sábado, 8 de septiembre de 2012

Los chiles tristes - Entrada



Los chiles tristes

Un amigo me sugirió: ponle “Los chiles tristes”, y accedí.

 Heme aquí escribiendo los pormenores de una primicia, luego de hablar con la raza de Chihuahua, por supuesto, o de Monterrey, Veracruz, Morelia... o chilangos, qué se yo.

Otro amigo, sabio, me reconforta no sé por qué y agrega: «Luis, ve. ¡Ve!» Las letras no se me dan, y aventuro este periplo: ¿Qué? ¿A dónde?

A veces es preferible no apostar contra natura, aún cuando es la salida, casi costumbre y, que siendo así, se puede tornar en un perfecto búmeran. Algo típico nuestro. Don Rafael y Nacho son fiel reflejo de esa maravilla vital iberoamericana recreada por tantos cineastas y poetas de éste y aquel lado: un desgarramiento perpetuo. Ni qué decir de Sacramento, otro de los nuestros allende el mar. Íconos de la España que arrojó Franco.

Sí. Con quienes hablo son coterráneos, chicanos, de Asturias o las vascongadas; colombianos, argentinos, incluso gringos (por qué no). Pero Irlanda está en mi corazón, como la Colonia Obrera. Qué va… En lo dispar está la semejanza. La cerveza empareja.

Tanta variable dispersa es como aquel recuerdo del 84 que tan feliz me hacía.

Ese domingo del verano incierto

los momios indicaban sólo desventajas.

 
No era Orwell en absoluto. ¡No!

Más descorazonadora no podía ser esa fecha.

 Incluso, la ironía se fundamentaba:

 
¿Aún no tocamos fondo?

 

Pero sigo anclado aquí en el mejor de los escenarios de piedra, distraído y ajeno al impulso que el viento de la llanura un día me reveló: «La velocidad es la máxima ficción», dije contraviniendo a Octavio Paz. Y para dejarlo más claro, rematé: «La vastedad en Santiago me arrojó al bullicio».
 
Vislumbro dinámicas envueltas en esas palabras que esperan un mejor derrotero, más no absorto... ni en la memoria de otro ayer. No este ensimismamiento de frío estancado, petrificante, aislado... que golpea y ultraja a quien se atreve a vivir en ésta la ciudad más hermosa de América, la de argamasa y piedra como la llamó un poeta nicolaita. Así de  desagradable puede ser una ciudad-museo ―la Antigua Valladolid―, como también lo es Salzburgo a la que Thomas Bernhard designó como el sitio ideal para claudicar.

 En verdad, como Ionesco yo quiero admitir: “Nada me desalienta, ni aún el desaliento”. Aún cuando acepto sin culpas: “No sé quién soy; no sé qué es lo que hago aquí.”

 
Y en el largo periplo, la ciudad vacía:

una puerta se abría

y otra se cerraba.

 
Abierta al sueño en movimiento.

Cerrada luego del camino de Santiago.

 
Junio es un hecho a vuela página.


Frío, calor…, silencio, bullicio…, estrechez, vastedad…, estancamiento, velocidad…, control, desmesura... continúan a cada paso o colapso, caída y vuelo, galope y suelo…

 
Luces tenues... Silencio... Frescor.
 
San Ángel en tiempo de lluvias;
una casona de piedra,
y su plazoleta
al centro:
 
«Es la historia moderna de México»

 
De la cual tampoco podemos abstraernos: que estamos engullidos en material de deshecho y sólo unos cuantos se percatan, patalean, lloran insomnes: pobres arañando los márgenes, y sobras mitigan su miserable desasosiego. Al menos cuentan con Mozart, si acaso tienen suerte de sobrevivir los estertores del medio infernal que los aplasta. “Nosotros como quiera: los chiquillos”. Qué culpa tienen, ¿verdad?

 Anoche el mandatario procuró sentar las bases del nuevo año del nuevo milenio, podría decir que para un verdadero arranque del nuevo siglo mexicano, el más priísta entre los de derechas, como se dice allá. Somos plásticos a más no decir. Luces a cambio:

 
«El ardid del conocimiento hoy poco vale»
 
Magia lunar que vaticinó sueños recurrentes

hilando un juego, tejiendo su propio mito.
 
Ojos negros, cabellera negra...

 
Al parecer todo se hermana, incluso la belleza con el arte de lo posible.

Rescato de este avatar una misiva enviada en mi desesperación de sentirme inerte como un fósil, quebrantado en esta mierda de espera…
 

¿Cómo están, queridos chilangos?

Pues yo, inconcluso, frágil, decadente, insomne, postrado… pero con las antenas bien puestas; sombrío y absorto… avizorando movimientos, oteando y casi olfateando resquicios, pleno en sensaciones, no obstante ajeno esté y lejos de mis pasados trances etílicos; limpio, seco —muy seco (dry)—, delgado, aburrido, pálido y maltrecho, contento porque ganó España y casi la hace Cruz Azul; el PRI pitando, anticipándonos que estaremos pronto de regreso, nosotros los inteligentes, sencillitos y carismáticos. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?

Enderezando el tema, siento que se me está acabando el veinte —no las ideas—, y muy pronto reencarnaré o apareceré de manera espontánea en ese lugar sagrado que considero mi casa: la Ciudad de México. Y eso que no creo en Dios.

Sí, tarde o temprano arribaré sigiloso, lento, espichadito, pertrechado sólo con mis sueños, a darle fin a esta historia en la que el héroe (más bien, antihéroe) recupera su reino y todo vuelve a la normalidad (suena a cuento barato). Entre mis periplos, éste es el que más tiempo me ha llevado concluir, más escarnios en el ínterin he recibido y más jodido me he sentido (empieza a perfilarse como un cuento con más aristas, aunque patético). En verdad, es tanto el resentimiento que me embarga, que el simple hecho de tocar suelo en Zócalo o Insurgentes Sur representará una victoria de dimensiones insospechadas. Mi cuento sin épica (carente de…) es mío y de él quizá saldrán destellos que sí puedan algún día ser recordados. Estoy en eso y no me olvido.

 
Al final del día, los hechos son los que cuentan.

 
Porque los caminos de Dios son misteriosos...

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