Los
chiles tristes
Un amigo me
sugirió: ponle “Los chiles tristes”, y accedí.
Otro amigo,
sabio, me reconforta ―no sé por qué― y agrega: «Luis, ve. ¡Ve!» Las letras no se me
dan, y aventuro este periplo: ¿Qué? ¿A dónde?
A veces es
preferible no apostar contra natura, aún cuando es la salida, casi costumbre y,
que siendo así, se puede tornar en un perfecto búmeran. Algo típico nuestro.
Don Rafael y Nacho son fiel reflejo de esa maravilla vital iberoamericana
recreada por tantos cineastas y poetas de éste y aquel lado: un desgarramiento
perpetuo. Ni qué decir de Sacramento, otro de los nuestros allende el mar.
Íconos de la España que arrojó Franco.
Sí. Con quienes
hablo son coterráneos, chicanos, de Asturias o las vascongadas; colombianos,
argentinos, incluso gringos (por qué no). Pero Irlanda está en mi corazón, como
la Colonia Obrera. Qué va… En lo dispar está la semejanza. La cerveza empareja.
Tanta variable
dispersa es como aquel recuerdo del 84 que tan feliz me hacía.
Ese
domingo del verano incierto
los
momios indicaban sólo desventajas.
No
era Orwell en absoluto. ¡No!
Más
descorazonadora no podía ser esa fecha.
¿Aún no tocamos fondo?
Pero sigo anclado aquí en el mejor de los
escenarios de piedra, distraído y ajeno al impulso que el viento de la llanura un
día me reveló: «La velocidad es la máxima ficción», dije contraviniendo a
Octavio Paz. Y para dejarlo más claro, rematé: «La vastedad en Santiago me
arrojó al bullicio».
Vislumbro dinámicas envueltas en esas palabras que esperan un mejor derrotero, más no absorto... ni en la memoria de otro ayer. No este ensimismamiento de frío estancado, petrificante, aislado... que golpea y ultraja a quien se atreve a vivir en ésta la ciudad más hermosa de América, la de argamasa y piedra como la llamó un poeta nicolaita. Así de desagradable puede ser una ciudad-museo ―la Antigua Valladolid―, como también lo es Salzburgo a la que Thomas Bernhard designó como el sitio ideal para claudicar.
Y
en el largo periplo, la ciudad vacía:
una
puerta se abría
y
otra se cerraba.
Abierta
al sueño en movimiento.
Cerrada
luego del camino de Santiago.
Junio
es un hecho a vuela página.
Frío, calor…,
silencio, bullicio…, estrechez, vastedad…, estancamiento, velocidad…, control,
desmesura... continúan a cada paso o colapso, caída y vuelo, galope y suelo…
Luces
tenues... Silencio... Frescor.
San
Ángel en tiempo de lluvias;
una casona de piedra,
y su plazoleta
al centro:
una casona de piedra,
y su plazoleta
al centro:
«Es la historia moderna de
México»
«El ardid del conocimiento hoy poco vale»
Magia
lunar que vaticinó sueños recurrentes
hilando
un juego, tejiendo su propio mito.
Ojos negros, cabellera negra...
Al parecer todo
se hermana, incluso la belleza con el arte de lo posible.
Rescato de este
avatar una misiva enviada en mi desesperación de sentirme inerte como un fósil,
quebrantado en esta mierda de espera…
¿Cómo
están, queridos chilangos?
Pues
yo, inconcluso, frágil, decadente, insomne, postrado… pero con las antenas bien
puestas; sombrío y absorto… avizorando movimientos, oteando y casi olfateando
resquicios, pleno en sensaciones, no obstante ajeno esté y lejos de mis pasados
trances etílicos; limpio, seco —muy seco (dry)—, delgado, aburrido, pálido y maltrecho,
contento porque ganó España y casi la hace Cruz Azul; el PRI pitando,
anticipándonos que estaremos pronto de regreso, nosotros los inteligentes, sencillitos y carismáticos. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Enderezando
el tema, siento que se me está acabando el veinte —no las ideas—, y muy pronto
reencarnaré o apareceré de manera espontánea en ese lugar sagrado que considero
mi casa: la Ciudad de México. Y eso que no creo en Dios.
Sí, tarde o temprano arribaré sigiloso, lento,
espichadito, pertrechado sólo con mis sueños, a darle fin a esta historia en la
que el héroe (más bien, antihéroe) recupera su reino y todo vuelve a la
normalidad (suena a cuento barato). Entre mis periplos, éste es el que más
tiempo me ha llevado concluir, más escarnios en el ínterin he recibido y más
jodido me he sentido (empieza a perfilarse como un cuento con más aristas,
aunque patético). En verdad, es tanto el resentimiento que me embarga, que el
simple hecho de tocar suelo en Zócalo o Insurgentes Sur representará una
victoria de dimensiones insospechadas. Mi cuento sin épica (carente de…) es mío
y de él quizá saldrán destellos que sí puedan algún día ser recordados. Estoy
en eso y no me olvido.
Al final del día, los hechos son los que
cuentan.
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