No hace mucho dirigiéndole un correo a una joven amiga cuya hija lleva el nombre de ‘Sofía’ le comenté que «tuve la suerte de leer "El Siglo de Las Luces", de Alejo Carpentier, escritor y experto en música, de origen cubano, poco después de arribar a la Ciudad de México. Fue una época que le dediqué a la lectura tanto o más que a mis estudios profesionales, actividad que se convirtió en una de mis mayores pasiones. De esa novela me quedan sólo recuerdos; quizás, el más sentido, el personaje de 'Sofía', cuya belleza, valentía y temperamento me condujo a la búsqueda de ese ideal de musa..., que también por suerte logré encontrar (ocasionalmente).» Más adelante agregaba en ese e-mail: «Es en verdad insólito que el nombre de 'Sofía' esté asociado al de una mujer que resulta ser excepcional. Yo aventuraría que cuando elegiste ese nombre para tu hermosa hija, no tenías del todo claro cuáles eran las probables repercusiones, ya que el nombre de una persona suele imprimir en ésta una influencia especial.»
Mi viaje a La Habana fue por ‘Sofía’, fundamentalmente. Existían otras razones de peso literario, como “Tres Tristes Tigres” de Guillermo Cabrera Infante [o “La Habana para un Infante Difunto”]; “Paradiso”, de Lezama Lima, y “El Central” de Reinaldo Arenas [también escribió la vertiginosa novela sobre Servando Teresa de Mier, “El Mundo Alucinante”]. Pero, insisto, Sofía entraña la base de esa trayectoria que no he logrado cumplir y que diseñé cuando leí el mayor poema en prosa que escribió Carpentier. De esta novela me nació el deseo de recorrer todas las Antillas (grandes y pequeñas) hasta llegar a Barbados, punto final del recorrido. En su momento elaboré con detalle la señalización de los puntos donde llegaría, las distancias, el tiempo que tardaría y el presupuesto requerido. Asuntos diversos impidieron antes realizar el más importante de los periplos que habré de resolver, como aquél de surcar las islas del Mar Egeo. Por cierto, este otro viaje lo habré de cumplir con o sin dos de las musas a las cuales me comprometí llevar. Lo ideal es que ambas me acompañaran: sé que Patricia sí aceptaría que Claudia vaya con nosotros, porque la mentalidad de mi musa mayor está más allá del bien y el mal. Pero, ¿Claudia?, aún no se lo pregunto... [Voy a tener que esperar sentado hasta que me dé su respuesta, porque la última vez que tuve contacto con esta chamaca me advirtió “...tal vez un día pudiéramos contactarnos de nuevo...”, así se las gasta la chiquilla.]
Lo que después me sucedió en La Habana, no estaba presupuestado. Debo subrayar que este viaje no tenía el objetivo ex profeso de gozar de sus exóticas hijas tropicales, pero éstas se dan en ‘charola de plata’, el calor es propiciatorio, la música, su acento, su candor y cachondería obligan a responder, so pena de que te dé un infarto..., aunque improbable por estar a nivel del mar y su clima benigno que ya he comentado. Volví a ver a la bailarina que me llevó a la Marina Hemingway, la noche siguiente, pero sucedió un imprevisto: un tipo de seguridad se enteró que no me había devuelto mi cámara fotográfica, que yo mismo terminé por regalarle sin ningún inconveniente, pero éste la amenazó con detenerla. Intervine, que era un regalo que yo le daba, pero no quiso aceptar la aparente falta de la chamaca. Me dirigí al Lobby y amenacé con cancelar mi viaje si no dejaban en paz a la chica. Al parecer ya no procedieron a su detención, vi cuando se iba con el mismo taxista de la noche anterior, y todo quedó resuelto. Eso espero, porque el ejercicio de la ley cubana es bastante severa. No se andan con medias tintas.
