jueves, 28 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 26)

Todo sea por volver a sentir la naturaleza y ‘evocar’ recuerdos del futuro con perspectiva científica, a modo de una sentencia que escuché [en inglés] y leí cuando alguien intenta darle la bienvenida “a las matemáticas puras, la tierra de la soledad”, sin olvidar que “la intuición siempre tiene la razón”, conceptos inextricables para aquellos que no se han acercado al mundo de la abstracción, lo que no me exime de al menos abonar claridad remitiéndome de lo analéptico a lo proléptico, lenguajes que distinguen entre lo ordinario y la creación que trasciende el tiempo en un punto en el que ya no se logra distinguir el hoy de las demás posibilidades. Diversas experiencias y conocimientos adquiridos, aunque no sustenten del todo la idea y aproximen su comprensión, efectivamente me ‘autorizan’ a abordar este fenómeno extraño de la anticipación por medio de una hipótesis que se plantea, o de un concepto que trasciende la compresión del pensamiento hasta entonces aceptado, o de la creación de una obra de arte que contiene en alto grado la materia con que los sueños en estado sonámbulo, de alerta, arrojan una imagen después de la cual ya nada es igual, en razón de la transformación que terminó por modificar de raíz la esencia original y la nueva expresión avanzó distancias desde esa idea primigenia.

Abusando de la plasticidad de estos chiles tristes, cito una definición técnica sobre este modelo de comprensión que no suele ser comentado, pero que requiero para ‘fundamentar’ una disipación que cualquier amanuense tiene derecho de gozar y hasta divulgar. «Aquello que guía la ejecución de conductas prolépticas no es la representación de un objeto futuro (que no existe), sino la representación de un objeto presente que ya ha sido percibido. Sólo retrospectivamente podremos afirmar que el objeto pretérito es una anticipación del objeto futuro, como si hubiera sido reproducido del futuro, de modo que los futuros "proyectados" presuponen la presencia de formas o modelos pretéritos (o sea, ya realizados)». Así, o más claro...

Empero, en el mundo del arte lo proléptico adquiere una extensión y dinámicas si no más profundas, más provocadoras, porque aquí sí se crea una nueva ‘visión’ o contenidos que son distintos en virtud de que quienes los perciben son diferentes, cualidad plástica que sólo es permitida por la obra artística. Incluso un mismo lector de un poema o espectador de una película o pintura puede sentir diferentes sensaciones en distintos momentos. Y lo más extraño de esta libertad de sentir es la satisfacción lo mismo de una cumbia cadenciosa o un tejido multidimensional que se logra percibir en una pieza de Mozart o de Bach, cada una conduciéndonos a estados de gozo distintos e igualmente válidos al espíritu. Más, cuando ligas estas sensaciones con otras como la lectura y la bebida. Sólo he leído una novela con ron y saboreado otra con música, como fue el caso de haber acompañado con el Concierto No. 6 de Brandemburgo [Movimiento 1] la cabalgata interminable de Quentin Compson en ¡Absalón, Absalón! [William Faulkner, casi mi novela preferida], difícil conservar este sentimiento en medio de tanto placer lúdico. A medida que se desenmaraña la madeja de la familia, la dinastía de los Sutpen, los trazos de Brandemburgo se van aproximando al hilo del relato y llega un punto en que sentí que se confunden en un mismo transcurrir que ya no puedes diferenciarlos, se necesitan uno a otro para que fluya la armonía de las letras y notas musicales que estoy seguro Faulkner nunca buscó ese acompasamiento tan natural —él tan dado a las yuxtaposiciones—, una simbiosis sólo auspiciada desde la cualidad proléptica del arte que crea imágenes sorprendentes en razón de no haber sido previstas, lo que la distingue de la abstracción matemática y de la innovación..., son parecidas en cuanto a la capacidad de generar nuevas conceptualizaciones desde bases preexistentes pero nunca trascienden el ámbito de lo racional por más geniales que sean sus creaciones. El más sentido homenaje a Faulkner podría ser el que en cierto verano ardiente en Madrid, a un Onetti descosido lo levantan de su encierro envuelto en humo y alcohol para entrevistarlo, y a regañadientes deja entrar al intruso en sus aposentos oscuros y sofocantes diciéndole: “Sé que no se lleva muy bien el tinto con este calor, pero debo tomar algo para que pueda hablar”; a lo que su referente, de manera por demás inoportuna, le increpa en la cara: “Qué opina de William Faulkner”, y éste le contesta malhumorado: “¡Absalón, Absalón!”. Carlos Fuentes también en su momento señaló que “todos venimos de “El capote” de Gogol, y después e inmediatamente de esta novela enigmática, extraña, complicada, revuelta, oscura, incomprensible para casi cualquier lector que ose, intente cuando mucho, leerla.

Bajo este tenor —repito—, puedo darme la libertad de evocar momentos que preludian un resultado anticipado en la esfera del procesamiento de imágenes que conozco sucederán como lo entreví, una a una las etapas que la Diosa Blanca me ilumina para acceder a la ruta del encanto... en un paseo nocturno por el Parque México; alguna caminata por las calles de La Condesa con mi camisa de algodón azul y ella observándome de frente o de reojo, hechizada por cierto brillo vespertino; alguna noche en el Bosque de Chapultepec en aquel Café del Parque, unos tintos después de una cena frugal y aquel vehículo verde-mágico donde el amor estaba asegurado a cualquier hora y lugar..., así como ese paseo de las miradas y las palabras en una banca de ese hermoso, añorado pueblo que al día siguiente retumba en el oasis del Lago de Colina y días después en su casa, y de manera inadvertida para los otros que apenas alcanzan a digerir su diligencia, dinámica ruidosa y aglutinante, un ángel distintivo, su estrella que viaja adelante, movimientos firmes en sus cambios de velocidad cual poema que modifica la plástica de la ficción que recrea para mí, un paisaje interior que cambia cuando en el discurrir de sus expresiones avanza entregándose ahora sin pedírselo, pues sus palabras tienen este destinatario, yo que he dejado de hablar, su voz es mi esencia, su risa y gracejadas me cimbran, me escucho en silencio, conteniendo mi ansia de acercarme y plantarle un beso entre los otros para que ya no se imaginen lo que es un hecho... sí para alguno de sus más cercanos en sangre, y queden perplejos de mi desfachatez que primero odiará, empezará luego a perdonarme aceptando que ella provocó ese desliz, más bien escándalo al haberme invitado a su casa, y en sus sonrisas y alegría plena creerá finalmente en mi inocencia y en mi derecho de haberle soltado ese beso de improviso, que sí me estaba pidiendo. Ya lo sabía...

Por eso no les extrañe que “la intuición siempre tiene la razón”, sobre todo en el terreno de “las matemáticas puras, la tierra de la soledad”, e inmediatamente después escuchen ese concierto de Bach seguido de cualquier obra profana que hace años se escuchó en la radio, o esta otra que en las redes sociales nos colma de sensaciones húmedas pero inciertas: «una mariposa frente a un huracán», y que deben leer como la súplica angustiada del poeta para que “«su bebé», su Dama”, le tenga fe, que es él quien avanza de manera inextricable hacia un destino que aún no ha sido escrito..., aunque ya lo sabía.



NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.

Algún lugar de MÉXICO, a 28 de abril de 2011.

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