Incluso Vasconcelos le dedicó espacio en sus memorias al describir la belleza exótica y sensual de esas mujeres. El filósofo mexicano, en un viaje hacia Nueva York, aseguró que su color de piel y formas exquisitas, difieren del de sus hermanas de Estados Unidos o de África, por causa de la brisa y corrientes marítimas que bañan esa isla... donde el viajero queda por siempre encallado, prisionero al embrujo, que como ningún lugar en la Tierra, vulnera la voluntad del hombre. Es Cuba. La segunda parte de esta sentencia, me atañe, y es de mi entera responsabilidad.
—Salgo de viaje a Antigua (Guatemala), le dije a Patricia, porque ya es hora de observar con los ojos de Luis Cardoza y Aragón, “las líneas de su mano”. Tengo pendiente este viaje y no quiero posponerlo más...
Inquieta como es, me dice que puede acompañarme, lo cual siempre es mejor, dada su generosa compañía y la protección que siempre nos hemos procurado, aunque más bien ha sido ella la que me ha sacado de situaciones difíciles y apuros.
Empiezo a darle detalles de cómo creo podemos efectuar el viaje, y que no considero pertinente un desplazamiento a la zona maya guatemalteca, de tanta importancia como la que se ubica en nuestro territorio, porque el propósito que me mueve es vivir durante unos días esa ciudad que fungió como la capital de los chapines y que fue duramente golpeada por una serie de terremotos, pero la historia y raíces nacionales descansan en buena medida en ella. Fundamentalmente quiero releer la obra de aquél ilustre poeta, ensayista e ideólogo —originario de Antigua— que nació, como Jean-Paul Sarte, en un solsticio de verano. A él se le atribuye una frase total y definitiva sobre la motivación intrínseca de estas u otras letras en permanente movimiento: "La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre".
En el trayecto a la agencia de viajes en Paseo de la Reforma, perímetros de la clásica Zona Rosa..., sería por la sensación y espíritu bohemio que por décadas destiló esta área turística y que José Luis Cuevas y Carlos Fuentes en un café que hace la esquina de Hamburgo y Génova le confirieron dicho título; sería porque después de que adquiriéramos los boletos de avión y hacer reservaciones de hotel, nos iríamos a comer al restaurant La Mansión a dos cuadras de ahí, o a alguno de los que dispones en la famosa calle peatonal, Copenhague..., sería por un descuido de mi incontrolable movimiento de ideas, recuerdos, ocurrencia de citar datos..., que le menciono que también tengo pendiente mi viaje a Cuba, «porque sería más interesante (visitarla) con Fidel aún en el poder.»
¡Saz! Nunca lo hubiera dicho. Tan rápido como la excelente atención que suele obtenerse de la amabilidad chilanga, capacitada para atender con eficiencia el negocio de los servicios, modificamos nuestro ‘plan de vuelo’ y al día siguiente, en la madrugada partimos al paraíso. Al final de cuentas, allá también me estaban esperando otras raíces, las de Carpentier, Cabrera Infante, Lezama Lima, Reinaldo Arenas e incluso Hemingway, en fila, una tras otra. Mis sueños de toparme con ‘Sofía’; escuchar a la entrada: “Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes... Tropicana, el cabaret MÁS fabuloso del mundo... «Tropicana», the most fabulous night-club in the WORL”; entrever la representación más puramente erótica del acto sexual en “Paradiso”; la cadencia y texto perfecto del mejor poeta cubano en su extraordinario “El Central”, y ya de pilón los daiquirís en El Floridita donde los manufacturó el mayor novelista viajero que ha dado el mundo, era ‘to much’, imposible despreciar.
La primera impresión al arribar es que tú eres lo más importante para ellos y te lo demuestran de manera fehaciente, además del privilegio de su encantadora voz que sólo los colombianos y jarochos compiten con tanta armonía y suavidad, acariciante, que te ‘compra’ de inmediato. Así es el pueblo cubano; ni qué se diga de ellas, hijas del linaje español y africano, portugueses, alemanes, holandeses, ingleses y las cepas más exquisitas que trajeron del Continente negro, una combinación asombrosa condimentada por el clima más benigno que puedas saborear.
