelos en los albores del Siglo XX, caminando por la calle de San Francisco, hoy Madero, y frente a la esquina del Jockey Club ve a una mujer y sólo atina a decir: «Y pensar que ella, que es la más hermosa de México, es mía», refiriéndose a una tal ‘Adriana’. Pero es Patricia quien a mí me resguarda para que un día pudiera escribir este relato donde ella, mi musa, me acerca el vino, sus besos y ‘piernas de antología’, como aquellas que en cierta ocasión un personaje de Arturo Azuela describiera en el Sanborns de San Ángel, en su “Manifestación de Silencios”.

El tiempo nuevo ha estado aquí:
en todos, y con ello la búsqueda termina
para abrirle paso a una mocedad de luces
y siglos de piedra
que entonados con un antiguo arrullo,
Sofía, es llamada tras esa larga espera
entre aciagos inviernos, viejos libros y sufridos retornos
Porque tampoco nosotros somos los de entonces
que nos hemos perdido, levantado y vuelto a caer como un Ave Fénix
o un Nirvana que acaso existe entre el agua y el desierto y aquellos inviernos
pensando que primero estaba la salud maltrecha, el desasosiego y los días perennes
en una ciudad abismalmente desierta, con poca luz y lluvias interminables
incapacitados para abrir el camino

Pero el mundo cambia aún sin darnos cuenta de los tiempos nuevos:
Sofía ha estado siempre rediviva
protegida por el placer del arte
sabiéndose presente

v

El sábado por la noche —por teléfono— busqué las palabras, y éstas poco revelaron la sensación que horas antes gocé al leerte.

El caso es que no estaba solo —carecía de privacidad para abrirme. Fue mi culpa.

Cuéntame cómo eres; quién eres; a dónde vas; qué encuentros tienes en tu vida, en estos días. ¿Sigues escribiendo? ¿Cómo vives?

¿Acaso son demasiadas mis preguntas?

“Discúlpame pero perdóname.”

Sin embargo, siento la necesidad de decirte que creo en la semejanza de ese poema tuyo, tan hermoso e intenso, tan claro y firme, que testifica:

“Entre estar
y quedarse dentro:
lo segundo.”

...con esto que escribí hace poco:

En la cama tendida
ya maltrecho
y sonrisas tuyas

Dentro y fuera
Pendiente  —vivo

Me recibes de nuevo...

En triángulos sonrientes
y labios aparte

Ya adentro
sueño


Además, puedo asegurarte que con las palabras se edifica más que con la imaginación, que no vierte lo suficiente por si sola: la palabra escrita hace la diferencia; igual la plástica; igual la música.

Más aún: con el poema la piel sueña y el acento aparece a distintas velocidades y ritmos, ya casi sin límites entre la fantasía y la realidad.

Por eso en tus poemas das cabida a la luz, que el pintor Santiago Rebolledo —en tu libro— entiende sin cortapisas. Gracias a él empecé a conocerte; por tus palabras en el libro, por las imágenes que te acompañan.

Así viviré ese poema tuyo...

En otro momento y con una mujer distinta, cruzada por la vida como una geisha sin honores, vilipendiada en el Oriente, recuperada por sí misma, repatriada y reutilizada en una Administración de fracasos idénticos —nuestro deporte sin excelencias—, entablé un lazo vía las redes disponibles y luego (o al revés) en una serie de encuentros no menos reales en uno de los bares de México, éste de la Colonia del Valle. [Henry Miller, antes de emprender el camino por las islas, en su larga travesía bajo el candente sol, abrasador, mucho antes de arribar a Atenas, pudo apaciguar su sed creyendo haber sido tocado por la magia de ese momento, sin imaginar que habría de conocer a Marusi, su verdadera recompensa vivencial, y una palabra allá, hoy y entonces, era la más apreciada, la más repetida, la que todos gritaban una y otra vez en aquellos lugares donde pernoctaba; ‘nero’, que en griego significa agua; agua simple, agua milagrosa, agua.]

Por supuesto, entreví en tu primer mensaje el propio "mensaje" que arrojaban los dardos de tus interminables itinerarios. Aún así, acusando recibo, quiero anticiparte que busques —si en verdad te preocupa tu vida— la manera de resolver la ‘Rosa de los Vientos’. Eso de vagabundear tiene su lado oscuro, algo atroz; y lo cierto es que sin esperarlo, aparecen los búmeran a la vuelta de la esquina..., no obstante hayan cantado desde el Mediterráneo, "donde haya lumbre y vino tengo mi hogar...", sólo que se refería a la propiedad y límite del hombre.

Arregla esos inconvenientes que describes en éste tu segundo envío, para que avizores otras formas de luz. Me refiero a nuevos conocimientos sobre tu propio ser, que te induzcan a rumbos si no entrevistos, sí menos angustiantes. Tal vez, un poema para la Diosa Blanca o de Neruda; una novela de Ernesto Sábato; la película del escritor misógino ("para ella, el más inteligente de los hombres"), donde surgen personajes y situaciones en apariencia absurdos; la matemática del cosmos, o qué sé yo..., todo ello y mucho más a tu alcance...; qué sé yo..., que abran y den pie a juegos que en los cambios de luz y en travesías colmadas de ensueño, te conduzcan a buen recaudo.

PD: Un pequeño regalo a una hermosa dama que ha recuperado tierra amiga:

Y esos ojos
con palabras
que en silencio
callan.

Y sus dedos
que murmullan
al compás de sonidos
con letras de Babel.

Entre periplos y lecturas regreso al Coloso de Marusi por ser una de las experiencias más completas del encuentro con la palabra, y que en lengua original mayor placer obtuve apoyándome en su precisa, poética versión española... en un bosque helado de Arkansas, tiempo después de haberme topado con una obra que también creí superior (y lo seguirá siendo, pero no más que El Coloso), y que tratándose de la tierra que nos dio civilización, me quedará siempre la posibilidad de coexistir entre Kavafis y el inicio de esa epopeya lírica: “Me he refugiado en esta isla con unos libros y la niña, la hija de Melissa”.

Y allí el faro que ya no existe, algún oasis que quisimos soñar en el desierto, un viaje cancelado por una curva que “el otoño no terminó por recorrer...” ciudades milenarias, envueltas en llamas, violentadas por el crimen o el fanatismo, sea Marsella, Palermo, Alejandría, Trípoli, Beirut, Jerusalén, Bagdad, Estambul, Medina, Casablanca, la que ustedes escojan del sur de España, todas impregnadas del intenso y dulce aroma de mujer de ojos profundos; de ahí que sea fácil perderse cuando la barca nona atraviesa ese paraíso, o a pie, a caballo o como sea, pues bastará recurrir, si así fuere necesario, a los dos Lawrence (Durrel & T. E.), a Henry Miller..., incluso a Juan Goytisolo o a Camus, para tratando de evitarlo finalmente asome el poeta maldito de la ciudad, quien nos ha advertido que nunca hallaremos “otra tierra ni otro mar / la ciudad (que echaste a perder) irá contigo siempre / volverás / a las mismas calles / pues la ciudad es siempre la misma.”

¡Joder!

v

—Y ésta va dedicada a la indestructible Feyge, que celebrando con ella en La Méson du Bon Fromage un pacto entre patriotas, y que aún tengo la esperanza se cumpla, habré de recibir los más altos honores cuando conquiste el liderazgo de ese pueblo a quienes un periplo les inquieta tanto como un simple divertimento.

La voz de José-José nos entregaba una balada, que después de tantos años sigo aún sin discernir su magia, y que mi proteica amiga apreciaba en virtud de que alguna peculiaridad de su raza, la sabiduría o la génesis misma de la humanidad que corren por esas venas milenarias, le facultaban para lograr tal aquiescencia. ¿Resultó más bien por algo que escribí? Si así fue, no recuerdo las líneas que le endilgaron tal estigma.

Estoy preso entre las redes de un poema
Eres tú, quien me puede ayudar o me condena

Lo que sí recuerdo, fue un reproche que me soltaba de vez en vez:

— ¿Por que hablas en circunloquios? ¿Por qué los mexicanos no dicen las cosas de forma directa?

No atinando a darle una respuesta convincente, sólo balbuceé:

—Yo no soy de la Ciudad de México.

Por lo que a mí respecta, los años le han dado la razón a esta mujer de sólidos ideales y excelente disposición para el trabajo y el ensueño.

Justo me encontré en un libro una foto suya, tomada en un viaje de Los Ángeles a San Diego cuando rastreaba —para mi placer— las raíces de Mesoamérica abonadas en esa extensión de México, donde conviven de manera accidentada el Zoot Suit y el Teatro del Pueblo con Hollywood encima; los nuestros en la UCLA, Berkeley, el Valle del Silicón..., algo así como Santana y Flash Poetry juntos, que jamás se harán daño. High Tech y Blade Runner y César Chávez y los campos de algodón [Credence]... en homenaje a mi amigo Ernesto. To Live and Die in L. A.

—Pues, bueno, ¿qué cuentas? ¿Cómo te ha ido? Supongo que tus hijos deben de estar cursando el College, al menos uno ya se graduó. Ojalá podamos semblantear intereses que ahora nos son comunes, como la protección de los recursos naturales y el medio ambiente en la que estás tan comprometida.

Era 1992, cinco siglos después de la odisea de Colón... y la aburrida cerveza no lograba encender una mediana conversación, a diferencia de esas que solíamos tejer a lo largo de Reforma y más tarde en Polanco, bebiendo un par de Chablis... y cuando menos lo esperábamos, ya concluido el Sabbat, nos dábamos gustos profanos al ritmo frenético de Call Me.

[¿Se acuerdan de aquel thriller que aquí titularon “Búsqueda frenética” (Frantic, de Roman Polanski)? Harrison Ford ha perdido a su esposa en París, y en su periplo nocturno baila una melodía que ya entonces era famosa: “I’ve Seen That Face Before”, interpretada por Grace Jones: en lo sórdido que nutre la malicia del viejo continente; en el descaro y desnudez de una cultura superlativa, el gringo se ve sometido a reglas sin límite donde se desgajan estas líneas de acecho: Strange / I've seen that face before / Seen him hanging ‘round my door / Like a hawk stealing for the prey / Like the night / waiting for the day. La noche cosmo en versión ruda. Luego, sin dejar resquicios, agrega (en francés original): ¿Qué buscas? ¿Encontrar la muerte? ¿Quién crees que eres? Tú también odias la vida.]

Contrario a lo que ella podría manifestar —reconocida es la férrea e inquebrantable unión de ese pueblo que es más bien una religión—, acabo de escribir unas letras que darán mucho que hablar, si acaso trasciende ese escrito... no mañana; no es mi tiempo.

Ya no me queda más por delante. Allá está todo lo que he armado en mi vida. Chihuahua es sólo un espejismo; Camargo alcanza a lo mucho la categoría de entelequia —le dije a Ernesto, como quien le dice a Juan para que lo entienda Pedro.

—Regreso para retomar mi vida: recuperarla luego de esta transición que sólo anécdotas me deja. Ya no les debo nada, y podrán recriminarme que soy un malagradecido.

—Quisiera decir palabras cómodas, menos ásperas, que todo va a ser mejor, pero no me engaño: mi insolencia no me lo permite. Para muestra, esta novela en ciernes: ahí está mi versión de los hechos, y me son indiferentes aquéllos, ajenos a la otredad. La vida es muy corta. Ojalá me equivoque...

Explotar las minas a la vieja usanza —colonización española hace más de 300 años— y suministrar carne ahora al imperio oriental, como se acostumbró antes y durante la Revolución (a Gringolandia), suena tan brutal e irónico como la broma cruel que le jugaba a un conocido inglés antes de que se estrenara la película The Day After Tomorrow [de Roland Emmerich con Dennis Quaid].

—Mira, George, muy fácil: nosotros en Chihuahua tenemos una inmensidad de terreno dioquis, donde los podremos alojar ahora que los casquetes polares se derritan e Inglaterra quede bajo el agua; a cambio, ustedes traerán a sus mejores hembras y todo el conocimiento de que disponen. Pienso que es un buen intercambio... justo. Ustedes sobreviven y nosotros mejoramos, incluidas las cruzas. [Sería como sacarnos la lotería con rendimientos que perdurarían en el tiempo. Ahora sí... puntuales, creativos, ingeniosos y humorísticos. Hasta un equipo de fútbol tendríamos —El Manchester del Desierto—, bandas de música —The Beatles of Camargo—, compañías de teatro y hasta una Sinfónica de la London Chihuahuense; con suerte, como un derivado adicional del cambio climático, un poco de neblina y tardes lluviosas. ¡Qué felicidad! Nunca más me preocuparía por tener disponible un pub y noches rutilantes como las de un genuino downtown. Eso sí: la realeza que se vaya a vivir a Canadá o al Medio Oeste.]

Para convencerlo, agregaba: «Nada más infórmate qué bien les ha ido a los menonitas. Alemanes/holandeses que obtuvieron refugio, preservaron su religión y cultura, y viven felices, trabaje y trabaje.»

Por supuesto, no dejaríamos pasar de lado la oportunidad de establecer condiciones diferentes a las que se le brindaron a aquellos que huían de la intolerancia, porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, dicho esto también en homenaje a mi querida Feyge. Previendo eso, he abogado por la emancipación de Chihuahua; no que nos independicemos (que no se malentienda), sino que en pleno uso de nuestras facultades mentales (las que nos quedan), elijamos potestades y mayor soberanía... aún siendo raza menos culta (nosotros), pero sí mas traviesa que nuestros hermanos de Mesoamérica. ¿O no? ¿No es aquí donde zumban las balas que habían dejado de bailar, y que ahora en pleno regocijo nos vuelven a hartar?

Después de todo, debajo de estos sueños guajiros, el Ciudadano Kane puso sobre la mesa la motivación detrás de la cual se halla el comportamiento que unos y otros arrastramos desde pequeños, que puede simbolizar un juguete perdido para el infante de Orson Wells, que nunca logra resolver; o que otro más afortunado, por causa de un olor o una Sonata de Vinteuil traza la más profunda y extensa de las reflexiones para narrar en primera persona su recuperación del tiempo perdido. En esa estábamos gozando el mundo de atenciones privilegiadas, encima de un mostrador de un establecimiento comercial que era el más próspero, y protegido por hermanas que en una familia numerosa bien pueden hacer de madres sustitutas, incluso sin necesidad, y que Jean Paul Sartre autodefine como ese chicuelo que es colmado de atenciones y por tanto puede desarrollar una destacada capacidad para recibir, lo que le amplía de manera casi ilimitada su poder de percepción..., en eso estábamos cuando de repente emerge de la nada la vastedad, y aquel mundo se colapsa. No obstante, esos tres primeros años ya proporcionaron las bases para permitirle adentrarse en El Tesoro de la Juventud, mientras un día tras otro, sábados o domingos, lunes entre semanas, el paisaje agreste logra mejorarse con los aullidos de los coyotes o del viento sibilante que opaca al tren que atraviesa, en ocasiones, cerca de donde juega con Tulingo y Milingo.

Por eso, la brutal ironía de un hecho a vuela página que induce al poeta a inquirir, o a rechazar como Heberto Padilla lo hizo en Fuera de Juego:

¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar...

