“Aquellos tiempos”, título con que etiqueto una fotografía de principios de milenio en la que se ilustra el festejo de uno de los aniversarios del solsticio de verano, “pleno y radiante” —subraya mi Dama pecosa—, pocos años ha de un frenesí previo al abrupto devenir prefigurado, degustando unos cortes argentinos, la compañía de amigos fieles, una mujer dilapidada y unos tragos en la Avenida de Los Insurgentes Sur, corazón de la moderna y cosmopolita urbe azteca, intensa en movimientos, cambios permanentes, momentos distintos, agolpándose unos y otros sin advertencia, alerta, avispado, confiado, pero consciente de avatares en puerta, lúdico, entregado al deleite de postres, vinos, viandas, atenciones de calidad suprema, el mundo de primer nivel pero mejor por la calidez chilanga, el trato profesional al gusto del cliente, ocasión que se retribuye con propinas merecidas en correspondencia con la City, su rango de excelencia internacional, uno de mis amigos, ‘El Chava-Cano’ y su número 27 de la buena suerte, el más elevado, sonriente patrocinador de ese festejo para esta otra cifra de fortuna, el 21, qué más le puedo pedir a la vida, un sobrepeso, una mujer generosa, los chicos malos de la Colonia del Valle, viajes, salud, integración social, lo que cualquiera desearía para llevar una vida confortable y con comodidades..., pero los avatares ciertamente existen y los imponderables están a la orden del día y poco tiempo después empiezo a preparar de nuevo mi reencuentro con la noche cosmo internándome al incierto y provocativo ambiente de lo que puede suceder y estás listo a recibir, ha sido parte de tu existencia, una ruta que elegiste cuando desperdiciaste la oportunidad que se te brindó para tomar la vida y hacer de ella lo que hubieras deseado, en tercero de secundaria, no haber aceptado lo que el destino te ofrecía, ser responsable de tus actos y de los demás como personaje político y desde ese momento habrías resuelto La Vastedad en Santiago, pero elegiste la vida que en un momento cualquiera te arrastraría desde el bullicio a los periplos que hoy te tienen relatando sus pormenores calificados como “chiles tristes”, expresión exacta, perfecta, idónea que sólo uno como tú te pudo regalar como sugerencia en aquella cantina de la Colonia Obrera, que sólo cuando un disipado se encuentra inmerso en los humos del alcohol, como rotuló la inmortal Sonora Santanera, se vierten en automático y tal vez nunca más vuelvas a alcanzar ese rango de genialidad...
Como verán, éste ‘vehículo’ sirve como preámbulo y ventana a situaciones que enmarcan, nutren y estigmatizan días en claro-oscuros, que a todo mortal en tránsito suele concederle, lo que aprovecho para homenajear al creador de “Sobre héroe y tumbas” y “El túnel”, su brillante vida que concluyó el fin de semana, autor de esta frase inmortal con que “Llámenme Mike” y yo nos acordaremos siempre de este doctor en física nuclear y matemáticas, pintor, que un día dejó el Instituto Marie Curie en París para entregarnos: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne»..., Ernesto Sábato, hablando de fruiciones..., la música, poetas, fútbol y sobre todo sus ‘minas’, las así merecidamente etiquetadas mujeres argentinas, hermosas como mi pecosa y espléndida Dama quien hoy me resarce de tanto avatar, periplo, brújula sin norte en la región más norteña de México cuyas similitudes nos acercan a esas tierras de abundancia del Sur inmemorial de Borges, la provincia de Mendoza, sus vinos, granos y carne en abundancia: sí, Chihuahua y al menos una parte de Argentina tienen semejanzas [las antípodas se hermanan], y ambas latitudes no han sabido aún desplegar su gran potencial como si estuvieran a la espera, pero no sé de qué, y sí en cambio reconozco un futuro extraordinario que por lo visto no podemos dejárselo sólo a los políticos, que falta hacen pero deben ser reorientados, conducidos, corregidos por la esencia de sus comunidades, por la inteligencia y plasticidad de sus ciudadanos, por la sabiduría del pueblo.
Entre tanto, el Septentrión me detiene horas extras con la pluma desenvainada no como herramienta de guerra, oteando el horizonte que brilla con el fragor mundano del estruendo y el escándalo, metrópoli que íntegramente aglutina lo mexicano universal de cada uno de sus rincones, que la nutren y ella absorbe con un apetito voraz insaciable, porque el crisol exige su dinámica In Crescendo, desparramando todo material de vida útil o de desecho para tejer el entramado que regula allende sus fronteras. Es la magia de México que todos soñamos cuando niños, que ya no asusta a sus mayores porque el infierno está mejor posicionado aquí y la aldea global —o como llamo hoy, el tiempo de Babel— han desmitificado, añádase que de cada cinco pesos que produce la economía nacional, uno lo genera la Ciudad de México, sus poco menos de nueve millones de chilangos apoltronados entre las cumbres de Anáhuac y dulces vientos acaso tropicales en días serenos, proteicos, mitigadores de la enérgica actividad que los devora y expele para que al día siguiente renueven sus tareas como si ayer nada hubiera pasado... Erróneo, todo acontece en ese nodo del Universo, de ahí su magnetismo que a diferencia de un ‘hoyo negro’, hablando del físico-matemático-poeta-pintor Ernesto Sábato [él no utilizaba la tilde, pero yo se la coloco para decirle que lo recordaremos, como lo haremos con su tocayo, nuestro paisano, filósofo-artista platico], éste no desaparece la energía, todo lo contrario: la revuelca al usarla y se la regresa al mundo con la plasticidad que sólo este ombligo del mundo [existen 2 ó 3 en la Tierra] está habilitado por decreto divino de la Física [símbolos matemáticos de pureza y soledad] y del arte todo, la poética por delante... ¡Cómo no!
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 2 de mayo de 2011.
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