“Y si acaso ya inconsciente...,” usted podría ipso facto caerse en cualquiera de las tantas y tantas situaciones que acontecen en todo barrio de la capital, digamos..., “agobiado por los humos del alcohol...,” pero no, no, por supuesto que no, “no se burlen si le grito, si entre lágrimas le llamo, todo tiene su razón”, pues de una manera misteriosa, como suceden los motivos insospechados y nada calculados en la vida, esa leyenda de la Sonora se escuchaba a diario enseguida de mi casa, segunda o primera calle de La Santa Rosalía, y todo gracias a Díaz Ordaz que “petroquímica nos darás”, pues con esa planta arribó al pueblo un contingente de hermanos del trópico, tan ajenos a este ‘frugal’ desierto, sus ojos penetrados de verdor y esencias, que debieron refugiarse lo más que pudieron en los humos de la sabiduría ancestral, la música que sana y la cerveza que perdona (o al revés, ya no me acuerdo). De modo que, para cerrar este breve recuento de la inflancia, ustedes perdonarán, no me privaré del primer recuerdo de esa joya [música-chamaca] que por ningún lado checaba con la “estirpe del desierto”, en razón de su naturaleza que a mis oídos y ojos de niño les fue dada la gracia de escuchar y observar por vez primera la otredad. Sí, algo inusitado. Imagínense, salvadas las distancias: Salma Hayek vs María Sorté, y eso que ambas son de origen árabe, una tropical, la otra desértica.
“Todo México me ha visto, calle arriba y calle abajo...,” empiezo a escuchar cada vez más nítido esos fragmentos de poesía popular en llamadas, mensajes y correos del intercambio que acecha el cierre de capítulo de la Vastedad en Santiago, sean Meny, John Fitzgerald Toño, “Llámenme Mike”, el otro Mike, mis dos tocayos, Óscar, Manolo, Memo, los chicos malos de La Obrera, los bares de la Del Valle, cafés de la Condesa y Roma, librerías en Coyoacán, palacios del Primer Cuadro, museos por doquier, las emblemáticas Avenida de Los Insurgentes y Paseo de la Reforma, bosques, parques y mercados, peseros, metro, trolebuses, taxis, franeleros, ruido, humo, agitación, excitación, estado de conciencia permanente..., y más adelante, cuando la fortuna se haya dado cuenta que sobreviví y los vientos soplen a favor, vuelos, restaurantes, teatros, cines [qué buenas salas], tertulias y amigas, siempre amigas, siempre cobijándote, protegiéndote, preservándote para nuevas escaramuzas de pasión y dolor, amor y perdón, todo sin hacernos daño..., bueno, a veces un poquito, pero eso le da más sabor, ¿a poco no?
Desde este punto remoto la palabra provoca ecos en el Downtown y su noche cosmo donde no duermes, sólo habitas, porque las “Luces de Nueva York” chilangas siempre están para ti prendidas.
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 8 de abril de 2011.
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