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Como si fuera una Bohemia, la mejor cerveza mexicana que en su momento busqué en todo Quito y no fue hasta llegar a Guayaquil, la noche previa a que ‘zarpara’ el vuelo a las Islas Galápagos, donde pude saciar la sed siempre exacerbada en cada viaje, y que siempre como una forma de amorosa tortura tiene que ser una Bohemia, igual pasaba en La Habana o incluso en Los Chimalapas, así estoy ahora apurando estos trazos previo a mi partida, con la noche detrás de un infierno de mal gusto compensado con un hermoso sueño donde aparece mi musa y me embruja con su fina línea de piernas perfectas, sus ojos que el océano profundo —inmemorial— alguna vez cubrió este desierto, porque también aquí en Chihuahua las uvas pueden tener una fragancia, color y sobre todo el intenso sabor de aquellas españolas, chilenas, argentinas o francesas, todas con su breve estigma, porque el amor es así de egoísta y cruel, que de a poco se aparta y nos deja el deseo para ser saciado más tarde, si tienes suerte, y la magia de tus ardides no te abandona.

‘Bruja de ojos insinuantes’, diría Charles Baudelaire en “Las flores del mal”.

Al despertar lo primero que me vino a la mente fue recorrer 5 de Febrero, Bolívar e Isabel la Católica para, en varias paradas, pertrecharme al punto de encuentro con mi amigo Nacho, y con don Rafael, los dos asturianos de una de las mejores cantinas de la Colonia Obrera, aunque debo señalar que el segundo arribó mucho antes en uno de esos barcos de los transterrados, grupo al que llamaron “Los niños de Morelia”, pues ahí fueron alojados por instrucciones de Lázaro Cárdenas, lo cual me enlaza al pletórico “Coro de los Niños Cantores de Morelia”, historia distinta ésta que al cabo de los años complementa las bases de la cultura de la ciudad más hermosa del Continente, destacadamente por su Conservatorio de las Rosas, una de esas expresiones del arte que el joven Rubén, sufrido exponente del teatro chihuahuense, no quiere aceptar, al igual que innumerables paisanos, que el desierto cubre no sólo la vastedad del territorio oriental del estado, también el espíritu, yerto, estéril, inacabado —en el mejor de los casos— de nuestro agreste paisaje cultural.

Lo bueno es que tenemos vacas... Más bien, que aún nos quedan algunas, que a diferencia de La India, espero no se vayan a transmutar en algo siniestro, en una forma de enajenación y envilecimiento en tanto el mundo sigue girando... tic, tac... tic, tac... tic, tac... y los jóvenes de la enaltecida y fina raza —como la catalogó Martín Luis Guzmán—, uno a uno abonan las tierras yermas que ¡así! menos darán frutos, cuando “La fiesta de las balas” haya concluido. Tic, tac...

Parezco apurado, estoy apurado, verdaderamente ansioso, nervioso y sin la vitalidad de aquel adolescente meses antes de terminar la prepa, que me urgía abandonar esa embarcación encallada entre dos ríos, uno seco un año sí y otro también, y el otro que sólo vemos como los chinitos. Porque a decir verdad, me basta la indiferencia de esa manera compleja de vivir —y aceptar, en consecuencia— la vida en la gran ciudad, rectificando a Héctor, ajustando su óptica, forzando de ser necesario la apertura de su entendimiento, que admita que es bienvenida la indiferencia que al escupirte el metro, a eso de las 6 ó 7 de la mañana, buscas al muchacho que prepara al instante un sabroso, refrescante jugo de naranja, por si acaso no has despertado del todo, te empuja a la febril, intensa cotidianeidad y que siempre le agradecerás a ese joven anónimo de cualquier día del año frente a la entrada al subterráneo, y éste a cambio no te devolverá una sola sílaba ni muestra alguna de que estuviste parado frente a él. Pero aquí sales a la calle y cualquier perro te reconoce, y tienes que saludar a medio mundo por mera cortesía, que por cierto los perros te dejan en paz (son infinitamente sabios). No eres tú, nunca serás tú, castrado estás... desapareces en el espejo donde todos se ven y se tuercen de la misma forma. [La vaca es el animal más estúpido que existe..., pero qué bien sabe.]

Tocando mejor el tema del animal que a todos nos intriga: un gato sabe siempre lo que quiere y nos deja con un palmo de narices, así la necesidad del escritor que clama hundirse en sus ojos hermosos... su gracia agregaba a sus metamorfosis / y sus brazos y piernas, sus muslos y flancos / pulidos como el óleo, como el cisne ondulante / pasaban por mis ojos lúcidos y serenos..., versos de ese poeta maldito [Baudelaire] que bien pudo haber acuñado aquella frase de cierto futbolista irlandés, muy famoso, quien admitió con todo el desparpajo que ya me muero por escuchar de nuevo: “Usé todo mi dinero en autos, mujeres y bebida. El resto lo malgasté” [George Best, estrella del Manchester United, y que en su tiempo se le reconoció como el Quinto Beatle.].

Sin embargo, al despertarme esta mañana —corrijo—, mi primera idea fue recrear el sueño que la justicia divina me devolvió con creces en las imágenes de esa hermosa chamaca, vivaracha, sonriente, vestida de rojo y estampados, ciñendo su esbelta figura y su paso fino, segura y firme por saberse deseada, con su cabellera lisa y negra, ondulante al viento ligero de una tarde fresca, por el rumbo de La Condesa, poco después de habernos tomado un capuchino y el coñac requerido para avanzar en una de sus calles entre árboles que cubren las primeras gotas de una lluvia pertinaz, aún ligera. La noche espera momentos culminantes después de que cenemos en el antiguo Café del Lago, porque todo el bosque será nuestro y así podremos descansar ya de madrugada, tal vez Camino al Desierto de los Leones donde un sabroso desayuno mexicano nos aguarda y un café de olla que sólo allá sabe, se apetece.

Lo viví y lo soñé con Patricia, años antes de que en mi librero depositara la lectura de “Últimas tardes con Teresa”, de Juan Marsé, narración de la emblemática ciudad de Gaudí donde el juego de luces es único entre las extraordinarias ciudades del más excelso diseño arquitectónico. El arte se encarga de completar la vida de un individuo que jamás será esclavizado a la miseria que somete al espíritu. El ‘Pijoaparte’ vivirá su historia al lado de una bella joven de la aristocracia catalana, para finalmente desbarrancarse como todo buen antihéroe. Mientras tanto, él vive...

 “CAMINAN LENTAMENTE SOBRE UN LECHO DE CONFETI y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado... La solitaria pareja es extraña al paisaje como su manera de vestir lo es entre sí: el joven (pantalón tejano, zapatillas de básquet, niki negro con una arrogante rosa de los vientos estampada en el pecho) rodea con el brazo la cintura de la elegante muchacha (vestido rosa de falda acampanada, finos zapatos de tacón alto, los hombros desnudos y la melena rubia y lacia) que apoya la cabeza en su hombro mientras se alejan despacio, pisando con indolencia la blanca espuma que cubre la calle, en dirección a un pálido fulgor que asoma en la próxima esquina: un coche sport. Hay en el caminar... esa lentitud ideal que nos es dado gozar en sueños. Se miran a los ojos.

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Con descaro —como toda andaluza—, me ha respondido la sevillana: «Y cuál es tu pregunta», a lo que, conteniendo mi enfado, le espeto, como todo descendiente de vascos: «Tú has sugerido que los medios digitales no están produciendo la riqueza conceptual en ensayos y artículos de fondo, como los que se editan en forma impresa. Pero en tu patria, los periódicos El Mundo y El País [a los que he dado seguimiento desde hace más de una década], y los diarios de circulación nacional en México compiten entre sí, realizan un fiero escrutinio entre ellos y respecto de las otras modalidades de expresión, como la radio y TV, lo que amplía la riqueza de ideas, crítica, análisis, planteamientos e incluso expresiones artísticas, todo lo cual ha modificado las formas del pensamiento y la reflexión. Los antiguos periódicos de prestigio, querida señora, son cada vez más una expresión digital».

Previo a esos intercambios, he vuelto a constatar la miopía de las jóvenes promesas al no distinguir —¿Renunciaron a la Intelligentzia?— entre el último momento del S. XX [los historiadores lo marcan en 1989, antes de la caída del Muro de Berlín] y el inicio del S. XXI [CNN transmite en vivo el bombardeo a Bagdad, 1991]. Lo que sucederá después, de 1993 a 1995: establecimiento de los puntos de acceso de Internet entre Universidades mexicanas y apertura de este servicio al ámbito comercial, así como la proliferación del celular (1997), son eventos que corroboran la llegada anticipada del tercer milenio (2000/2010), simbolizado éste en la explosión de millones de datos, mensajes, imágenes y conocimientos que se intercambian. Emergen las redes sociales.

¡Carajo!

Entre el corte de esa última década (noviembre de 1989) y el inicio del nuevo milenio (enero de 2001) transcurrieron menos de 12 años, y diez años después (2011) el periplo —la travesía del tiempo— entraña un cambio gigantesco, porque un segmento mayúsculo de la población, en este caso, mexicana, algo así como 50 millones de habitantes jamás podrán aprovechar las TIC’s en una mínima proporción como los bebés y niños que ya nacieron en el tercer milenio [mayores a 40 años no están invitados al juego].

De ahí mi sorpresa tras escuchar a algunos estudiantes, luego de la conferencia dictada por doña Pastora, nuestra amable visitante, preocupados por los usos incorrectos, inadecuados, de la multimedia, cuando deberían ponerse a leer —instruirse—, estudiar ciencias exactas [¿Es mucho pedir?] y proceder en consecuencia a preguntarse... ¿Qué van a hacer de sus vidas si no están perfilados [Any fitting at all] para la Economía del Conocimiento? ¿Podrán presentarse con dignidad ante la Sociedad del Conocimiento? ¿Sobrevivirán a la despiadada competencia del instante/cosmo... la Rediviva Era de Babel?

La aldea global como concepto data 43 años —Marshall McLuhan, 1968—, y los de mi generación leíamos a mediados de los 80 a Juan María Alponte y antes a Manuel Buendía y mucho antes a Julio Scherer García, alcanzamos a conocer el periódico que fue una leyenda en México —Excélsior—, del cual derivaron la Revista Proceso y los periódicos Unomasuno y La Jornada, y desde niño tuvimos acceso a El Norte de Monterrey, ahora Reforma para todo el país, agréguese Milenio Diario y como siempre, El Universal. [No olvidemos que de Plural, la revista que entonces publicaba Excélsior y dirigía Octavio Paz, éste fundó Vuelta y ahora Enrique Krause dirige Letras Libres.]

“No le pidas peras al olmo”; no confundas lo que se publica y difunde en Twitter o Facebook con lo que The New York Times, CNN, la BBC de Londres o incluso Al Jazeera divulgan en tiempo real. Lo mismo, espera y date chanza de incursionar en el arte, si acaso el análisis matemático no es tu fuerte, porque en ese mundo de tantas aristas, recovecos, subterfugios, túneles, sótanos y laberintos, plasticidad al gusto, sensaciones múltiples y belleza, probable encontrarás la ensoñación que te aporte tierra, piso, pegamento, bisagras, y quizás evite no enredarte con el apotegma mcluhiano de entender, interpretar, comprender los medios —la multimedia—, simple y llanamente como expresiones del que piensa servírselos de cena.

Me pregunto, ya en plan de sorna, ¿habéis visto Fanny y Alexander?... el ocaso de Dios o la coincidencia del hombre tras una misma raíz que data del Antiguo Testamento; el milagro implorado por un viejo judío para salvar a los niños del mal oculto tras el crucifijo que oscila como un péndulo; la famosa anticipación de August Strindberg: “Todo puede ocurrir / Todo es posible y probable / No existen ni el tiempo ni el espacio / Sobre una base mínima de realidad / la imaginación teje nuevos diseños...”; la bondad y sabiduría de la patriarca (y su nuera) —cómo no, ¡mujeres!— tomando las riendas del teatro familiar que por décadas ha dado brillo y esplendor a Suecia... [De nuevo, pregunto: ¿Alguna vez has visto una obra de Ingmar Bergman?]

No es ocioso, así parezca, mientras no consideremos a la abuela en aquel cierre de film con el que concluye (Bergman) su tarea fecunda, y deja sembradas todas su tesis, expresando esa abuela con libro en mano —El Sueño—: «Ah, ése misógino», y que la madre de Elias Canetti quien “era por naturaleza desconfiada, y había encontrado en Strindberg, para ella el más inteligente de los hombres, la razón de su desconfianza”..., sí, no es ocioso mientras no caigamos en cuenta que la creatividad, si bien puede producirse en cualquier latitud, cuánto ayudan las condiciones favorables para hacerla propicia, y no es lo mismo una metrópoli [considero sólo la City] que genera la quinta parte de la producción nacional en bienes y servicios, cuyo nivel promedio de ingresos es el más alto de México, y en sus calles, oficinas, aulas, institutos científicos, empresas de la multimedia y de las TIC’s, museos, galerías, cines, teatros, restaurantes y cantinas (y estadios) confluyen las lenguas y razas del orbe; en efecto, no es razonable ni justo ni de buen gusto hacer comparaciones... mientras no despertemos de nuestra ignorancia.

Para asegurar dramatismo real a la era de lo virtual, dejaré la estampa congelada en la memoria del celuloide que el mayor poeta del cine ha ofrendado al hombre, la creación onírica mejor lograda a lo largo de la Historia del Séptimo Arte, a quien Ingmar Bergman le rindió EL HOMENAJE. Usted puede ver desde su butaca de preferencia la neblina al fondo de un paisaje donde las palabras existen calladas, como sólo el sueño de Andrei Tarkovsky dibujó en lo continuo de un sentimiento exquisito: ‘Nostalghia’.

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Carlos Riojas además de hombre sabio es un profeta y alquimista (si no, no sería sabio), ya que transmuta acontecimientos que me son ajenos, en porvenir aún no descrito, y como tal cumpliré la palabra que a él —libre de estas desmesuras— le endoso en toda la grandeza de la vastedad de Santiago. No es poco, considerando que en esos límites —no más allá— despuntan expresiones de arte que han trascendido y ennoblecen a México. La Santa Rosalía ha bendecido a sus hijos poetas otorgándoles dones, como sus cantos, murales, esculturas, películas y performance como pocos, y a eso deben la inmortalidad, un lugar en la Tierra y en la noche cosmo.

Romperé entonces con todo protocolo a la usanza de las redes de Babel: no existe protocolo que valga, intentando dar un pequeño anticipo de lo que arriba apunto... el tiempo mítico de la ecuación que una inteligencia apta espera demostrar: lo inédito, al menos espero...

Y para hacerlo más confuso —debiera decir: inextricable—, agrego que la fortuna me ha  vuelto a echar la mano: el más hermoso recuerdo de mi adolescencia, ¿puedo decir tu nombre?, motivaron (cito sin detalles) con horas de diferencia a lo aludido por Riojas, la corrección o enmienda a una estúpida decisión, como otras que revelan mi paso por la vida; para eso sirven los reborujos...

¿Alguien entendió?

«Qué crees que qué», me decía con su fresca y despampanante sonrisa, sus ojos de un brillo intenso que el sol de Camargo encendían para darle a ese castaño, un toque de miel, de tal fulgor que sólo he apreciado en alguna de mis travesías tropicales, pero aquí eran de un abril de primavera de cualquier año, de esos parajes que envidian nuestros paisanos kilómetros a la redonda, cuando la temporada prepara el hechizo igual que en “Un domingo en la campiña”.

