domingo, 3 de abril de 2011

Los chiles tristes (Vol. 16)

Veo de reojo. Enseguida de mí, en un pupitre universitario de vanguardia, una mujer joven de cabello negro, sedoso y ondulado, tez blanca, ojos negros, grandes, cejas pobladas y pestañas rizadas entornan una imagen en un momento inigualable. El tema es central, análisis de la teoría macroeconómica aplicable desde la óptica neoyorkina con un sólido sustento neo keynesiano, finales de los 70. Sigo al catedrático que expone de forma sobria y, al tiempo, brillante, los detalles finos de una educación privilegiada, doctorado en Columbia, Cornell o MIT. No puedo perderme esa ocasión de sentirme feliz en un ambiente que pude haber idealizado cuando cursaba la preparatoria, y ahora estoy ocupando un espacio que muy pocos pueden aprovechar en la gran Ciudad de México, menos en el interior. Por ese motivo de satisfacción y de sentirme afortunado, aún no me detengo a observar a la mujer que está sentada a mi izquierda, ambos a cuatro o cinco metros del lugar donde expone el profesor. Finalmente es el momento del ‘break’ y puedo echar una mirada al grupo, ya con detenimiento. Ella está leyendo un libro, lo subraya y parece no haberse dado cuenta de quienes la acompañamos en ese salón de clases.

Ya la vi. Ahora puedo apreciar los detalles que he descrito de su aspecto exterior; aún me falta entablar la primera conversación, y lo primero que me entero es que se llama Patricia y su forma de hablar es tranquila, amigable. Se expresa con soltura, sobre todo con una armonía interior que te hace sentir como que la conoces de mucho tiempo atrás. Se ve sincera y franca, la primera mujer que trato con esas características en la metrópoli, aún más porque me empieza a simpatizar y es verdaderamente hermosa. Tres meses después ella me invitará a comer a uno de los restaurantes de la Zona Rosa donde sirven los mejores cortes de carne, porque me ha pedido que escoja qué es lo que me apetece. Para entonces, sé que su padre de ascendencia francesa nació en La Boquilla y pienso que éste es un pretexto para ocuparse de mí, tanto admira a don René. Viste con un vestido ceñido que resalta su figura perfecta, una breve cintura, piernas largas y un contoneo natural que es motivo de abierta admiración por donde camina. Las puertas se abren do quiera que avanza y yo me beneficio de la atención y reverencias que recibe; a mí también me tratan de maravilla. Algún iluso me grita “cuñado” y yo sólo sonrío para mis adentros. Faltan menos de tres meses para que mi agitación permanente y desasosiego, nerviosismo, ansiedad logren apaciguarse y al momento desconozco que eso pueda realmente suceder. Ya es costumbre que de noche, al concluir clases, me dé un aventón a la casa, algo retirado del rumbo donde vive. Sirven esas rutinas para intercambiar opiniones sobre economía y política, sus preocupaciones, no tanto con el énfasis que le destino a esos temas, pero me gusta escucharla cómo se preocupa por la desigualdad y la pobreza.



Año y medio después, una fresca mañana, esquina de Sevilla y Reforma, el Zócalo aguarda para retomar lo cotidiano en Moneda 4; atrás ha quedado el breve encuentro del otrora maestro y nuevos rumbos apuntan hacia lugares imprevistos..., ella me regalaría un casete de blues [Lightnin’ Hopkins y Willie Dixon] y la famosa ‘Canción Lógica’ de Supertramp, para mí una forma de marcar la distancia que había partido para siempre la más penetrante y completa relación que jamás he alcanzado con mujer alguna, lapso en que nació y quedó establecida de manera definitiva el origen y naturaleza de la noche cosmo, con mis altas y bajas que ya nunca me abandonarían, un estigma de placer y encuentro con el absoluto, precedidos de caída total y un nuevo renacimiento, como la más acabada expresión del Ave Fénix que se levanta de sus cenizas. De hecho, esta noche he escogido con precisión calculada la narrativa del mayor evento fundamental de mi vida, porque en ocho horas comienza un nuevo ciclo que puede marcar derroteros imprevistos, no sólo para mi persona. Así ‘veo’ en una especie de hábito de ‘entrever’ lo que está por acontecer. No hay vuelta de hoja.