Más tarde subí con Patricia al Night Club en el pent-house del hotel, y al entrar un verdadero batallón de mujeres estaban al acecho. De todos los colores y sabores, y el común denominador... la entrega de placer al turista, al cual no le puede cobrar porque está estrictamente prohibido utilizar moneda extranjera (dólares, sobre todo) y como tampoco podían adquirir artículos (se les impedía ingresar a los pocos establecimientos comerciales que existen), lo único que queda es comprarles algo, llevarlas a comer o introducirlas casi de manera subrepticia a un hotel. [Una frase que hizo más famoso a Fidel Castro sobre este asunto, es que —según él— las aclamadas “jineteras” no son prostitutas (en verdad, no las dejan), sino que al ser tan calientes, se dedican a esos menesteres..., peor que algunos políticos mexicanos.] Patricia seguro estaba aburrida del hotel, y decidió quedarse conmigo en ese festín para hombres. Una chica atractiva parecida a otras tantas del clásico tipo de mujer cubana: blanca, alta, cuerpo que te derrite - se derrite, aroma tropical, voz acariciante me tendió la mano solicitando que la llevara a la pista de baile, cuando entre otras tantas aparece frente a mí una mulata con el característico cabello ensortijado, morena distinta a todos las mujeres morenas que he visto en mi vida, su sonrisa plena, blanca y ojos brillantemente negros, esbelta, diría casi delgada, pero exacta en proporciones óseas sin grasa de más, ni un solo gramo, tipo modelo de revista, mal vestida pero segura de sus hechizos africano-caribeño-españoles y me toma de la mano, veo a la otra que me está esperando, regreso mi mirada a la mulata y en fracción de segundos decido que ésta decida por mí, que en la vida debemos darle oportunidad al azahar, de lo contrario se vuelve inútil, intrascendente, aburrido y sumamente estúpido —por vacío— cualquier momento, y nunca las travesías podrán llevarte por caminos insospechados. ‘Such Is Life in the Tropics’.
Excelente decisión, de las pocas veces que no me he equivocado. Patricia nos acompañó todo el tiempo y luego se nos unieron otros cubanos, dos hombres y una mujer, ésta la que comandaba al grupo. Mal hecho, si algo tiene mi musa mayor es un olfato certero, agudo para ver antes de tiempo y anticipar jugadas. No sólo es (o fue, como ustedes quieran verlo) la mujer más bella de México, también una de las más inteligentes, entre sus atributos divinos. De modo que, protegido por ese ángel (propio de mi propiedad), La China, como la llamaban y un sirviente servidor seguro de lo que usted mande y desee se entretenían saboreándose ad infinitum. Después, la comandante ‘solicita’ en forma amable... que recomendaría nos fuéramos a su casa..., llegamos pertrechados de cerveza cubana —la peor que he tomado en mi vida— y ron suficiente para seguir en el agasajo. Pero La China y yo tenemos asuntos pendientes que finiquitar, abandonamos al “grupo interno de familia” y nos recluimos en una recámara aislada, lejana a ellos, retomando lo que se había deslizado en forma tangible, reconstruyendo los principios de la naturaleza del mar, en donde todo se originó, y esforzándonos por no quedar mal ante nosotros mismos, nuestra religión y patria. ¡Viva México! ¡Viva Cuba! Ya de mañana, sin dormir, abordamos una reliquia pre-castrista, un desvencijado Mercedes- Benz y tomamos rumbo a la Marina Hemingway, a dónde más, todos reintegrados como grupo fraterno latinoamericano hacia ese único lugar que Dios indica en una mañana soleada habanera, restablecidos del daño nocturno por su brisa, y amablemente armonizados con una canción pegajosa que repetía y repetía “Libre, libre, un hombre libre...” de un tal Rudy La Scala... Y como ya es costumbre, queridos (e) lectores, quedo mal y tendré que concluir esta deshilachada conversación tropical en otra ocasión, porque La China me dejó otros recuerdos imborrables en aquel marco de la noche cosmo donde las estrellas sólo brillan para ti.
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 4 de abril de 2011.
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