Les digo a mis cofrades: las letras no son para herirlas con balandronadas. Siempre el estigma del que habla en corto, directo..., como imaginé... me dice: existió una estirpe que nos antecedió, y sin cortapisas exigían qué..., y quedaba claro. No había recovecos. Luego timadores repiten expresiones que me hartan. No es culpa de ustedes que los escuchen. Esa dotación de entendimiento no les fue otorgada para despreciarlos (... no más qué decir).
Pero..., inconmensurable y evidente: estoy siempre equivocado: En Salaices está una magia que apenas se dan cuenta. El inquiridor fue puesto a prueba y cedió a la exquisitez del que se dirige con aguda, exacta y precisa compresión del tema: Manuel Aragonez Villarreal encarna la excelsitud de un proyecto que bien podrá en su momento merecer reconocimientos desde Estocolmo [léase: “CIRENA”. Es tarea].
¡Lo anticipo!
Nada más para puntualizar, porque ahora mis menesteres me restan horas para corresponder a esta latitud del espíritu, y postrado quedo ante la belleza para la cual debo dejar constancia cómo esos hombres están creando ciencia y tecnología para resolver la pobreza, sin quién los socorra en Chihuahua o en México, y mayor es mi asombro porque son unos verdaderos “conjurados”: decidieron entregarse a una misión que sé va a subvertir la estrechez de pensamiento —y se van a molestar las ideas nimias porque sí existe quién tiene luces, e incluso son de Chihuahua..., e incluso son la diferencia que bien merece un poema: pero más, que les den los recursos para que con libertad, sin que osen contaminarlos, prosigan en su misión de generar respuestas a la pobreza alimentaria en México.
Por favor: déjenlos en paz, pero entréguenles los recursos sin cortapisas [¡Político: abstente!], y verán cómo la verdadera estirpe chihuahuense se manifestará: la que soñé de adolescente y hoy sólo veo remedos.
En Valle de Allende cumplimenté esa ensoñación. Resulta que de este pueblo han surgido líderes en la formación de promociones de ingenieros para Chihuahua y México. Sí: es una tierra que aporta lucidez, además de frutos sabrosos [ya me imagino esos sabores aparte, de los cuales La Santa Rosalía fue fundada] y belleza que sólo el cruce del Septentrión 100 kilómetros adelante reproduce, como si todos viniéramos de este mágico lugar y la intuición que a Fernando Jordán casi le llevó a decir: aquí se originó Chihuahua. Todos venimos de este valle de ensueño, locura, embeleso; gente tan aparte que da pie a lo que hemos sido y de ahí tendremos futuro.
Ciudad Camargo, Chih., octubre 31, 2011.
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