En aquella película, el Cine Latino me devolvió a Camargo. El abuelo, reunido con sus hijos y nietos, tocado por un destello, abre la ventana y en su estudio las pinturas dan un vuelco para salir al día que brilla intensamente. Por ese milagro de aquel destello, por fin vuelve a triunfar el arte. Después de tantas décadas concluye un ritual cumplido; y ahora, de par en par, buscando nuevas expresiones, rompiendo los tabúes, ajeno a la mediocridad de su descendencia —no su inteligente y hermosa hija que le acompaña en su nueva vida de artista trascendido—, se ha transmutado por gracia de una resurrección... como la que en ocasiones puede conceder un estadista; ésta, otra bella mujer, que demuestra que los políticos sirven de algo; ella como mujer que también aprecio por su estampa, al haberse comprometido, porque ese fue su deseo manifestado tras un viaje desde el Sur de Borges al Castillo de Chapultepec, que recuperaría el Ejercicio Plástico de Siqueiros... Gracias, Cristina Fernández de Kirchner.

Gracias Claudia, que estas letras son para ti, que por teléfono he vuelto a escuchar tu voz exactamente como recordaba, precisa, clara, valiente y sólida, sin fisuras, la audacia y bravía que tanto añoro de mi gente de Chihuahua, extraviada por la mediocridad o la desidia —no sé qué duele más—, pero hoy tras titubeos de mi propia inseguridad, lograste que recuperara mi origen, sentir de nuevo esas mañanas y su aroma límpido, fresco, y en alguna lluvia el inigualable olor a tierra mojada donde se dice las mujeres más bonitas de México nacen. Esto solía escuchar en radiodifusoras allá en la gran ciudad, y les creo. He viajado por todo el país, conozco todo México, bajo condiciones de holgura y suficiencia, sin límites, diría que con excesos, los más, y puedo confirmarlo.

Dije abril que se extendió hasta julio, ¿agosto?, y aquella bicicleta y una esclava de oro siguen mordiendo mis recuerdos, que como al ‘Pijoaparte’ y su absurda e inoportuna acción le cuesta perderse una última tarde con Teresa... Pero yo tengo mejor suerte, y es tu hermana que, en Camargo como en todo Chihuahua se acostumbra, desde su troca me avisa que ya vienes de regreso, pero mi timidez no me abandona y días después pierdo momentos clave para asegurar ese amor que ya siento por ti, y que todo inició cuando Ricardo me dijo: «no te atreves a pedirle su Skiper».

La vida no puede ser más absurda y la poesía más oportuna, pues cambiaría todas mis palabras, si acaso hay una que valga, por regresar a ese momento, y este día no hubiese existido; de modo que estas palabras tampoco estarían incrustándose en este papel virtual, casi imaginario, si no fuera porque sé que llegarán a ti y abrirán tus recuerdos, como tú lo viviste; harán el ‘clic’ que debí de haber concretado; sonarán entre tus venas al igual que se estrellan y provocan mi corriente verbal; empujarán al sueño hasta que se materialice y el sol vuelva brillar en una primavera como la que hace algunos instantes ha dado comienzo, y nuevas y genuinas atenciones te ofrezco... en este poema a Camargo y a ti por delante.

®

En la prepa, Héctor, Javier, Peña y yo usábamos la greña larga, pero éramos hippies que nos bañábamos, ¡Ja! Otros amigos, los del fútbol, diferentes pero con los mismos sueños y expectativas, hacíamos grupo aparte: Medrano (Ricardo, el de la apuesta que le gané), Herrera, el Chito Cano, El Indio, La Polilla, así como los otros que se cocían aparte: Tero, José Inés Loredo, Ernesto, discurriendo ideas extrañas al resto, si acaso nos llegaban a escuchar. Con Jaime la amistad para organizar los bailes; con Tero para platicar de física y matemáticas; con Ernesto y José Inés, de ideas “mayores”; con Ricardo, Roberto y Chito, para escudriñar en la Guerrero y soñar despiertos... Pero con Peña tenía una especie de ceremonial: beber cerveza y jugar al billar [carambola], hecho que en una ocasión, muchos años después, salió a relucir en una breve relación epistolar que sostuve con el gran Germán Dehesa:

«Ánimo, estimado Germán... que hoy es viernes y "hoy toca", lo cual me devuelve a mi etapa en la Preparatoria de Camargo, Chih (1972-75), cuando un compañero (Peña) y tu servidor nos decíamos: "Hoy es viernes, ¿qué tomaremos?" Pues en verdad, sólo acostumbrábamos las famosas jarras de cerveza Cruz Blanca».

Resulta que Dehesa había contraído una infección en los ojos, y todo lo que le sucedía lo relataba con su chispa inigualable de genio..., pero ya nos dijo adiós. El buen Germán...

Llámenme ‘Mike’ debe de estar contento porque sin necesidad de recurrir aún a Sábato, pude trazar algunas líneas que de forma tangencial podrían evocar reminiscencias de una tal ‘Alejandrucha’, y menos aún sin haber tenido que citar “El túnel” para ocuparme de la locura de un pintor, pero esos serán temas de mañana cuando la ciudad cada vez más se perfile en el horizonte, no sin antes decir, ya sin temor alguno, que regresaré a Chihuahua única y exclusivamente a tomarme un café contigo, Claudia.

La moneda está en el aire...

Más que recuerdo
es la música
con sentido claro.

La vida es contada
con el sonido
que siempre clama...

¡Aún te amo!

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Cambio de luces. La velocidad adquiere otro matiz y relieve, y la respiración se desplaza de un tranquilo aparente a un éxtasis envolvente, en la noche de una autopista casi desierta que se inclina, segundo a segundo, kilómetros más, tierra adentro, hacia el Océano Pacífico con Maná como guía y acordes firmes dictando, no seas lento, vas encendido y pleno, después de haberte sometido a una rigurosa dieta española —lo más vasto que puedas digerir— y más tinto y tragos fuertes, ya que desde esa tarde un famoso huésped habita Almoloya de Juárez.

Open Road “Tú sabes cómo te deseo / Tú sabes cómo te he soñado / Si tú supieras que me muero / Por tu amor y por tus manos...” – claro y directo, duro y a la cara, embistiendo o tragándote el paisaje como lo has hecho siempre, ahora que te ha sonreído la fortuna de semanas privilegiadas [sin olvidar los textos a la Quinta Esencia]... te tomas un buen relax. Has huido de la urbe y avanzas en la noche cosmo y la musa a tu lado. Aprovechas también las circunstancias inéditas que vive México: una Historia Moderna cancelada; aunque primero, como un metal frente a su imán, son arrastrados por el espíritu de Quaunáhuac que promete un largo fin de semana. Pero es Toluca, una fría y desangelada ciudad la que divisas y evades a tiempo, para internarte en la maraña de caminos donde los Almoloyas están de paso, sólo para saludar, a manera de adiós, adiós, hasta nunca, y a darle vuelta a la página, a otra cosa mariposa..., Patricia se percata, su sexto sentido apela, ha visto el brillo extraño del animal, y sale volando un caballo a la vera del camino; más eso no importa, sabes que la gasolina se agota y vas franco, descendiendo a alta velocidad, poco antes de que amanezca para descansar en Ixtapa Zihuatanejo. “Pero tú ya tienes otro / Un tipo frío y aburrido / Un tonto que es un reprimido...”

Inner Circle. Dos años antes, el tema de conversación se había ceñido a examinar las raíces del pensamiento político mexicano. Don Jesús Reyes-Heroles ha ocupado la parte del análisis que todo mundo quiere incorporar, a sabiendas de que el ungido deberá ser experto en el ideólogo priista, pues desde hace unos años quien dirige la Nación fue adoctrinado por el más fiel y representativo discípulo del pensador criollo. El ‘Teacher’, brazo derecho de Don Jesús décadas atrás, hombre de todas sus confianzas, es ahora el cerebro que tras bambalinas diseña y opera el arte de lo posible. De ahí el requisito de tener muy claro y bajo absoluta comprensión, quiénes fueron esos liberales europeos, sudamericanos y de los albores del México independiente, cuáles sus obras y a quiénes enfrentaron, para a la postre haber redondeado el sólido e incuestionable Liberalismo [Social] Mexicano que Reyes-Heroles estableció como única vía hacia un perfil de largo aliento... Poca cosa.

No es extraño que “al día siguiente”, ya apoltronados frente a la playa, Patricia me pida, una vez más le platique de José María Luis Mora y su némesis, Lucas Alamán. Y más extraño aún, porque el automóvil quedó sellado e impregnado con la piel de caballo —que prácticamente logré esquivar—, hecho incidental (insignificante) para esos días aciagos (y otros, meses antes) que convulsionaron a México. Sabemos que Ixtapa es un lugar aburrido, y ahora sabemos que ese tema de conversación cedió paso a la noticia que marcó todo el sexenio de Zedillo, por lo que cumplida la hazaña, prestos enderezamos la nave y partimos al lugar de recreo por excelencia. “Cómo no..., no me digas que no...”

Por supuesto, ya relajados podemos escuchar música distinta que, si bien no encaja del todo con la costera del Pacífico mexicano, me permite reorientar el tema de conversación con quien jamás he perdido pausa, letra, sílaba o silencio, bendecida por la belleza e inteligencia que no ofende, contrario a la Doña [María Bonita], porque aquélla es además simpática y generosa. Win Mertens [Maximizing The Audience, Struggle For Pleasure], con quien tiempo después tuvimos el honor de platicar a la salida del concierto que dio en la Sala Netzahualcóyotl [Centro Cultural Universitario, UNAM], nos alegra el paisaje previo a una hermosa puesta de sol en el milenario Acapulco.

Entre los gustos sibaritas que se obtienen en el Puerto, ya de noche, además de cenar en alguno de sus restaurantes donde puedes apreciar la bahía más hermosa del mundo, es subirse a una calandria y solicitarle al conductor —hablando de caballos, perdón— un trayecto tan largo como sea posible. Con la brisa envolvente del mar, la cadencia del trote y los movimientos acompasados del carruaje, más la siempre discreta y recatada anuencia del “chofer”, te concedes la libertad que aún, sin proponértelo, el momento como un todo integrado y pleno termina por indicarte cuál debe ser el papel que uno y otra jueguen bajo el murmullo de las olas..., aprovechas los exóticos vaivenes y el resto corre por cuenta de la naturaleza, que siempre termina por imponer sus propias reglas. Por eso, Acapulco es Acapulco. No existe un lugar de mayor magia y embeleso en todo México...

Las musas y yo. Robert Graves entendió el lenguaje poético como una forma de lenguaje mágico empleado en el Mediterráneo antes de la Antigüedad Clásica, que en forma codificada se celebraba en honor de la Diosa Blanca —la Luna—, también conocida como Musa. Para que surtiera efecto y perdurara el hechizo, el poeta jamás se casaría con la musa, es decir con esa Diosa, y así tendría efecto el lenguaje de toda poesía verdadera. Tal desventura del hombre está demostrada a lo largo de la historia de la creación artística, pues la mayoría de las obras [poesía, pintura, música, canto, baile, actuación, escultura, arquitectura, cine, fotografía], si no es que todas, han derivado de desgracias a causa de un amor no resuelto o que luego se malogró.

No obstante, y como un consuelo, viajar te acerca a la inmortalidad [más, si tienes a Mertens orientando tus pasos...].



All saints revile her and all sober men
Ruled by the God Apollo's golden mean-
In scorn of which I sailed to find her
In distant regions likeliest lo hold her
Whom I desired above all things to know,
Sister of the mirage and echo.
Todos los santos la vilipendian
y todos los hombres graves
que se rigen por el justo medio del dios Apolo, despreciando a los cuales navegué en su busca
a lejanas regiones, donde era más probable
encontrar a la que deseaba conocer
más que todas las cosas, la hermana del espejismo y del eco.


La Diosa Blanca.- Robert Graves
(Fragmento)

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La noche cosmo adquirió talla, soporte y estructura, de los pies a la cabeza, de “una pasión sufriente, muy enloquecida” que todo superviviente debe consignar como un daño menor —o una pecata minuta— ante tanto avatar que evidencia su casta de antihéroe. El Parque México no podría negarme dos horas de sueño, 15 de amanuense y el resto malgastado en tragos y corrección de espalda que aquella mulata de los caminos del sur me propinaba de buena o mala gana —difícil saberlo—, con sus cambios de humor insoportables, si no fuera por su hermosa estampa, erguida, atlética, de sangre africana, indígena y quizás algo moruna. Extraña mezcla: cabello negro abundante, largo quebrado, ojos entre orientales y moriscos, piel canela y labios finos, delineados en una bella sonrisa. Así era, ¿es?, Adriana. Tal vez los mejores o más intensos poemas le escribí a esa mujer que terminé perdiendo con gran dolor y amargura; claro, la pérdida irreparable de esos escritos inmersos en tanta pasión desmedida y conflictuada. Por eso quiero que estas líneas consignen cómo advertí la génesis de la noche cosmo, la ciudad abierta y abismal, profunda, en claro-oscuros, que sí te hace vibrar y te emociona, te estruje, te cimbra, te derriba, pero que siempre te da la mano —la más generosa— para que vuelvas a repetir tus mismos pecados..., de preferencia al lado de mujeres como aquélla... hermosa e irrepetible... loca.

En cierta ocasión, en una comida donde concurrían algunas de las rarezas que va acumulando la ciudad, entre músicos, pintores, actores, arte-zánganos, filósofos trasnochados, pitonisas, en todos los géneros que Dios permite —que no discrimina—, se me ocurre decirle a mi adorable aglutinadora de ese mundo tan dispar [locochón, se decía entonces], que ella me evocaba a ‘Madame Verdurin’, la célebre concitadora y patrocinadora en la aristocrática París de finales del novecientos de “En busca del tiempo perdido” [Marcel Proust], a lo que aquella fina audiencia, tan culta e ilustrada, reaccionó con disgusto creyendo que me mofaba. Por supuesto, nunca habían hojeado alguno de los tomos de la novela más importante en la historia de la literatura..., como también es considerada el “Ulises”, de James Joyce.

Pues ese era el micro mundo en donde un día apareció la tal Adriana, con su enigmática belleza, voz de terciopelo como toda flor de mayo, una Venus de noche que cuando se tiende (y saben a lo que me refiero) demuestra la razón para la cual fue concebida, pocas ideas, múltiples expresiones que no requieren vocalizarse, sensaciones al límite del placer de un ser que en su gestación confluyeron diversas razas, sangre, ritos, creencias, supercherías o ideologías, como usted quiera catalogarlas. Aún así, el ambiente que reinaba en esas tertulias era libre, desprejuiciado, abierto, apolítico, porque esos raros espíritus suelen estar desprovistos de confusiones que no tengan que ver con el placer, lo eterno lúdico.