Sin embargo, Patricia me aguarda en cada uno de los relatos que integran este singular informe, porque ella es el personaje central a través del cual los objetos animados giran y las vivencias contenidas a lo largo de diez meses, primero, y años después forman parte de mi ser, y nunca podrán eclipsarse, borrarse u olvidarse pues no seré el único quien la haya intentado capturar en un poema, canción, pintura o sueño contado a otros. Por supuesto, y de eso estoy seguro, fui quien más tiempo dedicó y compartió con ella aventuras nacionales, por ejemplo, de una Historia Moderna, que nutrimos con ideas y dedicación y finalmente fracasó por errores de naturaleza humana incorregibles, no nuestros, debo decirlo. También estoy seguro que mi noche fue la más especial de todas, en razón de que ella me endosó sus anhelos, tanto como su amor y amistad, y esas son palabras mayores. Además, juntos recreamos sin límite nuestro amor en cualquier lugar de la ciudad y hora disponible, pues todo espacio y tiempo fueron nuestros, jamás obstáculos, en “olas verdes difundidas por la noche”.

La primera noche de la noche cosmo sucedió, por lo tanto, como tenía que haber sucedido...

Estamos en su casa para elaborar un trabajo en equipo —ella y yo— que entregaremos al día siguiente. Ya es de noche cuando concluimos y me invita a cenar, una linda costumbre de genuina hospitalidad, un tinto de la Rioja y comida que su muchacha le prepara diariamente. También, como una costumbre que he establecido con ella, conversamos en una artilugio de conexión combinada de palabras y uso de las manos, seguida de expresiones con los ojos para que no me pierda de vista mientras le hablo, para mí la forma idónea de asegurar que no se rompa la línea entre ambos, que casi puede tomarse con los dedos. Así, la envolveré mirada a mirada, palabra tras palabra, cada vez más cerca de ella; y, así, por primera vez me atreveré a acercármele aún más y cuando casi estoy por darle un beso, se despierta del hechizo que estaba por conjurar; se sorprende de lo que está sintiendo, termina por despabilarse, y a casi nada me derrumbo. He perdido la mejor oportunidad para haberla besado. En mi desorientación, ella reacciona y tiende un puente hacia mí, intenta explicar lo inexplicable, nos quedamos viendo, recupero algunas palabras y le suelto lo que ya no le puedo seguir ocultando: “te amo, Patricia”, y casi lloro. Como en un acto de magia, es ella quien ahora toma la palabra, ahora quien habla, y pienso que lo busca es que no me sienta mal; pero no, su tono de voz y expresiones me parece indican cierto interés como en otras ocasiones, pero este caso es distinto por lo que acaba de suceder, además no sólo estamos en su casa, ya es tarde, ha abierto una tercera botella de tinto y el calor poco a poco nos vuelve a cubrir. Empiezo a convencerme de que no todo está perdido, estamos escuchando música y una canción sublime nos acompaña: “Ahora que te busco y tú no estás, recuerdo; que sólo la tristeza quiere hablar conmigo... Y ahora que el silencio va borrando, la suave vibración de tus palabras, ahora que no soy apenas nada...” Me pregunta si no quiero quedarme a dormir, lo más conveniente para ambos, a lo cual asiento. Se levanta y regresa con ropa de cama que tiende en la alfombra de la sala, lo que me parece mejor que dormir en un sofá. Pero no, no es esa la idea, me pide que me siente junto a ella y seguimos platicando hasta que por fin me atrevo nuevamente a hablarle de cerca, fijamente a los ojos y retomo el mando. Mis manos se dirigen cada vez más hacia sus piernas, su cara, su cabello, la tomo de las manos, y me sigo a su cabeza y la atraigo hacia mí. Ella ya no interrumpe mi nuevo atrevimiento, y con una mirada sé que está dispuesta a entregarse por primera vez a mí, a su amigo, su protegido, su casi hermano, su alma gemela, su doble en tantas maneras de actuar y pensar, su amor más grande desde que ella era una jovencita, y su creador de ideas, palabras y expresiones para regalárselas, sólo a ella, para toda la vida, mi musa mayor.


NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 3 de abril de 2011.

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