Los chiles tristes (Vol. 11)

«Tu nombre me sabe a un sueño que aparece y me orienta; al origen perdido; a un mágico deleite..., y a un despertar en mis lejanías en total y absoluto control del daño, siempre despierto, insomne, sonámbulo, con una conciencia atroz, de tan profunda y verdadera que el dolor ya no me alcanza. Soy sólo un hombre sin vestigios: perdí mis asideros cuando me extravié una tarde que no tuve la decencia de exigir-que-te amaba. Esta será la expresión —qué ironía— que podría inmortalizarme, aunque aún me quede vida para redimirla: “Nunca te exigí que te amaba”»

Aún suenan esas palabras alrededor de mi escritorio y rebotan desde la pantalla de mi compu y no logro ponerlas quietas, firmes, en sosiego, que ya no me ‘abrumen’ [este verbo también me lo estrelló en la cara, mi preciosa Claudia]. Y en un intento de exorcismo desesperado, tuve que recurrir al mejor de mis amigos...

—A días de mi retorno, Meny, y no haces ruido... Por cierto, acabo de tener un extraño reencuentro con mi lejana adolescencia. ¿Leíste mi más reciente avance de este periplo sin ton ni son, que un amigo de La Obrera, luego de días de farra, terminó por bautizar eso que entonces era una promesa y hoy una aventura descarriada: “Los chiles tristes”? Será porque somos mexicanos y luego, después de tanta disipación algunos suelen caer en la “depre” como ahora se le dice pomposamente a esta neurosis, y no existe palabra más utilizada que ésta —el chile nacional—, sólo superada (eso sí, por mucho) por el verbo, adverbio, sustantivo... y toda la gama de usos que en millones de frases colocamos la famosísima ‘chingada’. Por supuesto, no le iba a poner “Los chiles de la chingada” porque aparte de que no suena muy poético, ya sabes cómo andan ahora los retrasados mentales.

Mi amigo Manuel recibió como obsequio de bienvenida a Chihuahua, allá a principios de los 90, este apelativo, y a la fecha no estoy seguro si esta forma amable que un sobrino le endilgó, en verdad le hace gracia.

— ¿Cuándo llega, o cómo está el asunto? Tengo tiempo de nada en estos momentos, lo bueno es que apenas acabo de firmar contrato, espero que llegue mitades de abril para poder invitarle a comer, de perdida...

Meny me habla de usted, muy raro porque es chilango. Más bien, creo que lo hace no por el respeto que yo le merezca (lo dudo), sino por su proclividad al mundo del ballet... No, no es cierto, sino porque siendo Cinta Negra, ¿décimo Dan?, o quién sabe dónde vaya en ese mágico mundo espiritual del Karate-do, lo mantiene verdaderamente ceñido a una conducta de respeto por sus semejantes. Aunque ¡aguas!, no lo vayan a provocar; no se los recomiendo.

—Quizás por esos días ya me encuentre en México. Quería comentarte que tuve un reencuentro con mi primer 'amor', que ocurrió en Chihuahua. Sólo hemos platicado por 'fon' pero me movió el tapete. Acabo de hablar con ella casi dos horas, y me ha causado un revuelo formidable, muy chingón, que pudiera traer alguna consecuencia; voy a echarle ganas, y veré si puedo recuperar parte de lo perdido. Está cabrón, ¿verdad? Regresaría por ella y hasta me la robaría. (Verdad que no he dejado de ser un baboso adolescente, caray). En fin, para mí es una historia increíble por lo absurdo que suena. Nada más imagínate cuánto hemos cambiado, aunque ella se ve muy bien [en Facebook], y es toda una deportista, independiente y ya hasta abuela... Bueno, luego me cuentas tus impresiones sobre este rollo que está sacado de los pelos...

—Pues eso está muy chido, y si ella no tiene compromiso pues ya está; además es importante entender que por algo apareció, en caso contrario le hace bien al cuerpo tener esas sensaciones de antaño. No olvidemos que nuestro cuerpo también tiene memoria.

—Pinche Meny, qué filósofo y sabio me saliste. ¿Cuándo aprendiste toda esa nomenclatura?

El bato como es muy propio, no se da por aludido, pero no le queda otra que decirme que me felicita y que le salude a Claudia. Pero yo sigo enrollado como un loco y también me hago el occiso:

—Sí, está muy chido, pero igual muy cabrón (insisto)... Me pone como el personaje de la canción que volvió más inmortal a Chaplin: "Candilejas"... Es menor que yo cuatro años pero parece como de 15-20 al menos la diferencia entre ambos, así nos vemos...

Luego, encarrilado como voy que ya no puedo detenerme, agrego:

—Dice recordarme cómo era con mi greña larga, mi forma de caminar con las manos en las bolsas de mi pantalón de mezclilla, que se emocionaba muchísimo cuando me veía en la Guerrero, la calle donde nos reuníamos en Camargo todos los chavos; cuando la llevaba de la mano, y que todo mundo nos recuerda como una pareja muy feliz. Nos envidiaban... ¡¡¡No lo sabía!!! Y mi amigo soplándose todas estas palabras endulzadas, qué digo, embadurnadas de mocos de juventud.

—Pues ahí te dejo esa, Meny, y ahora sé que un día regresaré por ella. Me dijo que sí me espera (aunque también sé que muchas cosas pueden suceder en ese ínterin). Luego te sigo platicando...

Uf, pobre Manuel, haber tenido que aguantarme casi media hora con mi mono tema.

Pero, ¿a poco a ninguno de ustedes les pasó algo más o menos parecido, y que nunca se lo cuentan —a menos de que estén pedos— a sus esposas (o que ellas lo estén, que es mejor)? Ahora resulta que nunca se enamoraron como idiotas cuando eran púberes y metieron hasta el choclo echando a perder lo que aaaaños después lamentan pero ya no les sirve de nada. Cometieron el gravísimo error de casarse con quien no amaban y aún siguen con ellas, o ellas los siguen aguantando. En fin, que bueno que existen las redes del ciberespacio para romper las redes del espacio castrante —chin, quise decir cercenante... ya he dicho muchas majaderías, no vayan a censurarme las pías almas que tanto cita Catón—. Lo que sí estoy seguro es que tanto ellas como nosotros (o entre ellos y entre ellas) ya no aguantamos tanta hipocresía, y esto me recuerda [ya me parezco a Proust] un breve homenaje de hace unos meses que le hice a Elizabeth Taylor (como si le hiciera falta), quien acaba de fallecer, en aquel papelón que interpretó con su genial pareja Richard Burton en la película “Quién teme a Virginia Woolf”, precisamente con este tema sobre no hacer lo que en verdad queremos: “sus personajes, durante una turbulenta noche, ya hartos de sus simuladas ilusiones deciden despojarse de toda hipocresía...”

Dicho lo anterior, queridos (e) lectores, por favor no me juzguen si he pecado de cursi, o parezco ingenuo, soñador, obsoleto, anacrónico..., ante sus ojos justos y racionales, pero el amor es el amor, ya lo dijo Don Perogrullo, que ese sí no falla.


NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 26 de marzo de 2011.