Aunque también la fidelidad de los hechos obliga a consignar otros momentos cuando la noche cosmo asomaba aquí y allá, considerando el fiel parámetro de reencuentros con mi musa, nunca previstos, siempre deseados, las más de las veces fortuitos. Ella aún como economista formada en una Universidad neoclásica, donde la conocí, proveniente de familias europeas (española y francesa), políglota y fina en sus modales de una estricta, educada conducta conservadora (la española), tenía para mi bendición y usufructo personal el libre y fresco talante heredado del padre de ascendencia francesa; una “shulada de hombre”, tan extraña es la vida que en ocasiones incorpora tintes tele novelescos, pues nació en un poblado muy cerca de mis orígenes [siempre se sintió originario de la Santa Rosalía]... Decía, que esa educación formal, para un descendiente de la cultura sencilla, plana, desabrida, monótona que nos caracteriza en el norte del país, me cayó de perlas, porque aprendí los pequeños detalles que son imprescindibles en las actividades cotidianas de una de las más importantes urbes del mundo. Empero, lo valioso de aquella experiencia, como insinué, se dio en cierta ocasión en que un joven baladí, precario de mundo, la buscaba afanosamente y, nadie sabe para quién trabaja, aquella simple comparsa nos proporcionó a Patricia y a mí una noche de esas que son para recordar.

Lo primero, unos tintos en su magnífica casa que siempre le critiqué, porque para mis ojos, ya educados entonces, me parecía un museo como aquellas casonas afrancesadas del porfiriato. Era impactante, recargada de objetos, pinturas, luces, sofás, sillas y espejos, que fatigaban la vista. De su residencia, por iniciativa de este muchacho, nos internamos en los antros de la época, primero lo light en Insurgentes Sur con Valet Parking y otras comodidades. De ahí, ya entonados, iniciamos el verdadero descenso de la noche, que debo clasificarlo como una real ascensión a lo que mejor caracteriza al México que sabe y cala, arde..., Las Catacumbas, que al poco nos pareció insulso, por lo que tomamos rumbo a un lugar más denso, un antro cuyo nombre no recuerdo en la mismísima Colonia Doctores, donde siempre hay que atreverse, tener valor para saborear la especialidad chilanga: el danzón, la rumba, cumbias y salsa por todas partes, mujeres vestidas de colores inverosímiles y olores de fragancias difíciles de discernir, los ojos enrojecidos unos, con las pupilas agigantadas otros, adormecidos o afiebrados, dependiendo de sus consumos o fortaleza, pero ahí la neta era lo que podías palpar, saborear en cachondeos abiertos, sin miedo a trifulcas porque todos sabemos a qué vamos y no somos envidiosos, tampoco egoístas, menos limitados. Mi buen cuate empezaba ya a sisear y perder la forma estrictamente vertical, sería su inocente juventud, nutrición o capacidad de aguante, lo cierto es que ya en ese momento Patricia era toda mía. Desesperado, el chamaco sugiere irnos a terminar la noche, ¿cómo?, a Garibaldi, donde todo mexicano debe cumplir con ese requisito de nacionalidad proba y sin fisuras; total, ¿ya qué? Entramos al principal salón de baile con música diversa; no sólo mariachis, se supone y entiende, ya que también suena la música de tríos (por qué no) y bandas que se van turnando. Mi pobre cuate, la fiel comparsa de mi musa, empezó a caminar trastabillando entre las parejas que bailaban, todo aquello a su máximo, y de repente ya no supimos más de él cuando uno de los grupos toca la canción de moda de Los Bukis, “Tu cárcel”, y Patricia se levanta como un trompo y me conduce con sus hermosas piernas de antología casi al centro de la pista y yo ya no sé qué hacer, toda ella envuelta en mí, vibrando y absorbiéndome de tal manera que el baño se tuvo que transformar en sucedáneo para poder finiquitar ese baile total. Esta es una de las versiones dulces, amigables, redentoras de la noche cosmo. La noche de la Ciudad de México.

Podría concluir esta breve crónica apuntando que cerca de Reforma, a una cuadra del emblemático El Caballito de Sebastián, del lado de la Colonia Guerrero, afuera de un hotel de paso creí haber visto a nuestro amigo extraviado, y junto a él una muchacha flaca que sólo alcancé a escuchar que le decía: «Ni modo, “aquí nos tocó, qué le vamos a hacer...”», pero no tengo ningún derecho de inventar y menos aún, plagiándome a Carlos Fuentes en su final de novela, magistral, contundente, “La región más transparente”.

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«Tu nombre me sabe a un sueño que aparece y me orienta; al origen perdido; a un mágico deleite..., y a un despertar en mis lejanías en total y absoluto control del daño, siempre despierto, insomne, sonámbulo, con una conciencia atroz, de tan profunda y verdadera que el dolor ya no me alcanza. Soy sólo un hombre sin vestigios: perdí mis asideros cuando me extravié una tarde que no tuve la decencia de exigir-que-te-amaba. Esta será la expresión —qué ironía— que podría inmortalizarme, aunque aún me quede vida para redimirla: “Nunca te exigí que te amaba”»

Aún suenan esas palabras alrededor de mi escritorio y rebotan desde la pantalla de mi compu y no logro ponerlas quietas, firmes, en sosiego, que ya no me ‘abrumen’ [este verbo también me lo estrelló en la cara, mi preciosa Claudia]. Y en un intento de exorcismo desesperado, tuve que recurrir al mejor de mis amigos...

—A días de mi retorno, Meny, y no haces ruido... Por cierto, acabo de tener un extraño reencuentro con mi lejana adolescencia. ¿Leíste mi más reciente avance de este periplo sin ton ni son, que un amigo de La Obrera, luego de días de farra, terminó por bautizar eso que entonces era una promesa y hoy una aventura descarriada: “Los chiles tristes”? Será porque somos mexicanos y luego, después de tanta disipación algunos suelen caer en la “depre” como ahora se le dice pomposamente a esta neurosis, y no existe palabra más utilizada que ésta —el chile nacional—, sólo superada (eso sí, por mucho) por el verbo, adverbio, sustantivo... y toda la gama de usos que en millones de frases colocamos la famosísima ‘chingada’. Por supuesto, no le iba a poner “Los chiles de la chingada” porque aparte de que no suena muy poético, ya sabes cómo andan ahora los retrasados mentales.

Mi amigo Manuel recibió como obsequio de bienvenida a Chihuahua, allá a principios de los 90, este apelativo, y a la fecha no estoy seguro si esta forma amable que un sobrino le endilgó, en verdad le hace gracia.

— ¿Cuándo llega, o cómo está el asunto? Tengo tiempo de nada en estos momentos, lo bueno es que apenas acabo de firmar contrato, espero que llegue mitades de abril para poder invitarle a comer, de perdida...

Meny me habla de usted, muy raro porque es chilango. Más bien, creo que lo hace no por el respeto que yo le merezca (lo dudo), sino por su proclividad al mundo del ballet... No, no es cierto, sino porque siendo Cinta Negra, ¿décimo Dan?, o quién sabe dónde vaya en ese mágico mundo espiritual del Karate-do, lo mantiene verdaderamente ceñido a una conducta de respeto por sus semejantes. Aunque ¡aguas!, no lo vayan a provocar; no se los recomiendo.

—Quizás por esos días ya me encuentre en México. Quería comentarte que tuve un reencuentro con mi primer 'amor', que ocurrió en Chihuahua. Sólo hemos platicado por 'fon' pero me movió el tapete. Acabo de hablar con ella casi dos horas, y me ha causado un revuelo formidable, muy chingón, que pudiera traer alguna consecuencia; voy a echarle ganas, y veré si puedo recuperar parte de lo perdido. Está cabrón, ¿verdad? Regresaría por ella y hasta me la robaría. (Verdad que no he dejado de ser un baboso adolescente, caray). En fin, para mí es una historia increíble por lo absurdo que suena. Nada más imagínate cuánto hemos cambiado, aunque ella se ve muy bien [en Facebook], y es toda una deportista, independiente y ya hasta abuela... Bueno, luego me cuentas tus impresiones sobre este rollo que está sacado de los pelos...

—Pues eso está muy chido, y si ella no tiene compromiso pues ya está; además es importante entender que por algo apareció, en caso contrario le hace bien al cuerpo tener esas sensaciones de antaño. No olvidemos que nuestro cuerpo también tiene memoria.

—Pinche Meny, qué filósofo y sabio me saliste. ¿Cuándo aprendiste toda esa nomenclatura?

El bato como es muy propio, no se da por aludido, pero no le queda otra que decirme que me felicita y que le salude a Claudia. Pero yo sigo enrollado como un loco y también me hago el occiso:

—Sí, está muy chido, pero igual muy cabrón (insisto)... Me pone como el personaje de la canción que volvió más inmortal a Chaplin: "Candilejas"... Es menor que yo cuatro años pero parece como de 15-20 al menos la diferencia entre ambos, así nos vemos...

Luego, encarrilado como voy que ya no puedo detenerme, agrego:

—Dice recordarme cómo era con mi greña larga, mi forma de caminar con las manos en las bolsas de mi pantalón de mezclilla, que se emocionaba muchísimo cuando me veía en la Guerrero, la calle donde nos reuníamos en Camargo todos los chavos; cuando la llevaba de la mano, y que todo mundo nos recuerda como una pareja muy feliz. Nos envidiaban... ¡¡¡No lo sabía!!! Y mi amigo soplándose todas estas palabras endulzadas, qué digo, embadurnadas de mocos de juventud.

—Pues ahí te dejo esa, Meny, y ahora sé que un día regresaré por ella. Me dijo que sí me espera (aunque también sé que muchas cosas pueden suceder en ese ínterin). Luego te sigo platicando...

Uf, pobre Manuel, haber tenido que aguantarme casi media hora con mi mono tema.

Pero, ¿a poco a ninguno de ustedes les pasó algo más o menos parecido, y que nunca se lo cuentan —a menos de que estén pedos— a sus esposas (o que ellas lo estén, que es mejor)? Ahora resulta que nunca se enamoraron como idiotas cuando eran púberes y metieron hasta el choclo echando a perder lo que aaaaños después lamentan pero ya no les sirve de nada. Cometieron el gravísimo error de casarse con quien no amaban y aún siguen con ellas, o ellas los siguen aguantando. En fin, que bueno que existen las redes del ciberespacio para romper las redes del espacio castrante —chin, quise decir cercenante... ya he dicho muchas majaderías, no vayan a censurarme las pías almas que tanto cita Catón—. Lo que sí estoy seguro es que tanto ellas como nosotros (o entre ellos y entre ellas) ya no aguantamos tanta hipocresía, y esto me recuerda [ya me parezco a Proust] un breve homenaje de hace unos meses que le hice a Elizabeth Taylor (como si le hiciera falta), quien acaba de fallecer, en aquel papelón que interpretó con su genial pareja Richard Burton en la película “Quién teme a Virginia Woolf”, precisamente con este tema sobre no hacer lo que en verdad queremos: “sus personajes, durante una turbulenta noche, ya hartos de sus simuladas ilusiones deciden despojarse de toda hipocresía...”

Dicho lo anterior, queridos (e) lectores, por favor no me juzguen si he pecado de cursi, o parezco ingenuo, soñador, obsoleto, anacrónico..., ante sus ojos justos y racionales, pero el amor es el amor, ya lo dijo Don Perogrullo, que ese sí no falla.

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Incluso Vasconcelos le concedió espacio en sus memorias al describir la belleza exótica y sensual de esas mujeres. El filósofo mexicano, en un viaje hacia Nueva York, aseguró que su color de piel y formas exquisitas difieren del de sus hermanas de Estados Unidos o de África, por causa de la brisa y corrientes marítimas que bañan esa isla... donde el viajero queda por siempre encallado, prisionero al embrujo, que como ningún lugar en la Tierra, vulnera la voluntad del hombre. Es Cuba. La segunda parte de esta sentencia me atañe, y es de mi entera responsabilidad.

—Salgo de viaje a Antigua (Guatemala), le dije a Patricia, porque ya es hora de observar con los ojos de Luis Cardoza y Aragón, “las líneas de su mano”. Tengo pendiente este viaje y no quiero posponerlo más...

Inquieta como es, me dice que puede acompañarme, lo cual siempre es mejor, dada su generosa compañía y la protección que siempre nos hemos procurado, aunque más bien ha sido ella la que me ha sacado de situaciones difíciles y apuros.

Empiezo a darle detalles de cómo creo podemos efectuar el viaje, y que no considero pertinente un desplazamiento a la zona maya guatemalteca, de tanta importancia como la que se ubica en nuestro territorio, porque el propósito que me mueve es vivir durante unos días esa ciudad que fungió como la capital de los chapines y que fue duramente golpeada por una serie de terremotos, pero la historia y raíces nacionales descansan en buena medida en ella. Fundamentalmente quiero releer la obra de aquél ilustre poeta, ensayista e ideólogo —originario de Antigua— que nació, como Jean- Paul Sarte, en un solsticio de verano. A él se le atribuye una frase total y definitiva sobre la motivación intrínseca de estas u otras letras en permanente movimiento: "La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre".

En el trayecto a la agencia de viajes en Paseo de la Reforma, perímetros de la clásica Zona Rosa..., sería por la sensación y espíritu bohemio que por décadas destiló esta área turística y que José Luis Cuevas y Carlos Fuentes en un café que hace la esquina de Hamburgo y Génova le confirieron dicho título; sería porque después de que nos entregaran los boletos de avión y hacer reservaciones de hotel, nos iríamos a comer al restaurant La Mansión a dos cuadras de ahí, o a alguno de los que dispones en la famosa calle peatonal, Copenhague..., sería por un descuido de mi incontrolable movimiento de ideas, recuerdos, ocurrencia de citar datos..., que le menciono que también tengo pendiente mi viaje a Cuba, «porque sería más interesante (visitarla) con Fidel aún en el poder.»

¡Saz! Nunca lo hubiera dicho. Tan rápido como la excelente atención que suele obtenerse de la amabilidad chilanga, capacitada para atender con eficiencia el negocio de los servicios, modificamos nuestro ‘plan de vuelo’ y al día siguiente, en la madrugada partimos al paraíso. Al final de cuentas, allá también me estaban esperando otras raíces, las de Carpentier, Cabrera Infante, Lezama Lima, Reinaldo Arenas e incluso Hemingway, en fila, una tras otra. Mis sueños de toparme con ‘Sofía’; escuchar a la entrada: “Ladies and gentleman. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes... Tropicana, el cabaret MÁS fabuloso del mundo... «Tropicana», the most fabulous night-club in the WORL”; entrever la representación más puramente erótica del acto sexual en “Paradiso”; la cadencia y texto perfecto del mejor poeta cubano en su extraordinario “El Central”, y ya de pilón los daiquirís en El Floridita donde los manufacturó el mayor novelista viajero que ha dado el mundo, era ‘too much’, imposible despreciar.

La primera impresión al arribar es que tú eres lo más importante para ellos y te lo demuestran de manera fehaciente, además del privilegio de su encantadora voz que sólo los colombianos y jarochos compiten con tanta armonía y suavidad, acariciante, que te ‘compra’ de inmediato. Así es el pueblo cubano; ni qué se diga de ellas, hijas del linaje español y africano, portugueses, alemanes, holandeses, ingleses y las cepas más exquisitas que trajeron del Continente negro, una combinación asombrosa condimentada por el clima más benigno que puedas saborear.

