«Hace más de 30 años que no te veo, porque asomándome a la prepa, entre la algarabía te distinguí, quien más ruido y carcajadas esparcías», jóvenes en su plenitud dejando adolescencias, mudando piel y emociones, atreviéndose a dar el brinco a una madurez que aún requería largo recorrido. Así recuerdo a esa chamaca de tez blanca, cabello más bien oscuro, firmes expresiones de confiada seguridad, vehemente en su risa e ironía sana, y algo distintivo en ella, además del brillo de sus ojos, su esbelta figura o magnetismo: gira y gira, aquellos impregnados en su gracia, su flor-despliegue de hechizos..., más que eso, sus singulares pecas marcando distinción entre los otros, y nuestro sabio decano sonriendo no muy lejos, sabiendo que un ángel travieso armonizaba una primavera que ya despedía una más de sus promociones: bellezas, alguna inteligencia, quizá talentos para nutrir desde ese rincón el futuro de nuevas familias, nuevas obras, nuevas ocurrencias.
Hace más de 30 años que no te veo, y así quieres que me despida —quise decirle—, pero ella cerró todo resquicio de estupidez por sentirme tan cerca aunque perdido. Porque fui tan miope luego de años de lecturas, que aún distinguiéndote entre todos, mis pensamientos rondaban escuchando tu aliento, absorbiendo tus miradas, escudriñando tus palabras que a otros próximos a mí desparramaste y no pude percatarme, abstraído y tonto, inteligente y necio, culto en la ignorancia de que lo verdadero y profano es una pasión que te trastoca y nunca más vuelves a saber de ti, te han cambiado en otro.
Ella impidió cualquier eventualidad loca que me desquicia y en el fondo repite, “por qué me equivoqué, en qué momento me distraje, fui acaso cobarde por no haberme decidido, en mínima cortesía, conversar con nuestro hombre sabio, ofrecerle mis respetos, agradecerle por todo lo que me concedió, a mí y a otros a lo largo de su entrega de comunidad en décadas de servicio”, así fuera o pareciera mero pretexto, debí de haber cruzado al interior de la prepa, y ya en la charla, viendo cómo con ansiedad dirigía —me delataba— mis miradas hacia aquella mocosa, en su perspicacia y bonhomía los llamaría para presentarles a ese fuereño que tuvo épocas como ellos que escribieron algún recuerdo en su memoria prodigiosa de hombre de bien, de comunidad, y ahí entre ese grupo la pecosa dejaría de parlotear y escucharía a nuestro querido mentor, y seguro alguna palabra de él (o mía) la ataría a ese desconocido, como tal parece no puede ahora desviar sus pasos que no sean por mi rumbo. Pero eso debió de haber sucedido desde hace poco más de treinta años.
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 6 de julio de 2011.
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