Los chiles tristes (Vol. 13)

El caso era caminar por las banquetas, observar los edificios, subir y bajar calles, llegar a la Pequeña Italia o al más denso de los Chinatown; rastrear algún indicio de esos novelistas de mediados de siglo que le facilitaron a la ciudad de la Costa Oeste el distintivo de plural, libre, abierta, desprejuiciada, la única que puede ponérsele al tú por tú a La Gran Manzana. Market Street, sus tranvías, los muelles, restaurantes, bares, hoteles, todo el lujo y parafernalia de la expresión sin límites, aunque educada, culta, muy culta, Universidades que no le piden nada a Harvard y MIT. Desconozco cuántas veces los principales creadores del mundo la han visitado y quedado para habitarla, pero una cosa es cierta, imposible aburrirse en tanta expresión original del ser humano congregado en esta ciudad maravillosa.

En Frisco, la ciudad libre [no al extremo de 'Sin City'], esta Ciudad Gótica a contrapelo de Metrópolis o séase 'The Big Apple', Joe Cocker evoca en mi provecho al ritmo que su origen británico se lo permite... al maestro Ray Charles, y así fue como casi accidentalmente me introduzco en uno de sus innumerables bares para escuchar “Unchain My Heart” y siendo descarado por naturaleza saco a bailar a una morrita de ojos verdes y cabello rubio, con su sonrisa de par en par, sin miedo, espontánea, y perpleja cuando Cocker o Ray, más bien una banda interpreta esa estrujante canción y me suelto con la versión española de Alberto Vázquez...; qué sabrá ella, nada, pero le llama la atención que estoy supuestamente traduciendo, nada más lejano, pero la convicción es lo que cuenta y a ellas eso es lo que les gusta, ¿a poco no?

Cada mañana durante dos semanas establecí una rutina como un perfecto autista que no logré alterar, ni me atreví. Salía del hotel y caminaba a lo largo de la principal avenida [Market] para entrar a un mismo bar, abierto siempre, a que me sirvieran mis buenas dosis de Stolishnaya en las rocas, igual que siempre, previsible para no perderme. Recuperado el ritmo cardíaco que los estándares de una ciudad así te exige, avanzaba luego hacia el sector financiero y en un café me zumbaba el mejor baguete que he saboreado de pechuga de pavo y dos capuchinos dobles, ‘strong’, como tienes que pedirlos. Una de esas mañanas observé a mi lado a dos preciosas en una mesa contigua; sus atuendos hippiosos, aunque pulcros, sus expresiones al hablar, directas, abiertas, me llenaron el ojo. Les sonreí y ellas por amabilidad me correspondieron; sí, por amabilidad, porque cuando menos me imaginé ya estaban dándose un soberbio beso que me confirmó que no pertenecía a su exclusivo mundo de placer. No me atreví, por más indecente que sea, a reclamarles un pequeño, chiquito, mínimo espacio de su felicidad. La genuina libertad plantea la libertad de los demás, muy claro para ellos herederos de la tradicional autarquía distante al egoísmo o, peor, la miopía.

Tokio y Nueva York se disputan la cima del mayor PIB entre las ciudades del mundo; en segundo lugar está la ‘Ciudad del Pecado’ [LA]; octavo sitio nuestra entrañable y mágica Ciudad de los Palacios, y ésta que hoy nos ocupa el lugar dieciocho, pero con una población inferior a la que tiene la Ciudad de Chihuahua. No por ello cede importancia respecto de otras metrópolis, porque en su derredor, en la llamada Bahía de San Francisco, se anidan más de siete millones de habitantes quienes comparten Stanford y Berkeley que ostentan el prestigio de pertenecer a selecto grupo de las cinco mejores universidades del planeta, que si usted le agrega su prestigioso Conservatorio, colleges especializados en medicina, ciencias de la conducta y arte, museos, galerías, sector financiero, marítimo y telecomunicaciones, turismo [Pier 39] y lo más alto: el top de la High Tech, el Silicon Valey, nos caemos de bruces, quedamos anonadados ante tal excelsitud del espíritu vanguardista congregado en una ciudad en la que se puede caminar por sus banquetas [desprecio las ciudades sin banquetas o con banquetas mediocres] y solazarse en sus bares y restaurantes y escuchar la mejor música, la que usted desee. También a usted le dará gusto que ya de noche encuentre patrullas de policía que parecen de película, y usted puede seguir caminando sin sobresalto alguno. De hecho, una de cada tres personas utiliza transporte público para trasladarse al trabajo.