En los distintos viajes que he realizado a La Habana, jamás me he podido embriagar, así de benigna es su ubicación en el más hermoso y fulgurante Caribe. Luego de conocer La Habana Vieja, pasear por sus calles, algunas semejantes a las que puedes apreciar en el Puerto de Veracruz y Campeche, San Juan y Cartagena de Indias, quizá un poco, ligeramente en Nueva Orleans, de comprar su fino tabaco, el mejor del mundo, deberás hacer un alto en el camino y degustar los ‘mojitos’ en LA BODEGUITA DEL MEDIO. Ya frente a la barra, un comedido jefe de bar nos ofrece la peculiar charla y algo más, al empezar a interesarse por mi musa, así de frescos y despreocupados son, me parecía este muchacho que en última instancia ejercía su chamba que a ustedes pronto se las ofrecerán allá donde casi todo está permitido. Por supuesto, Patricia encantada con ese ejemplar criollo que la colmaba de atenciones, ella con toooda la experiencia del mundo frente a estas lides, se dejaba llevar y él una y otra vez me repetía: «¿No te pones bravo?», nombre, no hay bronca, yo deleitado con tanta belleza que giraba a mi alrededor, y mojitos, daiquirís, luego ya tragos más fuertes que no lograban hacerme mella. De pronto se acerca a la barra una dama de curvilíneas expresiones y redondeces finas, esbelta, blanca y el famoso cabello quebrado del trópico, sonriente y muuuy atenta también y me mira de especial forma que le agradezco de inmediato por esa amabilidad y dulzura, ese azúcar inconmensurable que detenta la mujer cubana que se convierte en turrones, rones y demás (no encuentro la palabra, disculpen)... dones, y yo, simple vecino del desierto, la llanura como techo y sombra, ahijado de la noche cosmo, sediento desde que nací, me abrevo (eso sueño) de inmediato en su fuentes que me parece me están ofreciendo su perfecto pecho, ya dije redondos, altivos, soberbios, y que siga la fiesta, que Chihuahua también juega en esos parques de béisbol su deporte nacional. Percibo que a Patricia parece ya no gustarle esos ‘cambios de luces’, pero ya es demasiado tarde porque esa cubana no me suelta con su sonrisa y palabras, interesada extrañamente en mí. Quien de repente sí exterioriza molestia es el tipo de la barra, y entonces caigo en cuenta que esa chava es su ¿mujer?, ¿novia?, ¿hermana?, por lo que de inmediato le digo: “No te pongas bravo... aguanta”, y me seguí de frente sin medir consecuencias. Por fortuna, no pasó nada, excepto que un tanto fastidiada, Patricia me pidió que regresáramos al hotel.

Ya es de noche y ella quiere descansar, lo cual no está en mis planes, salgo al malecón y escucho música en vivo en un hotel contiguo. Atraído por esa sirena tropical me entero que ahí funciona un teatro de aquellos de los tiempos de Batista; pero no es un teatro, es más un salón de baile con un escenario donde se presenta un ballet y el capitán me invita a tomar la mesa que más me guste. El lugar está medio vació, pero lo suficientemente nutrido para compartir la alegría que transmiten las bailarinas y la orquesta en vivo. Pido una botella de ron cubano y hielo, única mezcla para las bebidas fuertes, excepto el coñac y el tequila que los tomo derechos. Luego de un rato, el comedido capitán me informa que, si así lo deseo, la chica que escoja puede venir a compartir mi mesa. No me lo dijo dos veces, porque ya había observado una que se me hacía la más atractiva, a lo cual me indica que tan pronto concluya el show viene conmigo. En ese momento estoy dándole gracias a todo mundo, a Patricia, sobre todo, por haberse cancelado.

La chica tendrá alrededor de 20 años, y es como me la imaginé oteándola de lejos. Algunos años después habría de resolver esa miopía, pero moverme por instinto o radar me había funcionado (lo que hace la ceguera). La idea —me propone—, es que me llevará a un lugar que desconozco pero que sabe me va a gustar, tiene experiencia a tan corta edad. ¿Qué me puede pasar —tanto que he discurrido por la noche cosmo— en esa isla donde la fortaleza hace inexpugnable la seguridad y preserva la sobrevivencia de Castro?, me digo con confianza. El trayecto resulta largo, recordemos que esa isla es la mayor de las Antillas, pero aventuro que pronto habremos de llegar a algún lugar mientras avanzamos por un camino denso en vegetación, el aroma del mar a nuestro lado y ella entregándome ya parte de sus encantos. A lo lejos diviso luces y bastante movimiento; la chica me dice, ya casi llegamos a la Marina Hemingway, con su timbre de voz cadencioso y dulce como las he descrito, y una sonrisa limpia, perfecta para unos ojos claros, ¿verdes?, y brillantes. Espléndido lugar, uno de gran relieve, de gran turismo entonces, y ahora, supongo, en homenaje al extraordinario creador de “El viejo y el mar”, que se supone ahí fue concebido (ese relato) de su vital escritura que arrastró a lo largo del mundo y no paró hasta meterse una escopeta en la boca, ya viejo, acabado. Pero la noche está plena, soy joven aún, dispuesto a comerme el mundo, y esa manzana apetitosa que está conmigo será para morderla al menos. La salsa y la maestría como mueven sus cuerpos difícil, casi imposible igualar, sólo aquellos mexicanos que nacieron con una dote extraña, impropio de nuestra raza, porque es la sangre africana purificada por el trópico y pulida al máximo por esos soplos marítimos, lo que permite algo que nunca más he visto, no sólo habilidad o técnica, más bien sentimiento puro, poesía, calor, amor, religión, entrega, sexo, que no termina. Lo que siguió después se enlaza de manera misteriosa con un hecho mágico que tuvo su detonación la noche siguiente que la volví a ver, luego de haberla visitado en su casa y haber conversado con su madre. Fue ese mini micro Big Bang el que marcó un derrotero distinto a mi estancia en La Habana, donde emergen otros personajes, es otra la trama, reaparece Patricia y la mejor expresión cubana que finalmente la isla me proveyó: la hermosísima mulata —La China— y la música del hasta entonces desconocido para mí, Rudy La Scala, cantante venezolano, que al escucharlo por primera ocasión pensé que era una mujer pero es que su timbre, quizá una imitación, semejaba a la de nuestro Juan Gabriel, pero aquél tropicalón.

Como fueron diversos viajes los que realicé a La Habana, a la que he denominado el mayor Downtown del mundo, requeriré un espacio adicional para intentar cubrir parte de sus embrujos que empezaron a prefigurarse desde que era joven, leyendo el mayor poema en prosa jamás escrito: “El Siglo de las Luces”, de Alejo Carpentier, el cual rompió mi concepción primaria en materia de arte narrativo y, como ya lo dije en algún momento, hizo posible que pudiera superar dos eventos que pudieron haber sido traumáticos: la despiadada expresión de soledad y vacío..., lo inútil de tratar de encontrarle sentido a la vida, que plasmó tan acremente y de manera perfecta, magistral, Juan Carlos Onetti, así como el desamor que casi me hizo sucumbir cuando perdí a Patricia [aún cuando siguió cerca de mí por tiempo indefinido y me prohijó cariño y hasta cierto punto amor], ambos eventos casi de manera simultánea y siendo muy joven, decía. Gracias a ‘Sofía’, el personaje central de esa obra cumbre de la literatura universal, pude sortear la gravedad de ambos acontecimientos: la narrativa desgarradora de Onetti y la pérdida de mi musa mayor.

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El caso era caminar por las banquetas, observar los edificios, subir y bajar calles, llegar a la Pequeña Italia o al más denso de los Chinatown; rastrear algún indicio de esos novelistas de mediados de siglo que le facilitaron a la ciudad de la Costa Oeste el distintivo de plural, libre, abierta, desprejuiciada, la única que puede ponérsele al tú por tú a La Gran Manzana. Market Street, sus tranvías, los muelles, restaurantes, bares, hoteles, todo el lujo y parafernalia de la expresión sin límites, aunque educada, culta, muy culta, universidades que no le piden nada a Harvard y MIT. Desconozco cuántas veces los principales creadores del mundo la han visitado y quedado para habitarla, pero una cosa es cierta, imposible aburrirse en tanta expresión original del ser humano congregado en esta ciudad maravillosa.

En Frisco, la ciudad libre [no al extremo de 'Sin City'], esta Ciudad Gótica a contrapelo de Metrópolis, o séase 'The Big Apple', Joe Cocker evoca en mi provecho al ritmo que su origen británico se lo permite... al maestro Ray Charles, y así fue como casi accidentalmente me introduzco en uno de sus innumerables bares para escuchar “Unchain My Heart” y siendo descarado por naturaleza saco a bailar a una morrita de ojos verdes y cabello rubio, con su sonrisa de par en par, sin miedo, espontánea, y perpleja cuando Cocker o Ray, más bien una banda interpreta esa estrujante canción y me suelto con la versión española de Alberto Vázquez...; qué sabrá ella, nada, pero le llama la atención que estoy supuestamente traduciendo, nada más lejano, pero la convicción es lo que cuenta y a ellas eso es lo que les gusta, ¿a poco no?

Cada mañana durante dos semanas establecí una rutina como un perfecto autista que no logré alterar, ni me atreví. Salía del hotel y caminaba a lo largo de la principal avenida [Market] para entrar a un mismo bar, abierto siempre, a que me sirvieran mis buenas dosis de Stolishnaya en las rocas, igual que siempre, previsible para no perderme. Recuperado el ritmo cardíaco que los estándares de una ciudad así te exige, avanzaba luego hacia el sector financiero y en un café me zumbaba el mejor baguete que he saboreado de pechuga de pavo y dos capuchinos dobles, ‘strong’, como tienes que pedirlos. Una de esas mañanas observé a mi lado a dos preciosas en una mesa contigua; sus atuendos hippiosos, aunque pulcros, sus expresiones al hablar, directas, abiertas, me llenaron el ojo. Les sonreí y ellas por amabilidad me correspondieron; sí, por amabilidad, porque cuando menos me imaginé ya estaban dándose un soberbio beso que me confirmó que no pertenecía a su exclusivo mundo de placer. No me atreví, por más indecente que sea, a reclamarles un pequeño, chiquito, mínimo espacio de su felicidad. La genuina libertad plantea la libertad de los demás, muy claro para ellos herederos de la tradicional autarquía distante al egoísmo o, peor, la miopía.

Tokio y Nueva York se disputan la cima del mayor PIB entre las ciudades del mundo; en segundo lugar está la ‘Ciudad del Pecado’ [LA]; octavo sitio nuestra entrañable y mágica Ciudad de los Palacios, y ésta que hoy nos ocupa el lugar dieciocho, pero con una población inferior a la que tiene la Ciudad de Chihuahua. No por ello cede importancia respecto de otras metrópolis, porque en su derredor, en la llamada Bahía de San Francisco, se anidan más de siete millones de habitantes quienes comparten Stanford y Berkeley que ostentan el prestigio de pertenecer a selecto grupo de las cinco mejores universidades del planeta, que si usted le agrega su prestigioso Conservatorio, colleges especializados en medicina, ciencias de la conducta y arte, museos, galerías, sector financiero, marítimo y telecomunicaciones, turismo [Pier 39] y lo más alto: el top de la High Tech, el Silicon Valey, nos caemos de bruces, quedamos anonadados ante tal excelsitud del espíritu vanguardista congregado en una ciudad en la que se puede caminar por sus banquetas [desprecio las ciudades sin banquetas o con banquetas mediocres] y solazarse en sus bares y restaurantes y escuchar la mejor música, la que usted desee. También a usted le dará gusto que ya de noche encuentre patrullas de policía que parecen de película, y puede seguir caminando sin sobresalto alguno. De hecho, una de cada tres personas utiliza transporte público para trasladarse al trabajo.

Y si la subcultura refleja el inconsciente colectivo, cuando me refería a una rivalidad entre esta Ciudad Gótica y Metrópolis [Batman (de Frisco) vs Supermán (de NYC)] —una forma ‘naive’ de aclarar diferencias entre las dos ciudades más poderosas del mundo—, obligado es acotar esta presunción considerando que la riqueza proviene del uso de la inteligencia superior. En consecuencia, usted no podrá divorciarse del Lincoln Center, Broadway y del MET, como tampoco de Pier 39, Chinatown y los tranvías. Imposible alejar a Woody Allen [o a Scorsese y Coppola] de Manhattan como a Dashiell Hammett de sus calles empinadas, aunque éste perviva ahora en los personajes que creó y que además fueron trasladados al celuloide [uno, fundamental: Sam Spade de la novela “El halcón maltés”, con el que John Houston redondeó la inmortalidad (de Hammett), y fue interpretado por el menos de los mortales... Humphrey Bogart].

Ahora, si lo que usted desea son mayores expresiones vivenciales, recordemos que Dashiell Hammett compartió su existencia al lado de Lillian Hellman, aquella novelista que alcanzó notoriedad por “An Unfinished Woman” [Una mujer inacabada], y al respecto existe una película digna de recordar, porque lo que le sucedió a Hellman en la vida real cuando visita a una misteriosa ‘Julia’ en la Alemania Nazi, arroja un hecho evocador. En esta película —“Julia”—, Lillian Hellman fue interpretada por Jane Fonda —guau— y ‘Julia’ por Vanessa Redgrave. Y así como esta misteriosa relación reunió a dos extraordinarias mujeres de carne y hueso, el mundo de la alta tecnología creó una de las fusiones más exitosas y que a su vez impulsó al denominado Valle del Silicón, con dos estudiantes, uno de nombre William Hewlett y el otro David Packard, y de ese “matrimonio” del conocimiento avanzado nació una empresa fundamental de nuestro tiempo: Hewlett-Packard. De modo que, ciencia, innovación, tecnologías, arte, poesía, novela, teatro, cine, música, chinos, mexicanos, italianos, business, turismo, y hasta anglos se mezclan. El producto adoptó hace ya unas décadas el nombre de Parques Industriales o Tecnológicos y ya recientemente se les denomina Ciudades del Conocimiento, donde todos pueden “habitarla” bajo condición de que generen inventos, nuevos conocimientos, o sencillamente arte... que los distribuyan y compartan en buena onda... conforme a los cánones místicos de la originalidad, autenticidad, comunidad, genialidad..., del espíritu de una ciudad cuyo himno es “If you’re going to San Francisco / Be sure to wear some flowers in your hair / (...in the streets) you’re gonna meet some gentle people...”

...el caso era caminar por la noche cosmo disponible y atreverse a encontrarla. El único inconveniente de ese periplo..., lo dispareja entre unos y otros que puede ser la vida, porque no todos podrán envolverse en la magia que Petula Clark entregó al mundo en oootra versión inmortal, refiriéndose a la buena suerte que tienes, si acaso te sientes desesperado, de darle una dulce salida a tus problemas...

Just listen to the music of the traffic in the city
Linger on the sidewalk where the neon signs are pretty
How can you lose?
The lights are much brighter there
You can forget all your troubles, forget all your cares and go
Downtown…

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Los días aciagos y perdidos del diciembre-invierno resuenan todavía... / Una casa de juventud que se extendió / Un largo viaje de espera / que tardó siglos..., inconcluso / Tiempo fortuito y encuentros nuevos / Cada vez más lejos del principio / Cruzando puertas / que luego se cerraban... / Pero aquella casa seguía abierta / Aunque el retorno no cumpliera / Fue un teorema que creí haber resuelto / Dije: “Una a una irán cumpliéndose / etapas que el tiempo dirá... / ¡No queda nada!” / Mi matemática exacta / mi compleja redondez de pensamiento abstracto / mi certidumbre de saber / que mis símbolos firmes / sólidos, nunca me abandonan... / Más la casa seguía abierta / La calle estaba desierta / Los niños-jóvenes-viejos / extraviados / ya no pertenecían / Imposible verlos / jamás coincidirían las miradas / Me tuve que alejar más / Y ni así a la distancia enfoqué... / Aquella casa de un pueblo de una adolescencia / Que en una noche fría regresé y sólo vi paredes / Esperando voces, encuentros, resquicios / Para poder entrever una silueta, que por la calle... / Dijera: “¡Aquí me encuentro! / También regresé / Soy parte de ese viaje que decidiste... / por tu cuenta.”

