“—Cuatro—, dijo el Jaguar”, así inicia “La ciudad y los perros”, novela que habría de catapultar a Mario Vargas Llosa como el mejor narrador iberoamericano. Para mí, lector ‘profesional’ de novela acreditado meses antes del nacimiento de la noche cosmo y que ya de niño me rodearon obras de algunos novelistas norteamericanos e ingleses —siembra que al paso de los años coseché en amalgamas de símbolos matemáticos y epopeyas de viajeros—, diré sin ambages que “Conversación en la Catedral” y “La casa verde” son las obras fundamentales de este virtuoso de las letras peruanas y universales. Más hoy, sólo quiero hacer uso de esa entrada de novela que marcó la ascensión de las letras de aquel movimiento llamado “El boom latinoamericano” donde se congregan Carpentier, Onetti, García Márquez, Fuentes, Cortázar, Donoso, Sábato y antes de ellos Rulfo, entre otros, porque hoy diré “21” que es la cifra de un hecho a vuela página cuyo simbolismo fue exacerbado por “La vastedad en Santiago ...me arrojó al bullicio”, que sin esas letras y números habría vagado sin brújula y empujado por el viento, carcomido por los recuerdos, reducido a un papel de simple espectador, muy zarandeado por los accidentes del día a día. Empezaré entonces a completar la idea señalando que hace un año senté el precedente del día que ya llegó, “la fecha perentoria me concederá el retorno al Downtown y haré de nuevo un recuento de lo que pude hacer, lo que logré y lo que quedó en mera promesa...” [Alusión a “Los conjurados” de Borges].
Un año ocho meses en Chihuahua, déjenme decirles, es suficiente. Nunca había durado tanto tiempo en un lugar fuera de mi ciudad, y con ello ya les liquidé mis deudas morales —si las había—, aprendí a querer de nuevo a la tierra de mis mayores —sólo se quiere y aprende bajo un costo—, pude desnudarla para ver su esencia —indagué y descubrí su realidad— y finalmente logré expulsar algún fantasma que llevaba aún incrustado o escondido en mi ser...; y si sólo fuera por esto, valoraría en muy alto grado el haber retornado a mis orígenes.
Pero hay algo más, algo mejor que derivó y que está en sincronía con la especie de jugador de apuestas y retos que suelo plantearme a mí mismo: establecer desde la City una pauta de trabajo con miembros de la sociedad y emprendedores de Chihuahua para redimensionar las potencialidades de su gente en un perfil de largo plazo, evitando la mediocridad institucional que caracteriza a toda comunidad, haciéndola a un lado porque no tengo tiempo, menos nuestros niños y juventud, de seguir sobrellevando estos lastres que obstaculizan a quienes están ansiosos de hacer cosas diferentes, sin olvidar a aquéllos que integrados en dependencias e institutos, aún siendo proteicos, terminan por ser absorbidos, inutilizados y luego sometidos diluyéndose en el mar de la desidia, el conformismo y la apatía, ese común denominador que es sinónimo de ‘medianía’. Me atrevo a vaticinar que si sigue la actual tendencia de ambigüedad y parsimonia que permea la forma de pensar y proceder de quienes debieran jugar un rol no más inteligente —sólo inteligente—, lo poco que pervive de identidad se traducirá en actitudes y clichés estúpidos como creer que la carne asada, la cerveza y el corrido de Chihuahua son los fundamentos de nuestra idiosincrasia, a contrapelo de nuestras raíces, tozudez, orgullo, valentía, arrojo, determinación, autonomía, pulcritud, honradez, esfuerzo y tantas cualidades que caracterizaron el temple y personalidad del habitante del Septentrión mexicano. Con el tiempo, el común sería la divagación y la estulticia que se perfilan cada vez más, pero con el agravante de que nuevas formas serán impuestas desde el mundo de Babel. En cuanto a mi otra apuesta, ésta se fincará en la capacidad y eficacia que logre aplicar para el reencuentro con esa chiquilla, por decirlo de alguna forma. Para mí fue suficiente divagar como trotamundos o como peyorativamente se dice, “como perro sin correa”, y si acaso la fortuna no me sonriera [ella afirma que tengo ¡muy buena suerte!], siempre en estas latitudes se ofrecen posibilidades de muy buen semblante y perspectiva..., entendiendo que la sangre jala y en estos lares también puede vivir una alma gemela.
¿21? Este volumen es el 21; es mi día de nacimiento; es el día más largo del año [junio (mes en que nací) en el Hemisferio Norte]; es la suma de los dígitos de mi año de nacimiento; es el siglo que vivimos; es el año que espero Chihuahua despegue hacia un nuevo estadio de desarrollo; está considerado como un número de buena suerte; es 3 veces 7 en Las Vegas [maquinitas de monedas]; es en el Tarot “el mundo coronado con todos a sus pies” [éxito, triunfo, suerte, victoria, premio, plenitud]; y esotéricamente se le asocia con el Sol y el signo de Escorpio. ¡A caray! Quizá mi chiquilla tiene razón. Pero también implican locura y ateísmo, lo cual no está muy lejos de mi realidad. ¡Shumm!
¿Por qué sí, la Ciudad de México? Porque en esa metrópoli que ostenta el octavo PIB entre las ciudades del mundo [el más alto en Latinoamérica] se puede realizar una diversidad de intercambios culturales, de conocimientos e información tête à tête, o por lo menos sabes dónde localizar y aprender algo de quienes son vanguardia, sin contar aspectos básicos de tipo comercial, turístico, financiero, legislativo, gubernamental en ambos planos, nacional e internacional: es el mundo y alrededor el resto del mundo, cosa que jamás tendrás a tal nivel en otra ciudad en el país. Además le he invertido 32 años en números redondos, estudiando y trabajando, leyendo y escribiendo, derrochando y cargándome de energías, gozando y sufriendo a sus mujeres, inventando, reconstruyendo y recreando su noche cosmo, la poesía, el arte, el amor, el dolor, la caía y ascensión, el renacimiento y la búsqueda de la felicidad que a veces la he tenido, perdido y siempre recuperado.
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 10 de abril de 2011.
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