Y si la subcultura refleja el inconsciente colectivo, cuando me refería a una rivalidad entre esta Ciudad Gótica y Metrópolis [Batman (de Frisco) vs Supermán (de NYC)], una forma ‘naive’ de aclarar diferencias entre las dos ciudades más poderosas del mundo, deberemos acotar esta presunción considerando que la riqueza proviene del uso de la inteligencia superior. En consecuencia, usted no podrá divorciarse del Lincoln Center, Broadway y del MET, como tampoco de Pier 39, Chinatown y los tranvías. Imposible alejar a Woody Allen [o a Scorsese y Coppola] de Manhattan como a Dashiell Hammett de sus calles empinadas, aunque éste perviva ahora en los personajes que creó y que además fueron trasladados al celuloide [uno, fundamental: Sam Spade de la novela “El halcón maltés”, con el que John Houston redondeó la inmortalidad (de Hammett), y fue interpretado por el menos mortal Humphrey Bogart].

Ahora, si lo que usted desea son mayores expresiones vivenciales, recordemos que Dashiell Hammett compartió su existencia al lado de Lillian Hellman, aquella novelista que alcanzó notoriedad por “An Unfinished Woman” [Una mujer inacabada], y al respecto existe una película digna de recordar, porque lo que le sucedió a Hellman en la vida real cuando visita a una misteriosa ‘Julia’ en la Alemania Nazi, arroja un hecho evocador. En esta película —“Julia”—, Lillian Hellman fue interpretada por Jane Fonda —guau— y ‘Julia’ por Vanessa Redgrave. Y así como esta misteriosa relación reunió a dos extraordinarias mujeres de carne y hueso, el mundo de la alta tecnología creó una de las fusiones más exitosas y que a su vez impulsó al denominado Valle del Silicón, con dos estudiantes, uno de nombre William Hewlett y el otro David Packard, y de ese “matrimonio” del conocimiento avanzado nació una empresa fundamental de nuestro tiempo: Hewlett-Packard. De modo que, ciencia, innovación, tecnologías, arte, poesía, novela, teatro, cine, música, chinos, mexicanos, italianos, business, turismo, y hasta anglos se mezclan. El producto adoptó hace ya unas décadas el nombre de Parques Industriales o Tecnológicos y ya recientemente se les denomina Ciudades del Conocimiento, donde todos pueden “habitarla” bajo condición de que generen inventos, nuevos conocimientos, o sencillamente arte... que los distribuyan y compartan en buena onda... conforme a los cánones místicos de la originalidad, autenticidad, comunidad, genialidad..., del espíritu de una ciudad cuyo himno es “If you’re going to San Francisco / Be sure to wear some flowers in your hair / (...in the streets) you’re gonna meet some gentle people...”

...el caso era caminar por la noche cosmo disponible y atreverse a encontrarla. El único inconveniente de ese periplo..., lo dispareja entre unos y otros que puede ser la vida, porque no todos podrán envolverse en la magia que Petula Clark entregó al mundo en oootra versión inmortal, refiriéndose a la buena suerte que tienes, si acaso te sientes desesperado, de darle una dulce salida a tus problemas...

Just listen to the music of the traffic in the city
Linger on the sidewalk where the neon signs are pretty
How can you lose?
The lights are much brighter there
You can forget all your troubles, forget all your cares and go
Downtown…


NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 30 de marzo de 2011.