Así de exacta eres en mis recuerdos...

En cierta ocasión Octavio Paz escribió: “Con un trozo de carbón / con mi gis roto y mi lápiz rojo / dibujar tu nombre / el nombre de tu boca / el signo de tus piernas / en la pared de nadie...” El poeta mayor de México tenía frente a sí una mujer que lo condujo a ese desenlace, afortunado para él, para nosotros y para el arte. Tal vez la perdió —lo desconozco—, probable fue su principal inspiración, pero con esto quiero dejar en claro cómo el amor nutre y empuja, socava y aniquila para que unas palabras salgan airosas... después de haberme imaginado a esa chamaca vestida sólo con mis cuartillas, una habitación de ventanas amplias, el sol de las 10 de la mañana de un verano seco, a veces húmedo; seco a veces, radiante casi siempre iluminado..., y una ligera brisa refresca un verano que será muy cálido, y paso a paso iré quitando con cuidado mis escritos para no lastimarte, Claudia, y tú, casi despierta, sientas que te hago falta...

Tengo la sensación de que nuevas luces me indican un periplo después e inmediato del que espera en puerta. Un cierto indicio de que a esa casa vacía y su parafernalia les quedan todavía vida propia e influencias reservadas, como extensión de aquello que aconteció en un invierno tras arribar de la metrópoli. Imbuido estaba en la abstracción de las matemáticas cuando un extraño y sombrío contraste se materializó en forma de desasosiego, impedido de enfrentarlo porque Claudia también había dejado ese pueblo de primeros días y sueños. Después no quise reconocer —por ésta y otras experiencias, anteriores y más estrujantes— la simbiosis que llevamos por siempre con el lugar donde nacimos. No sabía entonces que la novela, poesía, arte te conducen, cuando los tomas de vehículo para explorarte y expresarte, hacia rumbos que no imaginaste. No pensé que ese “irrelevante” asunto llamado ‘Camargo’ fuera a tener tanto espacio en estas letras. Al cabo de éste, supongo que “ahora sí, una a una irán desapareciendo, y con el tiempo será el casi-nada lo que mi mente le dedique...”, algo así recuerdo haber escrito dos o tres días antes de la Navidad de 1975.

No obstante, desconozco el desenlace del acontecimiento que experimento ya casi dos semanas, exacerbado en horas recientes; imposible arrojar una previsión plausible, aún y con todo mi expertise en la materia, que luego de entrever lanzo mi mejor conjetura con tan irregular precisión de acertar aún fallando. Sólo que este caso es más difícil, porque soy yo mismo quien me ubico como sujeto de escrutinio, y eso lleva a realizar cálculos si no erróneos..., subjetivos e inútiles. Independientemente del resultado —que de todas formas no sucederá en corto plazo— puedo asegurar que la trama de este avatar compuesto sufrirá una diversidad de ajustes (contenido y estructura) y la historia completa no sabré y mediré hasta que la palabra Fin esté escrita. Es lo hermoso de esta profesión, que no sabes a dónde te lleva, pero de lo que sí estas seguro es que su resultado puede ser ¿absurdo, extraño, estúpido, desagradable, sorprendente? y algunas veces feliz, porque la realidad es así de estricta y la novela no te deja chance de maniobra.

No queda más que aguantarnos y hacerle un marcaje personal al curso que toman estos irredimibles ‘chiles tristes’, no vaya a ser que de repente acabemos en otra dimensión ajena a cualquier noche cosmo sin haber escrito un punto y coma, como los que José Carlos Becerra le rindió a una joven mexicana en Londres... para luego despedirse de manera infausta, truncándose la mayor promesa después de Paz.

"Mujer, mujer,
mirándome, ¿viste algo? ¿Pensaste que podías ver algo?
¿Alguna pequeña señal? ¿La viste, la viste?

Mujer, 'niña extraviada', 'bella muchacha sin libertad',
frases manoseadas,
¿te sentiste conmigo la 'niña extraviada'? ¿La 'bella muchacha sin libertad'?
Trazando la tortura, fingiendo la tortura, ¿te torturabas más?

¿Quién creíste que eras? ¿Quién creí que era yo?"
 
La bella durmiente – El otoño recorre las islas


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—“Si te pierdes, llama a Locatel”, la fresca de Rocío se burlaba de mí con su desparpajo de chilanga tan inclinada a escuchar baladas de los 80 y bailar la cumbia sabrosona que tanto se disfruta entre la gente más identificada con esa urbe de ruido y humo, la verdadera esencia de la ciudad que da cobijo a casi nueve millones de almas. Y si en verdad te atreves a probar las mieles que su naturaleza te entrega de vez en vez ¡caramba! cómo desperdiciar esa perfecta estructura ósea, sus ojos negros, cabello denso, vos de terciopelo que tienen las frutas de mayo y te someten con ternura peligrosa y esclavizante. Tiempo hacía que a lo largo del pasillo, en su escritorio, modosita ella, reservada, discreta, salvando distancias y evitando intercambios mayores entre compañeros de aquella oficina que tuvo mejor gloria y fama, la veía y algo me inspiraba su naturaleza, intuitivo yo y con el olfato requerido para saber que podría ofrecerle sabores aún inmerecidos, de mí hacia ella, por supuesto. La verdad, fue al revés y me encantó.

Como aquél que da por entendido que tarde o temprano podrá acceder al mundo misterioso de una dama, pues lo tiene más que intuido, lo reconoce antes de que camine hacia ese objetivo, sabe que cuando se decida no habrá muro ni rechazo, ópera aperta, así me pasó y le doy gracias siempre a esta piel de azúcar que muchas mañanas, “ya maltrecho y labios aparte” se despedía de mí exactamente como esa canción en la voz más hermosa que ha dado la Ciudad de México [“Chilangolandia”, “La tierra del chilaquil aguado”, para quienes no la conocen en forma... lástima]: Te recuerdo cada día / con la cara desvelada / la ternura en la sonrisa / y el verano a tus espaldas / Era casi de mañana / Me dijiste hasta luego / Te marchaste lentamente...

Existen mujeres difíciles de tratar; nunca encontrarás la forma de quedar bien con ellas por un tiempo sostenido. Pobres de aquellos que las matrimonian y después andan penando en vida; son los únicos por los que sí me daría licencia para expresar algo de la misoginia que algunas se merecen. Por eso después andan en las cantinas brindando por “las botellas”, porque se quedaron sin nada, arruinados moralmente y algunos hasta sin dinero. Bueno, pues a mí no me pasó eso, pero estuve en un tris. De veras muchachos, si quieren consejo, o mejor una buena asesoría, luego les paso mi cel, pero les va a salir caro. Soy competente en la materia, y aún vivo para contarlo...

Bueno, pero como yo respeto, como dice ‘Bora’, y además entre mis mayores satisfacciones que he recibido a lo largo de mi formación profesional, corrieron a cargo de esta “inofensiva” mujer, más bien estas letras van en su homenaje ciertamente merecido. Con decirles que a esa breve [me salvé] etapa de mi vida la puedo señalar como la del “Tequila y Bohemia”, combinación que tanto disfrutamos, previo y después de aquellas tormentosas sesiones que sólo produjeron poemas y más poemas. Sin duda, me gustaba la tal Rocío. Y no miento, para botón basta una muestra:

Mujer: Ésta es la redención del hombre que lleva un sueño de años perdido.

Déjame contarte historias que el amor ha creado.
De aquéllas que han sabido forjar el cambio en las miradas...
Los olores furtivos, la ansiedad, la espera ascendente en la caída intensa.

Mujer: No sabrías siquiera qué tanto alcanzo cuando te huelo, y qué tanto
vivo muriendo cuando estoy entre lo sinuoso y tu profunda esencia.

Esas líneas son inofensivas, porque no quiero que se me asusten. Pero ya entrado en el tema:

Déjame llevarte en ese ascenso sin riesgos, sin daño.

¿Qué, acaso eres sólo fragancia y noble sabor para mi boca?

No es así. Tu piel acepta que te aborde y me despliegue.
Provocarte lo más hondo; haciéndote crujir
desde lo más cercano a tus emociones
libre y sin pecado.
Sólo entonces podré crearte
cuando, ya, por fin, me haya perdido.

Y si de plano me lo permiten:

En la cama tendida
ya maltrecho
y sonrisas tuyas

Dentro y fuera
Pendiente  —vivo

Me recibes de nuevo...

En triángulos sonrientes
y labios aparte

Ya adentro
sueño

Esta última remembranza me lleva a lo que pasajes anteriores señalaba de la necesidad de correcciones y ediciones pertinentes por realizarse cuando esté terminando de freír, como mencionó con sabiduría mi amigo Meny,  “Los chiles tristes”, pues ya la cité en ocasión de una joven poeta que conocí después de Rocío, pero fue a ésta, por causa de ésta, por esas desveladas y tanto tequila con Bohemias que nos empinamos, por esos recorridos allá en el Bosque de Tlalpan, las salvajes visitas a los bares de Sanborns, tal vez los mejores en la City para platicar con los cuates y beberte con pasión a una dama entera [espero me reditúe este comercial. ¡Chin! Ya no bebo...], su cachondeo que frente a otros sólo se atrevía a mostrarlo después de esas infusiones..., me tuvieron paralizado mentalmente, fui un cero a la izquierda, sujeto a su entera voluntad que ni ella misma controlaba, diciéndome a mí mismo que ella no era muy inteligente, pero, pues ¿cómo? Entonces, cuál era mi nivel de ser pensante. Sí, mis cuates: así no se puede, lo único que les queda es “morderse un huevo”, chillar un rato y darse la vuelta lo más decente posible. [Van a tener que pagarme por estos consejos..., aunque si están leyendo esto, es porque no tengo nada nuevo que decirles: sobrevivieron.]

En la noche cosmo la Viña del Señor tiene de todo; y si le haces al mago, atente a las consecuencias...

Posdata: Jamás intercambié con la apasionante Rocío nada que tuviera que ver con cine, literatura, arte, ciencia, cultura..., nada de nada. Ella estaba para otros menesteres: sabores, olores, oootras sensaciones y placer... era totalmente terreno.

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Veo de reojo. Enseguida de mí, en un pupitre universitario de vanguardia, una joven de cabello negro, sedoso y ondulado, tez blanca, ojos negros, grandes, cejas pobladas y pestañas rizadas entornan una imagen en un momento inigualable. El tema es central, análisis de la teoría macroeconómica aplicable desde la óptica neoyorkina con un sólido sustento neo keynesiano, finales de los 70. Sigo al catedrático que expone de forma sobria y, al tiempo, brillante, los detalles finos de una educación privilegiada, doctorado en Columbia, Cornell o MIT. No puedo perderme esa ocasión de sentirme feliz en un ambiente que pude haber idealizado cuando cursaba la preparatoria, y ahora estoy ocupando un espacio que muy pocos pueden aprovechar en la gran Ciudad de México, menos en el interior. Por ese motivo de satisfacción y de sentirme afortunado, aún no me detengo a observar a la mujer que está sentada a mi izquierda, ambos a cuatro o cinco metros del lugar donde expone el profesor. Finalmente es el momento del ‘break’ y puedo echar una mirada al grupo, ya con detenimiento. Ella está leyendo un libro, lo subraya y parece no haberse dado cuenta de quienes la acompañamos en ese salón de clases.

Ya la vi. Ahora puedo apreciar los detalles que he descrito de su aspecto exterior; aún me falta entablar la primera conversación, y lo primero que me entero es que se llama Patricia y su forma de hablar es tranquila, amigable. Se expresa con soltura, sobre todo con una armonía interior que te hace sentir como que la conoces de mucho tiempo atrás. Se ve sincera y franca, la primera mujer que trato con esas características en la metrópoli, aún más porque me empieza a simpatizar y es verdaderamente hermosa. Tres meses después ella me invitará a comer a uno de los restaurantes de la Zona Rosa donde sirven los mejores cortes de carne, porque me ha pedido que escoja qué es lo que me apetece. Para entonces, sé que su padre de ascendencia francesa nació en La Boquilla y pienso que éste es un pretexto para ocuparse de mí, tanto admira a don René. Lleva un vestido ceñido que resalta su figura perfecta, una breve cintura, piernas largas y un contoneo natural que es motivo de abierta admiración por donde camina. Las puertas se abren do quiera que avanza y yo me beneficio de la atención y reverencias que recibe; a mí también me tratan de maravilla. Algún iluso me grita “cuñado” y yo sólo sonrío para mis adentros. Faltan menos de tres meses para que mi agitación y desasosiego permanente, nerviosismo, ansiedad logren apaciguarse y al momento desconozco que eso pueda realmente suceder. Ya es costumbre que de noche, al concluir clases, me dé un aventón a la casa, algo retirado del rumbo donde vive. Sirven esas rutinas para intercambiar opiniones sobre economía y política, sus preocupaciones, no tanto con el énfasis que le destino a esos temas, pero me gusta escucharla cómo se preocupa por la desigualdad y la pobreza.

Año y medio después, una fresca mañana, esquina de Sevilla y Reforma, el Zócalo aguarda para retomar lo cotidiano en Moneda 4. Atrás ha quedado el breve encuentro del otrora maestro y su alumna, y nuevos rumbos apuntan hacia lugares imprevistos..., ella me regalaría un casete de blues [Lightnin’ Hopkins y Willie Dixon] y la famosa ‘Canción Lógica’ de Supertramp, para mí una forma de marcar la distancia que había partido para siempre la más penetrante y completa relación que jamás he alcanzado con mujer alguna, lapso en que nació y quedó establecida de manera definitiva el origen y naturaleza de la noche cosmo, con mis altas y bajas que ya nunca me abandonarían, un estigma de placer y encuentro con el absoluto, precedidos de caída total y un nuevo renacimiento, como la más acabada expresión del Ave Fénix que se levanta de sus cenizas. De hecho, esta noche he escogido con precisión calculada la narrativa del mayor evento fundamental de mi vida, porque en ocho horas comienza un nuevo ciclo que puede marcar derroteros imprevistos, no sólo para mi persona. Así ‘veo’ en una especie de hábito de ‘entrever’ lo que está por acontecer. No hay vuelta de hoja.

Sin embargo, Patricia me aguarda en cada uno de los relatos que integran este singular informe, porque ella es el personaje central a través del cual los objetos animados giran y las vivencias contenidas a lo largo de diez meses, primero, y años después forman parte de mi ser, y nunca podrán eclipsarse, borrarse u olvidarse pues no seré el único quien la haya intentado capturar en un poema, canción, pintura o sueño contado a otros. Por supuesto, y de eso estoy seguro, fui quien más tiempo le dedicó y compartió con ella aventuras nacionales, por ejemplo, de una Historia Moderna, que nutrimos con ideas y dedicación y finalmente fracasó por errores de naturaleza humana incorregibles, no nuestros, debo decirlo. También estoy seguro que mi noche fue la más especial de todas, en razón de que ella me endosó sus anhelos, tanto como su amor y amistad, y esas son palabras mayores. Además, juntos recreamos sin límite nuestro amor en cualquier lugar de la ciudad y hora disponible, pues todo espacio y tiempo fueron nuestros, jamás obstáculos, en “olas verdes difundidas por la noche”.

