Antaño siendo
el menor, hubo algún aprovechado. El tiempo se cernió sobre ése. Otros con su egoísmo
se desdibujaron, ni a fantasmas llegan. Los más, entre ellas mis tres generosas
hermanas, me pertrecharon. Dios siempre las bendecirá. Lo anterior, para sentar
un punto de vista…
Al elegir
ese transcurrir interminable, a caballo, de aquellos personajes míticos de
William Faulkner recuperando pasajes enterrados, ocurre esta sensación de shock.
No está en mí abandonarme en tierras yertas, menos lapidándome encima de una
bestia que me remite a la prehistoria. Soy hijo de las letras y los números; de
la velocidad de alta tecnología; del pensamiento que extraje de los páramos de Santiago, su vastedad, la pérdida del
sentido que no obstante me impelió a otear más allá.
Como hijo
de la ciudad, mi arrogancia parece exacerbarse. Aparente contradicción. Debo
guardar silencio, si es menester. Ser cauto, o como dicen en mi espacio capital,
“estar a las vivas”…, “mañana a las ocho”.
Marcaré a
una tipa, no en línea directa —Uf—. Ha desparramado mala leche, además de señero
marchito, nula gracia, razón de su fealdad. No se le paran las moscas [a las
moscas tampoco…]. Una mujer así está proscrita entre las leyes del Kama Sutra. Queda
maldito aquél que ose un acercamiento, si ya fue advertido. Habría recibido esa
amonestación, para luego perder el favor del alto designio: el derecho a amar,
a coger, a ser dichoso.
Aquí es
pertinente una salvedad: las admoniciones provienen de la cultura árabe. Pero
combinado con la excelsitud de la mujer que merece ser recorrida toda (a la
usanza hindú), arroja la demostración que tanto admiro: “Por reducción al absurdo”.
No deja dudas. Estos orientales: árabes e indios, son reconocidos por su
excelencia matemática. Aplica entonces mi decir.
Una piedra
puede encontrarse luego entre pasos inciertos y ser tomada para un uso
ulterior, insospechado. Es otra de las leyes que se repiten, porque nada es
gratuito. De ahí que un escrito sea testimonio a pie del lector, y sus ojos
ávidos son siempre recordados. Se siembra; se obtiene un fruto, y las miradas
se ciñen una encima de otra.
Ser cuidadoso
y controlado es trabajo descomunal…, si mi tarea es provocar para sacudir y
entonces mover. El trabajo preciso y pesado no abona a la contemplación. Menos
si se quiere emitir represalia para degustar un platillo frío…, en este
amanecer, cuando Chihuahua sigue dormida, profundamente, en su circunloquio.
Amnésica. Como piedra. Alguien la lanzará. Por favor, me avisan…
No hay comentarios:
Publicar un comentario