En los distintos viajes que he realizado a La Habana, jamás me he podido embriagar, así de benigna es su ubicación en el más hermoso y fulgurante Caribe. Luego de conocer La Habana Vieja, pasear por sus calles, algunas semejantes a las que puedes apreciar en el Puerto de Veracruz y Campeche, San Juan y Cartagena de Indias, quizá un poco, ligeramente en Nueva Orleans, de comprar su fino tabaco, el mejor del mundo, deberás hacer un alto en el camino y degustar los ‘mojitos’ en LA BODEGUITA DEL MEDIO. Ya frente a la barra, un comedido jefe de bar nos ofrece la peculiar charla y algo más, al empezar a interesarse por mi musa, así de frescos y despreocupados son, me parecía este muchacho que en última instancia ejercía su chamba que a ustedes pronto se las ofrecerán allá donde casi todo está permitido. Por supuesto, Patricia encantada con ese ejemplar criollo que la colmaba de atenciones, ella con toooda la experiencia del mundo frente a estas lides, se dejaba llevar y él una y otra vez me repetía: « ¿No te pones bravo?», nombre, no hay bronca, yo deleitado con tanta belleza que giraba a mi alrededor, y mojitos, daiquirís, luego ya tragos más fuertes que no lograban hacerme mella. De pronto se acerca a la barra una dama de curvilíneas expresiones y redondeces finas, esbelta, blanca y el famoso cabello quebrado del trópico, sonriente y muuuy atenta también y me mira de especial forma que le agradezco de inmediato por esa amabilidad y dulzura, ese azúcar inconmensurable que detenta la mujer cubana que se convierte en turrones, rones y demás (no encuentro la palabra, disculpen)... dones, y yo, simple vecino del desierto, la llanura como techo y sombra, ahijado de la noche cosmo, sediento desde que nací, me abrevo (eso sueño) de inmediato en su fuentes que me parece me están ofreciendo su perfecto pecho, ya dije redondos, altivos, soberbios, y que siga la fiesta, que Chihuahua también juega en esos parques de béisbol su deporte nacional. Percibo que a Patricia parece ya no gustarle esos ‘cambios de luces’, pero ya es demasiado tarde porque esa cubana no me suelta con su sonrisa y palabras, interesada extrañamente en mí. Quien de repente sí exterioriza molestia es el tipo de la barra, y entonces caigo en cuenta que esa chava es su ¿mujer?, ¿novia?, ¿hermana?, por lo que de inmediato le digo: “No te pongas bravo... aguanta”, y me seguí de frente sin medir consecuencias. Por fortuna, no pasó nada, excepto que un tanto fastidiada, Patricia me pidió que regresáramos al hotel.
Ya es de noche y ella quiere descansar, lo cual no está en mis planes, salgo al malecón y escucho música en vivo en un hotel contiguo. Atraído por esa sirena tropical me entero que ahí funciona un teatro de aquellos de los tiempos de Batista; pero no es un teatro, es más un salón de baile con un escenario donde se presenta un ballet y el capitán me invita a tomar la mesa que más me guste. El lugar está medio vació, pero lo suficientemente nutrido para compartir la alegría que transmiten las bailarinas y la orquesta en vivo. Pido una botella de ron cubano y hielo, única mezcla para las bebidas fuertes, excepto el coñac y el tequila que los tomo derechos. Luego de un rato, el comedido capitán me informa que, si así lo deseo, la chica que escoja puede venir a compartir mi mesa. No me lo dijo dos veces, porque ya había observado una que se me hacía la más atractiva, a lo cual me indica que tan pronto concluya el show viene conmigo. En ese momento estoy dándole gracias a todo mundo, a Patricia, sobre todo, por haberse cancelado.
