Es
lunes de octubre. El mes inicia, pero ayer mi vida dio un vuelco. Lo inútil de
los pasos que el tiempo me ha acompañado dijo, no te mereces esa dama, está más adelante de cualquier intento por
ubicarte en un grado de sensatez…, para su dignidad y mi vacío que no le fue
dado compaginar. Diría con justicia: la inutilidad de aventurar vocación de
poeta es más que evidente; la vacuidad se ciñe alrededor de estas letras que
tampoco merezco. Desprovisto de sustancia, me desvanezco, me tuerzo y caigo ya
sin rodillas, amorfo. Las palabras, insisto, no me pertenecen. Tampoco me es
dado escribir la patraña, lo insulso, lo que suele leer gente inerte, a
semejanza de los que ya partieron pero aún ocupan espacio que no les pertenece,
y no se han dado cuenta. Cual fantasmas. No es hora de quejarse. Asumo lo que
soy —¿Qué soy?—. Pero ahí brota, por suerte —siempre la maldita suerte— el cuento que más injurias y
aborrecimiento habrá de provocar. El poeta suele equivocarse al generar encono,
no sólo belleza. Algún derecho me asiste, y por eso las letras harán su tarea.
Recuerden: no son mías; en este caso, no me pertenecen. Limpio estoy. Déjenme
en paz.
Así
dice…
La
música y los humos resuenan ahogados desde el interior de un tugurio donde la confusión
iguala frases incoherentes, entre un español mal hablado y un inglés con más
faltas gramaticales, pero mi deber consiste en decodificarlas previendo algún incidente.
Alcohol o drogas pueden no significar en un ambiente hostil donde el mal rasero
hizo de esa marginalidad la pauta que da vida y muerte, según sea el ánimo de
Dios o quien se cree con ese derecho.
Veo
a través de monitores a los cara dura
merodeando la escena. De a poco nutren el congal; huelen, saben, se ven
diversos; parecen o se creen diversos, más sus atuendos y perfil los delata:
morenos, cabello brilloso y con su densidad milenaria desde que les fue
impuesta una dieta para caer por su propio peso. Los años de la ‘Alta
California’ tampoco procuraron embellecimiento, pues su paisanaje, recién
avecindado, ignorante en el agravio y maltrato de la infancia, les dio por
nacer sin suerte.
El
cadenero de buena gana prefiere maltratarlos, antes que ceder a sus precarios encantos.
Él, indio norteño, los desprecia, siendo que son a su semejanza, hermanos de tierra
y desventura. Pero tiene una debilidad. La pianista y los acordes que una banda
le acompaña, graduada en el más prestigioso conservatorio del patio trasero,
toca melodías cachondas, y el tipo enloquece; le da por bailar, abandona su
puesto, la puerta descubierta, la lacra se introduce y es entonces que mi
secuaz, un gorilón de mi tierra, 1.95 de estatura, ojos de tigre, casi un
gatito, pero montés, los agarra del pescuezo y los bota de una patada en el fundillo.
Enseguida va tras el moreno y con sólo una mirada lo conmina a retomar su puesto
de trabajo. Todas las noches es lo mismo. Enloquece cuando su cofrade conduce a
la “fina y refinada audiencia” con su arte y sus mañas consabidas, su cigarro
quemándole los dedos y un tequila que nunca le abandona. Nacieron el uno para
el otro. Son bohemios, pero están perdidos en esa nube de humo; sólo las
trifulcas los despiertan del soliloquio, el trance hipnótico entre tantos
vapores.
Dos
o tres personajes se suman a esa decadencia que por desdén adjudicaron a ese
lugar impropio…, la “Casa Combate”. Está la fichera, una mujer de carnes
amplias y frondosas, voluptuosa, entregada con medida para obtener del placer
que ofrece las monedas que una a una darán fama a su bien ganada reputación de
mujer difícil, por lo opulento de su talle y su cuenta bancaria igual de
frondosa. Está el garañón, cuya estirpe dará de que hablar por años. Lo suyo
son las mujeres fáciles y no tan dóciles; las que se arriman y se cobijan bajo
su consuelo de padrote, las engaña aunque ellas adoren su estampa de cabrón,
determinado; y con esa magnificencia nunca despreciable, esas damiselas hambrientas
de golpes y ultrajes lo persiguen, es su guía. Saben que sin él la vida es
menos que la patética jodidez que les acompañará hasta la muerte. También, por
ahí, a veces escamoteado, un adonis muestra sus encantos, sólo disimulados,
para que seres de toda grey se embelesen soñando un día adjudicarse ese fruto
que no se vende, en ocasiones mostrado más nunca disponible. Y como no
queriendo, un ser perplejo, ataviado a la usanza medieval, esparce aromas de
incienso en un afán de redimir a esas almas impolutas, que no le hacen caso,
mas él se esmera y ruega por ellos, por su salvación, en tanto la música cadenciosa
le arrebata el único chance de cumplir lo que bien sabe está más allá de sus
deseos.
La
mujer del piano enloquece en el momento menos esperado. La cumbia cede y sin
parpadeo se arranca con sonidos de barroco…, la rechifla se arma…, el mocetón
sabe que es hora de cobrar con golpes al incauto. En un parpadeo, mentándoles
la madre y escupiéndoles gargajos, verdes como sus ojos, los zarandea y luego arroja,
sin un clavo, solazándose con el botín que le dispenso, por su lealtad de fiera,
bien amaestrado. Lo eduqué de niño, le dije cómo comportarse. Nunca me alza la voz,
de frente no suele verme, sabe que mi ira es incontenible, que con una frase lo
desarmo y queda a mi merced, a mi grave designio, como me enseñó mi abuelo, un
hombre de ‘fierros’, de Chihuahua, no tan alto, pero con una voz que enmudecía
a presidentes y lacayos…, que para eso están, para servir y obedecer al hombre
de “Los chiles tristes”. Así me decía.
Las horas
transcurren en la “Casa Combate”. Igual, la música lánguida, exudante, o frenética
e inverosímil, sea como desee y se le antoje a la diva de ese clan extraño. El
cadenero, enfurecido porque le está vedado entrar a la sonaja. La mujer amplia
y cachonda vendiendo encantos que nunca entrega. El garañón cogiendo por igual
feas y más que feas. El hombre de la toga y sus sermones admonitorios, y aquél
que no se vende, que está para que putos y lesbianas, mujeres de los colores que
aquella urbe del pecado desean pero sólo ven, aprecien su belleza, y con ese antojo
se queden.
Atrás
de ese tinglado, un sombrío personaje se tuerce noche a noche, desde que en
otra metrópoli aprendió a manejar los hilos de las marionetas.
Chihuahua, Chih., octubre 1, 2012.