La primera noche de la noche cosmo sucedió, por lo tanto, como tenía que haber sucedido...

Estoy en su casa para elaborar un trabajo que entregaremos al día siguiente. Ya es de noche cuando concluimos y me invita a cenar, una linda costumbre de genuina hospitalidad, un tinto de la Rioja y comida que su muchacha le prepara diariamente. También, como una costumbre que he establecido con ella, conversamos mediante una artilugio de conexión combinada de palabras y uso de las manos, seguida de expresiones con los ojos para que no me pierda de vista mientras le hablo, para mí la forma idónea de asegurar que no se rompa la línea entre ambos, que casi puede tomarse con los dedos. Así, la envolveré mirada a mirada, palabra tras palabra, cada vez más cerca de ella; y, así, por primera vez me atreveré a acercármele aún más y cuando casi estoy por darle un beso, se despierta del hechizo que estaba por conjurar; se sorprende de lo que está sintiendo, termina por despabilarse, y a casi nada me derrumbo. He perdido la mejor oportunidad de haberla besado. En mi desorientación, ella reacciona y tiende un puente hacia mí, intenta explicar lo inexplicable, nos quedamos viendo, recupero algunas palabras y le suelto lo que ya no le puedo seguir ocultando: “te amo, Patricia”, y casi lloro. Como en un acto de magia, es ella quien ahora toma la palabra, ahora quien habla, y pienso que lo que busca es que no me sienta mal; pero no, su tono de voz y expresiones me parece indican cierto interés como en otras ocasiones, pero este caso es distinto por lo que acaba de suceder, además no sólo estamos en su casa, ya es tarde, ha abierto una tercera botella de tinto y el calor poco a poco nos vuelve a cubrir. Empiezo a convencerme de que no todo está perdido, estamos escuchando música y una canción sublime nos acompaña: “Ahora que te busco y tú no estás, recuerdo; que sólo la tristeza quiere hablar conmigo... Y ahora que el silencio va borrando, la suave vibración de tus palabras, ahora que no soy apenas nada...” Me pregunta si no quiero quedarme a dormir, lo más conveniente para ambos, a lo cual asiento. Se levanta y regresa con ropa de cama que tiende en la alfombra de la sala, lo que me parece mejor que dormir en un sofá. Pero no, no es esa la idea, me pide que me siente junto a ella y seguimos platicando hasta que por fin me atrevo nuevamente a hablarle de cerca, fijamente a los ojos y retomo el mando. Mis manos se dirigen cada vez más hacia su cara, su cabello, su cabeza, la tomo de las manos y me sigo, la atraigo hacia mí. Ella ya no interrumpe mi nuevo atrevimiento, y con una mirada sé que está dispuesta a entregarse por primera vez a mí, a su amigo, su protegido, su casi hermano, su alma gemela, su doble en tantas maneras de actuar y pensar, su amor más grande desde que ella era una jovencita, y su creador de ideas, palabras y expresiones para regalárselas, sólo a ella, para toda la vida, mi musa mayor.

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No hace mucho dirigiéndole un correo a una joven amiga cuya hija lleva el nombre de ‘Sofía’ le comenté que «tuve la suerte de leer "El Siglo de Las Luces", de Alejo Carpentier, escritor y experto en música, de origen cubano, poco después de arribar a la Ciudad de México. Fue una época que le dediqué a la lectura tanto o más que a mis estudios profesionales, actividad que se convirtió en una de mis mayores pasiones. De esa novela me quedan sólo recuerdos; quizás, el más sentido, el personaje de 'Sofía', cuya belleza, valentía y temperamento me condujo a la búsqueda de ese ideal de musa..., que también por suerte logré encontrar (ocasionalmente).» Más adelante agregaba en ese e-mail: «Es en verdad insólito que el nombre de 'Sofía' esté asociado al de una mujer que resulta ser excepcional. Yo aventuraría que cuando elegiste ese nombre para tu hermosa hija, no tenías del todo claro cuáles eran las probables repercusiones, ya que el nombre de una persona suele imprimir en ésta una influencia especial.»

Mi viaje a La Habana fue por ‘Sofía’, fundamentalmente. Existían otras razones de peso literario, como “Tres Tristes Tigres” de Guillermo Cabrera Infante [o “La Habana para un Infante Difunto”]; “Paradiso”, de Lezama Lima, y “El Central” de Reinaldo Arenas [también escribió la vertiginosa novela sobre Servando Teresa de Mier, “El Mundo Alucinante”]. Pero, insisto, Sofía entraña la base de esa trayectoria que no he logrado cumplir y que diseñé cuando leí el mayor poema en prosa que escribió Carpentier. De esta novela me nació el deseo de recorrer todas las Antillas (grandes y pequeñas) hasta llegar a Barbados, punto final del recorrido. En su momento elaboré con detalle la señalización de los puntos donde llegaría, las distancias, el tiempo que tardaría y el presupuesto requerido. Asuntos diversos impidieron antes realizar el más importante de los periplos que habré de resolver, como aquél de surcar las islas del Mar Egeo. Por cierto, este otro viaje lo habré de cumplir con o sin dos de las musas a las cuales me comprometí llevar. Lo ideal es que ambas me acompañaran: sé que Patricia sí aceptaría que Claudia vaya con nosotros, porque  la mentalidad de mi musa mayor está más allá del bien y el mal. Pero, ¿Claudia?, aún no se lo pregunto... [Voy a tener que esperar sentado hasta que me dé su respuesta, porque la última vez que tuve contacto con esta chamaca me advirtió “...tal vez un día pudiéramos contactarnos de nuevo...”, así se las gasta la chiquilla.]

Lo que después me sucedió en La Habana, no estaba presupuestado. Debo subrayar que este viaje no tenía el objetivo ex profeso de gozar de sus exóticas hijas tropicales, pero éstas se dan en ‘charola de plata’, el calor es propiciatorio, la música, su acento, su candor y cachondería obligan a responder, so pena de que te dé un infarto..., aunque improbable por estar a nivel del mar y su clima benigno que ya he comentado. Volví a ver a la bailarina que me llevó a la Marina Hemingway, la noche siguiente, pero sucedió un imprevisto: un tipo de seguridad se enteró que no me había devuelto mi cámara fotográfica, que yo mismo terminé por regalarle sin ningún inconveniente, pero éste la amenazó con detenerla. Intervine, que era un regalo que yo le daba, pero no quiso aceptar la aparente falta de la chamaca. Me dirigí al Lobby y amenacé con cancelar mi viaje si no dejaban en paz a la chica. Al parecer ya no procedieron a su detención, vi cuando se iba con el mismo taxista de la noche anterior, y todo quedó resuelto. Eso espero, porque el ejercicio de la ley cubana es bastante severa. No se andan con medias tintas.

Más tarde subí con Patricia al Night Club en el pent-house del hotel, y al entrar un verdadero batallón de mujeres estaban al acecho. De todos los colores y sabores, y el común denominador... la entrega de placer al turista, al cual no le puede cobrar porque está estrictamente prohibido utilizar moneda extranjera (dólares, sobre todo) y como tampoco podían adquirir artículos (se les impedía ingresar a los pocos establecimientos comerciales que existen), lo único que queda es comprarles algo, llevarlas a comer o introducirlas casi de manera subrepticia a un hotel. [Una frase que hizo más famoso a Fidel Castro sobre este asunto, es que —según él— las aclamadas “jineteras” no son prostitutas (en verdad, no las dejan), sino que al ser tan calientes, se dedican a esos menesteres..., peor que algunos políticos mexicanos.] Patricia seguro estaba aburrida del hotel, y decidió quedarse conmigo en ese festín para hombres. Una chica atractiva parecida a otras tantas del clásico tipo de mujer cubana: blanca, alta, cuerpo que te derrite - se derrite, aroma tropical, voz acariciante me tendió la mano solicitando que la llevara a la pista de baile, cuando entre otras tantas aparece frente a mí una mulata con el característico cabello ensortijado, morena distinta a todos las mujeres morenas que he visto en mi vida, su sonrisa plena, blanca y ojos brillantemente negros, esbelta, diría casi delgada, pero exacta en proporciones óseas sin grasa de más, ni un solo gramo, tipo modelo de revista, mal vestida pero segura de sus hechizos africano-caribeño-españoles y me toma de la mano, veo a la otra que me está esperando, regreso mi mirada a la mulata y en fracción de segundos decido que ésta decida por mí, que en la vida debemos darle oportunidad al azahar, de lo contrario se vuelve inútil, intrascendente, aburrido y sumamente estúpido —por vacío— cualquier momento, y nunca las travesías podrán llevarte por caminos insospechados. ‘Such Is Life in the Tropics’.

 Excelente decisión, de las pocas veces que no me he equivocado. Patricia nos acompañó todo el tiempo y luego se nos unieron otros cubanos, dos hombres y una mujer, ésta la que comandaba al grupo. Mal hecho, si algo tiene mi musa mayor es un olfato certero, agudo para ver antes de tiempo y anticipar jugadas. No sólo es (o fue, como ustedes quieran verlo) la mujer más bella de México, también una de las más inteligentes, entre sus atributos divinos. De modo que, protegido por ese ángel (mío de mi propiedad), La China, como la llamaban y un sirviente servidor seguro de lo que usted mande y desee se entretenían saboreándose ad infinitum. Después, la comandante ‘solicita’ en forma amable... que recomendaría nos fuéramos a su casa..., llegamos pertrechados de cerveza cubana —la peor que he tomado en mi vida— y ron suficiente para seguir en el agasajo. Pero La China y yo tenemos asuntos pendientes que finiquitar, abandonamos al “grupo interno de familia” y nos recluimos en una recámara aislada, lejana a ellos, retomando lo que se había deslizado en forma tangible, reconstruyendo los principios de la naturaleza del mar, en donde todo se originó, y esforzándonos por no quedar mal ante nosotros mismos, nuestra religión y patria. ¡Viva México! ¡Viva Cuba! Ya de mañana, sin dormir, abordamos una reliquia pre-castrista, un desvencijado Mercedes-Benz y tomamos rumbo a la Marina Hemingway, a dónde más, todos reintegrados como grupo fraterno latinoamericano hacia ese único lugar que Dios indica en una mañana soleada habanera, restablecidos del daño nocturno por su brisa, y amablemente armonizados con una canción pegajosa que repetía y repetía “Libre, libre, un hombre libre...” de un tal Rudy La Scala...  Y como ya es costumbre, queridos  (e) lectores, quedo mal y tendré que concluir esta deshilachada conversación tropical en otra ocasión, porque La China me dejó otros recuerdos imborrables en aquel marco de la noche cosmo donde las estrellas sólo brillan para ti.

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La literatura y el mal, frase que proviene del título de un libro de ensayo literario, me sirve de pretexto para ‘tantear’ la dimensión perturbada del artista cuando siente que fracasó en la única actividad esencial de su vida, alcanzar el virtuosismo del sueño que practica. Sin eso su vida no tiene sentido, y en consecuencia debe terminarla. Para ilustrar con mayor detalle esta decisión extrema, debiera agregar unas líneas que Thomas Bernhard nos da al comienzo de su novela [“El malogrado”]: «También Glenn Gould, nuestro amigo y el más importante virtuoso del piano de este siglo, llegó solo a los cincuenta y un años, pensé al entrar en el mesón. Sólo que él no se mató como Wertheimer sino que, como suele decirse, murió de muerte natural…» Los hechos ocurren en Salzburgo, una ciudad a la cual Bernhard califica como un lugar ideal para claudicar, de tan hermosa, densa de vacío, triste, lluviosa y gris que es esta ciudad museo, a los ojos de este escritor nihilista.

Corrijo el lugar de los hechos...,  el Mozarteum, conservatorio por excelencia donde acaecen el milagro de la interpretación de las Variaciones Golberg de J. S. Bach, a cargo del virtuoso Gould, y el precedido derrumbe del malogrado Wertheimer. Éste no podrá jamás superar la más dura impresión de su vida cuando, luego de tiempo de dedicación, disciplina, sacrificios y entrega escucha en uno de los reservados a alguien interpretando de manera genial, sin aparente dificultad esa obra maestra de Bach. En ese preciso momento intuye que su vida ya no tiene sentido. Tiempo después, en su casa destruirá la joya de piano que posee, se sienta a interpretarla en el más desafinado que logra conseguir y luego se suicida. También Bernhard en diferentes momentos de su vida intentó suicidarse, pero esa es otra historia que hoy no nos ocupa.

Por supuesto, escuchar las Variaciones Goldberg es una de las exquisiteces que nadie en el mundo debiera perderse, aún menos en la interpretación del mayor pianista a los oídos de Bernhard y conocedores en el mundo de la música clásica. Fue tanta la amistad de éste con Thomas que siempre le hacía llegar los discos cuya edición él mismo supervisaba en cualquier estudio donde eran grabados. Como un apunte al calce, ustedes pudieron haber saboreado algunos pasajes de esta hermosa pieza que tiene una duración aproximada de una hora, en diferentes películas, dos bastante ilustradoras del concepto de profundidad y belleza acompañando no lo sublime, lo más terrible que entraña crímenes que se cometen y los acordes del piano durante esos momentos del famoso personaje Anibal Lecter, interpretado por el tampoco menos genial Anthony Hopkins.

El mismo Bernhard aceptó de antemano su desventaja ante Gould, pero Wertheimer se negó a lo irremediable, y esa fue la razón por la cual tendría que suicidarse, como lo desliza Bernhard en El malogrado: «...sin embargo, años después de haber regalado yo mi Steinway, había tocado el piano (él, Wertheimer) porque siguió creyendo durante años que podía convertirse en virtuoso del piano. Por lo demás, tocaba mil veces mejor que la mayoría de nuestros virtuosos... que se presentan en público, pero en definitiva no le había satisfecho ser, en el mejor de los casos, un virtuoso del piano como todos los demás de Europa, y dejó de tocar y entró en las ciencias del espíritu. Yo mismo, según creo, había tocado mejor aún que Wertheimer, pero no hubiera podido tocar jamás como Glenn y, por esa razón (es decir, ¡por la misma razón que Wertheimer!) renuncié en un momento a tocar el piano. Hubiera tenido que tocar mejor que Glenn, pero eso no era posible, quedaba excluido, y por consiguiente renuncié en un momento a tocar el piano.»