La chica tendrá alrededor de 20 años, y es como me la imaginé oteándola de lejos. Algunos años después habría de resolver esa miopía, pero moverme por instinto o radar me había funcionado (lo que hace la ceguera). La idea —me propone—, es que me llevará a un lugar que desconozco pero que sabe me va a gustar, tiene experiencia a tan corta edad. ¿Qué me puede pasar —tanto que he discurrido por la noche cosmo— en esa isla donde la fortaleza hace inexpugnable la seguridad y preserva la sobrevivencia de Castro?, me digo con confianza. El trayecto resulta largo, recordemos que esa isla es la mayor de las Antillas, pero aventuro que pronto habremos de llegar a algún lugar mientras avanzamos por un camino denso en vegetación, el aroma del mar a nuestro lado y ella entregándome ya parte de sus encantos. A lo lejos diviso luces y bastante movimiento; la chica me dice, ya casi llegamos a la Marina Hemingway, con su timbre de voz cadencioso y dulce como las he descrito, y una sonrisa limpia, perfecta para unos ojos claros, ¿verdes?, y brillantes. Espléndido lugar, uno de gran relieve, de gran turismo entonces, y ahora, supongo, en homenaje al extraordinario creador de “El viejo y el mar”, que se supone ahí fue concebido (ese relato) de su vital escritura que arrastró a lo largo del mundo y no paró hasta meterse una escopeta en la boca, ya viejo, acabado. Pero la noche está plena, soy joven aún, dispuesto a comerme el mundo, y esa manzana apetitosa que está conmigo será para morderla al menos. La salsa y la maestría como mueven sus cuerpos difícil, casi imposible igualar, sólo aquellos mexicanos que nacieron con una dote extraña, impropio de nuestra raza, porque es la sangre africana purificada por el trópico y pulida al máximo por esos soplos marítimos, lo que permite algo que nunca más he visto, no sólo habilidad o técnica, más bien sentimiento puro, poesía, calor, amor, religión, entrega, sexo, que no termina. Lo que siguió después se enlaza de manera misteriosa con un hecho mágico que tuvo su detonación la noche siguiente que la volví a ver, luego de haberla visitado en su casa y haber conversado con su madre. Fue ese mini micro Big Bang el que marcó un derrotero distinto a mi estancia en La Habana, donde emergen otros personajes, es otra la trama, reaparece Patricia y la mejor expresión cubana que finalmente la isla me proveyó: la hermosísima mulata —La China— y la música del hasta entonces desconocido para mí, Rudy La Scala, cantante venezolano, que al escucharlo por primera ocasión pensé que era una mujer pero es que su timbre, quizá una imitación, semejaba a la de nuestro Juan Gabriel, pero aquél tropicalón.
Como fueron diversos viajes los que realicé a La Habana, a la que he denominado el mayor Downtown del mundo, requeriré un espacio adicional para intentar cubrir parte de sus embrujos que empezaron a prefigurarse desde que era joven, leyendo el mayor poema en prosa jamás escrito: “El Siglo de las Luces”, de Alejo Carpentier, el cual rompió mi concepción primaria en materia de arte narrativo y, como ya lo dije en algún momento, hizo posible que pudiera superar dos eventos que pudieron haber sido traumáticos: la despiadada expresión de soledad y vacío..., lo inútil de tratar de encontrarle sentido a la vida, que plasmó tan acremente y de manera perfecta, magistral, Juan Carlos Onetti, así como el desamor que casi me hizo sucumbir cuando perdí a Patricia [aún cuando siguió cerca de mí por tiempo indefinido y me prohijó cariño y hasta cierto punto amor], ambos eventos casi de manera simultánea y siendo muy joven, decía. Gracias a ‘Sofía’, el personaje central de esa obra cumbre de la literatura universal, pude sortear la gravedad de ambos acontecimientos: la narrativa desgarradora de Onetti y la pérdida de mi musa mayor.
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 27 de marzo de 2011.