Así puede dar por terminada aquella novela que, como Don Luis Cardoza y Aragón decidió llamar “de caballerías”, no en su rutilante Guatemala, las líneas de tu mano, obligado me veo a guardar silencio, pues tampoco corresponde apropiarme de una frase inmortal hispanoamericana, que ya tantas deudas tengo. Más vivir la intensidad con jóvenes camarguenses, y sentir esta vida que ya no me era para mis tiempos y salidas en falso, fue más un recordatorio de la suerte que aún puedes gozar y te es dada.
Fácil —de nuevo esta palabra—, llegar de lejos y decir, estas son las letras que valen; las llevo a cuestas; he vivido y muerto por culpa de sus sonidos sin la inmortalidad —de nuevo, esta palabra— que carece de sustento, pero estoy aquí porque una chamaca enjundiosa, vital, regañona e incomprensible —como toda mujer..., pero ella, única—, me capturó, y ese individuo ajeno se volvió parte de un escenario al cual habrá de aportarle una pizca, y recupere la ‘nacionalidad’ que por despecho un día dejó detrás en caminos de caballería, a tropel, mundano, absuelto en las inmensidades de lo que ya nada cuenta, si los años no son recuperados... Tarea abismal.
“Las diferencias”..., como si no supiera de ellas, que a esta hora ya de madrugada me tienen entretenido, más preocupado, pero muy ocupado para dejarlas en claro: no cuentan; sólo valen; son para reconocer que estás en el lugar que en mi carencia de visión no me di para verte, aunque mis letras hoy te busquen y tal vez un día estén en tu memoria de niña caprichosa o mujer intensa, según sea tu ánimo que tanto me distrae.
Santa Rosalía de Camargo. Noviembre 21, 2011.
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