Dándome también licencia de ‘tantear’ experiencias asociadas al disfrute del arte y el amor, reciclo el sentido del desencuentro en momentos de la vida que tal vez no alcancen la naturaleza universal que un hecho personal, muy particular, pueda conferir, pero arriesgaré un posible paralelismo, mínimo así sea, de ese cuasi derrumbe al que puede llevar un desencuentro, no con el arte, no dentro del arte, tampoco asociado al arte, pero cuya esencia —decía— acaricia sensaciones de naturaleza semejante. No hace poco la chiquilla intentaba exponerme su apreciación de lo que había sido nuestra experiencia, señalándome: «Creo que este fue un amor, más que no resuelto, mal logrado», a lo que le respondí: «Ya verás los alcances tremendos de un malogrado, cuando muy pronto me remita a una de las obras más impresionantes que he leído [te avisaré para que lo leas]...» El abismo entre uno y otro suceso es tan profundo como lo son la vida y la muerte: aquél que decidió dar por concluida su vida, pues no tenía razón de preservarla dado su fracaso como artista de rango universal, inútil..., comparado con un evento que transcurrió en la adolescencia casi sin pena ni gloria. Quizá lo único que puede concatenarlos es que este personaje que narra tuvo la suerte de vivir con intensidad esas obras maestras [arte literario y arte interpretativo] emparentadas por la obra también universal de J. S. Bach, y padecer en una medida de menor rango un amor no resuelto en su adolescencia. Aunque también pudiera ser que el dolor de esos personajes [aquellos que no resolvieron ese amor casi de la infancia] entrañe una magnitud que aún no aquilato, duda que no sólo éste que escribe debiera contestar...

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“Y si acaso ya inconsciente...,” usted podría ipso facto caerse en cualquiera de las tantas y tantas situaciones que acontecen en todo barrio de la capital, digamos..., “agobiado por los humos del alcohol...,” pero no, no, por supuesto que no, “no se burlen si le grito, si entre lágrimas le llamo, todo tiene su razón”, pues de una manera misteriosa, como suceden los motivos insospechados y nada calculados en la vida, esa leyenda de la Sonora se escuchaba a diario enseguida de mi casa, segunda o primera calle de La Santa Rosalía, y todo gracias a Díaz Ordaz que “petroquímica nos darás”, pues con esa planta arribó al pueblo un contingente de hermanos del trópico, tan ajenos a este ‘frugal’ desierto, sus ojos penetrados de verdor y esencias, que debieron refugiarse lo más que pudieron en los humos de la sabiduría ancestral, la música que sana y la cerveza que perdona (o al revés, ya no me acuerdo). De modo que, para cerrar este breve recuento de la inflancia, ustedes perdonarán, no me privaré del primer recuerdo de esa joya [música-chamaca] que por ningún lado checaba con la “estirpe del desierto”, en razón de su naturaleza que a mis oídos y ojos de niño les fue dada la gracia de escuchar y observar por vez primera la otredad. Sí, algo inusitado. Imagínense, salvadas las distancias: Salma Hayek vs María Sorté, y eso que ambas son de origen árabe, una tropical, la otra desértica.

“Todo México me ha visto, calle arriba y calle abajo...,” empiezo a escuchar cada vez más nítido esos fragmentos de poesía popular en llamadas, mensajes y correos del intercambio que acecha el cierre de capítulo de la Vastedad en Santiago, sean Meny, John Fitzgerald Toño, “Llámenme Mike”, el otro Mike, mis dos tocayos, Óscar, Manolo, Memo, Édgar, los chicos malos de La Obrera, los bares de la Del Valle, cafés de la Condesa y Roma, librerías en Coyoacán, palacios del Primer Cuadro, museos por doquier, las emblemáticas Avenida de Los Insurgentes y Paseo de la Reforma, bosques, parques y mercados, peseros, metro, trolebuses, taxis, franeleros, ruido, humo, agitación, excitación, estado de conciencia permanente..., y más adelante, cuando la fortuna se haya dado cuenta que sobreviví y los vientos soplen a favor, vuelos, restaurantes, teatros, cines [qué buenas salas], tertulias y amigas, siempre amigas, siempre cobijándote, protegiéndote, preservándote para nuevas escaramuzas de pasión y dolor, amor y perdón, todo sin hacernos daño..., bueno, a veces un poquito, pero eso le da más sabor, ¿a poco no?

Desde este punto remoto la palabra provoca ecos en el Downtown y su noche cosmo donde no duermes, sólo habitas, porque las “Luces de Nueva York” chilangas siempre están para ti prendidas.

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Viajes a través del arte con un poco de frescura irresponsable y atrevimiento procaz (sic.), todo para contradecir al poeta de México de que es la velocidad la que adquiere el valor de ficción máxima, a contrapelo de su juiciosa aseveración..., la poesía. Es sólo cuestión de palabras que caben en significado por igual si escuchamos la mejor expresión de letras en movimiento —valga mi simpleza— de Nicolás Gogol en su “Corre troika. Vuela troika” o en “el galope triunfal de los berrendos” de Manuel José Othón. Estaremos en ‘Paz’ y de acuerdo, y que el mundo erudito me castigue por ‘blasfemar’ de uno de mis referentes fundamentales, siempre que tengamos suficiente espíritu aventurero y me sean perdonadas estas sandeces, pero de raíz está mi certidumbre que, acomodada con frases, disimulo que algo tengo de razón, sólo para aquéllos que pueden seguir disquisiciones sin extraviarse, como solía antaño conversar con mi amigo Ernesto, agudo en entendimiento, avezado en búsquedas inexistentes, aislado de los lugares comunes. Todo lo anterior, decía, para reseñar uno más de mis periplos y que, si sigo aún anclado en el Septentrión, sirva para sacudirlos un poco..., no se me atrofien batos, escápense de vez en cuando al mundo que les ha sido ajeno, y en acto heroico despierten donde jamás habían soñado. Amén [O como dice mi amigo Pepe: ¡Shumm!].

Me gusta acordarme de las frases que me atañen, y ésta me la sirvió anodinamente mi chiquilla chihuahuense, de que no me desea suerte pues me ha sobrado, a lo cual aplaudo esta falta de cordialidad, por no decirlo de otra forma, pero tiene razón, norteña al fin [¿Se acuerdan cuando éramos francotes?], ya que desde Los Chimalapas al recorrido transpeninsular de la Baja California, pasando por las selvas, bosques y litoral chiapanecos, tal vez mi mejor viaje ha sido ‘navegar’ isla tras isla a mil kilómetros del Ecuador en una maravilla de la naturaleza que Charles Darwin estudió, un obsequio ocasionado por mi fortuna [no viene al caso referir los prolegómenos] y que sumó oootras satisfacciones —ya cayó el veinte—, una de las cuales me la recetó una rubicunda dama, algo frondosa... no exageradamente, sí apetitosa, y que a lo largo de las travesías que iniciaban a las 5 de la mañana y concluían ya de noche, me perseguía sin suerte alguna [para que vean que no todos nacimos con estrella] y sólo se conformaba propalando con voz en susurro: “Luchiiitoo”. Qué diantre de mujer, si hoy la viera [como era hace tiempo], quizá correspondería a su inconmensurable deferencia, más sin embargo [híjole, me salió frase sureña] eran otras, dos hermanas quienes merecieron mi atención y proclividad, más una tenía que ceder y la otra cedió (se dio) en toda la extensión de la palabra ecuatoriana, en toda la magnificencia de albatros, flamingos, gavilanes, delfines, ballenas, iguanas, leones marinos, pingüinos [sí, leyó usted bien, en pleno Ecuador], etc., etc., y por supuesto las milenarias tortugas gigantes cuyo nombre originó ese nombre de Galápagos, fauna y flora únicas en el mundo estudiadas por ese científico que demostró su teoría de la evolución de las especies. Imagínese usted, qué agasajo con esas exóticas, singulares —por ser únicas— expresiones de vida que se asientan en más de 15 islas que conforma ese archipiélago, y archí-sabroso por tanta mujer de piernas saludables y contornos hipnóticos. Entonces, ¿tengo o no tengo razón? [¿De qué estás hablando, Willis?], sobre este absurdo debate de qué es mayor ficción: la poesía o la velocidad. Finalmente, si pierdo gano y si gano gano, de todas todas gano. Soy cuasi-chilango.

Una noche en la Isla Santa Cruz donde estaba instalada la base de navegación, el centro de operaciones por así decirlo, del que cada madrugada partíamos a una nueva aventura —y que el capitán nos otorgó ‘plenos’ poderes al nombrarnos a todos, uno por uno, subcomandantes [aún no aparecía Marcos; al parecer de aquí se plagió la idea]—, caminando del muelle al pueblo observamos gente sentada afuera de una casa y, qué creen que estaban viendo en la tele: una película mexicana de La Época de Oro, lo cual me llenó de orgullo que nuestras artes llegaran a esos confines del mundo. Ahora bien, para los chovinistas de corazón, repulsivos como, ¿quién le diré?, me veo obligado a confesar que cuando firmé el libro de visitantes, no vi nadie de mi rumbo de origen, lo cual habla mal de mí por andar de chismoso desnudando la falta de espíritu andariego que nos caracteriza. Mea culpa [Cabrera Infante decía: “Mea Cuba” y Heberto Padilla lo secundaba: “¡A ese tipo, despídanlo!” y Reynaldo Arenas remataba: “...para que el ilustre extranjero... lance al fondo el delicioso terrón... y beba”, sólo que ellos eran cubanos (nueva digresión...)].

No recuerdo sus nombres, sí mis evocaciones sustentados en fotografías en donde me solazo rodeado de esos manjares, las más provenientes de las costas sudamericanas, Colombia, Perú y Ecuador, bendecido por la hermana de tez blanca que decidió apostar por sangre azteca; la otra, encabritada, luego en berrinche abierto y más tarde con algunas copas de más, llorando por mi atrevimiento, es lo que decía, morena de Guayaquil, suculenta, perdida y desdichada, más recordemos que el que arriesga puede perder pero si gana su triunfo será recompensado con creces, y así esa noche una de ellas compartió algo más que el amplio, abierto espectáculo lunar del encanto de Galápagos.

Por eso, para que no se me entuman, les dejé eso...

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“—Cuatro—, dijo el Jaguar”, así inicia “La ciudad y los perros”, novela que habría de catapultar a Mario Vargas Llosa como el mejor narrador iberoamericano. Para mí, lector ‘profesional’ de novela acreditado meses antes del nacimiento de la noche cosmo y que ya de niño me rodearon obras de algunos novelistas norteamericanos e ingleses —siembra que al paso de los años coseché en amalgamas de símbolos matemáticos y epopeyas de viajeros—, diré sin ambages que “Conversación en la Catedral” y “La casa verde” son las obras fundamentales de este virtuoso de las letras peruanas y universales. Más hoy, sólo quiero hacer uso de esa entrada de novela que marcó la ascensión de las letras de aquel movimiento llamado “El boom latinoamericano” donde se congregan Carpentier, Onetti, García Márquez, Fuentes, Cortázar, Donoso, Sábato y antes de ellos Rulfo, entre otros, porque hoy diré “21” que es la cifra de un hecho a vuela página cuyo simbolismo fue exacerbado por “La vastedad en Santiago ...me arrojó al bullicio”, que sin esas letras y números habría vagado sin brújula y empujado por el viento, carcomido por los recuerdos, reducido a un papel de simple espectador, muy zarandeado por los accidentes del día a día. Empezaré entonces a completar la idea señalando que hace un año senté el precedente del día que ya llegó, “la fecha perentoria me concederá el retorno al Downtown y haré de nuevo un recuento de lo que pude hacer, lo que logré y lo que quedó en mera promesa...” [Alusión a “Los conjurados” de Borges].

Un año ocho meses en Chihuahua, déjenme decirles, es suficiente. Nunca había durado tanto tiempo en un lugar fuera de mi ciudad, y con ello ya les liquidé mis deudas morales —si las había—, aprendí a querer de nuevo a la tierra de mis mayores —sólo se quiere y aprende bajo un costo—, pude desnudarla para ver su esencia —indagué y descubrí su realidad— y finalmente logré expulsar algún fantasma que llevaba aún incrustado o escondido en mi ser...; y si sólo fuera por esto, valoraría en muy alto grado el haber retornado a mis orígenes.

Pero hay algo más, algo mejor que derivó y que está en sincronía con la especie de jugador de apuestas y retos que suelo plantearme a mí mismo: establecer desde la City una pauta de trabajo con miembros de la sociedad y emprendedores de Chihuahua para redimensionar las potencialidades de su gente en un perfil de largo plazo, evitando la mediocridad institucional que caracteriza a toda comunidad, haciéndola a un lado porque no tengo tiempo, menos nuestros niños y juventud, de seguir sobrellevando estos lastres que obstaculizan a quienes están ansiosos de hacer cosas diferentes, sin olvidar a aquéllos que integrados en dependencias e institutos, aún siendo proteicos, terminan por ser absorbidos, inutilizados y luego sometidos diluyéndose en el mar de la desidia, el conformismo y la apatía, ese común denominador que es sinónimo de ‘medianía’. Me atrevo a vaticinar que si sigue la actual tendencia de ambigüedad y parsimonia que permea la forma de pensar y proceder de quienes debieran jugar un rol no más inteligente —sólo inteligente—, lo poco que pervive de identidad se traducirá en actitudes y clichés estúpidos como creer que la carne asada, la cerveza y el corrido de Chihuahua son los fundamentos de nuestra idiosincrasia, a contrapelo de nuestras raíces, tozudez, orgullo, valentía, arrojo, determinación, autonomía, pulcritud, honradez, esfuerzo y tantas cualidades que caracterizaron el temple y personalidad del habitante del Septentrión mexicano. Con el tiempo, el común sería la divagación y la estulticia que se perfilan cada vez más, pero con el agravante de que nuevas formas serán impuestas desde el mundo de Babel. En cuanto a mi otra apuesta, ésta se fincará en la capacidad y eficacia que logre aplicar para el reencuentro con esa chiquilla, por decirlo de alguna forma. Para mí fue suficiente divagar como trotamundos o como peyorativamente se dice, “como perro sin correa”, y si acaso la fortuna no me sonriera [ella afirma que tengo ¡muy buena suerte!], siempre en estas latitudes se ofrecen posibilidades de muy buen semblante y perspectiva..., entendiendo que la sangre jala y en estos lares también puede vivir un alma gemela.

¿21? Este volumen es el 21; es mi día de nacimiento; es el día más largo del año [junio (mes en que nací) en el Hemisferio Norte]; es la suma de los dígitos de mi año de nacimiento; es el siglo que vivimos; es el año que espero Chihuahua despegue hacia un nuevo estadio de desarrollo; está considerado como un número de buena suerte; es 3 veces 7 en Las Vegas [maquinitas de monedas]; es en el Tarot “el mundo coronado con todos a sus pies” [éxito, triunfo, suerte, victoria, premio, plenitud]; y esotéricamente se le asocia con el Sol y el signo de Escorpio. ¡A caray! Quizá mi chiquilla tiene razón. Pero también implican locura y ateísmo, lo cual no está muy lejos de mi realidad. ¡Shumm!

¿Por qué sí, la Ciudad de México? Porque en esa metrópoli que ostenta el octavo PIB entre las ciudades del mundo [el más alto en Latinoamérica] se puede realizar una diversidad de intercambios culturales, de conocimientos e información tête à tête, o por lo menos sabes dónde localizar y aprender algo de quienes son vanguardia, sin contar aspectos básicos de tipo comercial, turístico, financiero, legislativo, gubernamental en ambos planos, nacional e internacional: es el mundo y alrededor el resto del mundo, cosa que jamás tendrás a tal nivel en otra ciudad en el país. Además le he invertido 32 años en números redondos, estudiando y trabajando, leyendo y escribiendo, derrochando y cargándome de energías, gozando y sufriendo a sus mujeres, inventando, reconstruyendo y recreando su noche cosmo, la poesía, el arte, el amor, el dolor, la caía y ascensión, el renacimiento y la búsqueda de la felicidad que a veces la he tenido, perdido y siempre recuperado.



NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 10 de abril de 2011.