—“Si te pierdes, llama a Locatel”, la fresca de Rocío se burlaba de mí con su desparpajo de chilanga tan inclinada a escuchar baladas de los 80 y bailar la cumbia sabrosona que tanto se disfruta entre la gente más identificada con esa urbe de ruido y humo, la verdadera esencia de la ciudad que da cobijo a casi nueve millones de almas. Y si en verdad te atreves a probar las mieles que su naturaleza te entrega de vez en vez ¡caramba! cómo desperdiciar esa perfecta estructura ósea, sus ojos negros, cabello denso, vos de terciopelo que tienen las frutas de mayo y te someten con ternura peligrosa y esclavizante. Tiempo hacía que a lo largo del pasillo, en su escritorio, modosita ella, reservada, discreta, salvando distancias y evitando intercambios mayores entre compañeros de aquella oficina que tuvo mejor gloria y fama, la veía y algo me inspiraba su naturaleza, intuitivo yo y con el olfato requerido para saber que podría ofrecerle sabores aún inmerecidos, de mí hacia ella, por supuesto. La verdad, fue al revés y me encantó.
Como aquél que da por entendido que tarde o temprano podrá acceder al mundo misterioso de una dama, pues lo tiene más que intuido, lo reconoce antes de que camine hacia ese objetivo, sabe que cuando se decida no habrá muro ni rechazo, ópera aperta, así me pasó y le doy gracias siempre a esta piel de azúcar que muchas mañanas, “ya maltrecho y labios aparte” se despedía de mí exactamente como esa canción en la voz más hermosa que ha dado la Ciudad de México [“Chilangolandia”, “La tierra del chilaquil aguado”, para quienes no la conocen en forma... lástima]: Te recuerdo cada día / con la cara desvelada / la ternura en la sonrisa / y el verano a tus espaldas / Era casi de mañana / Me dijiste hasta luego / Te marchaste lentamente...
Existen mujeres difíciles de tratar; nunca encontrarás la forma de quedar bien con ellas por un tiempo sostenido. Pobres de aquellos que las matrimonian y después andan penando en vida; son los únicos por los que sí me daría licencia para expresar algo de la misoginia que algunas se merecen. Por eso después andan en las cantinas brindando por “las botellas”, porque se quedaron sin nada, arruinados moralmente y algunos hasta sin dinero. Bueno, pues a mí no me pasó eso, pero estuve en un tris. De veras muchachos, si quieren consejo, o mejor una buena asesoría, luego les paso mi cel, pero les va a salir caro. Soy competente en la materia, y aún vivo para contarlo...
Bueno, pero como yo respeto, como dice ‘Bora’, y además entre mis mayores satisfacciones que he recibido a lo largo de mi formación profesional, corrieron a cargo de esta “inofensiva” mujer, más bien estas letras van en su homenaje ciertamente merecido. Con decirles que a esa breve [me salvé] etapa de mi vida la puedo señalar como la del “Tequila y Bohemia”, combinación que tanto disfrutamos, previo y después de aquellas tormentosas sesiones que sólo produjeron poemas y más poemas. Sin duda, me gustaba la tal Rocío. Y no miento, para botón basta una muestra:
Mujer: Ésta es la redención del hombre que lleva un sueño de años perdido.
Déjame contarte historias que el amor ha creado.
De aquéllas que han sabido forjar el cambio en las miradas...
Los olores furtivos, la ansiedad, la espera ascendente en la caída intensa.
Mujer: No sabrías siquiera qué tanto alcanzo cuando te huelo, y qué tanto
vivo muriendo cuando estoy entre lo sinuoso y tu profunda esencia.
Esas líneas son inofensivas, porque no quiero que se me asusten. Pero ya entrado en el tema:
Déjame llevarte en ese ascenso sin riesgos, sin daño.
¿Qué, acaso eres sólo fragancia y noble sabor para mi boca?
No es así. Tu piel acepta que te aborde y me despliegue.
Provocarte lo más hondo; haciéndote crujir
desde lo más cercano a tus emociones
libre y sin pecado.
Sólo entonces podré crearte
cuando, ya, por fin, me haya perdido.
Y si de plano me lo permiten:
En la cama tendida
ya maltrecho
y sonrisas tuyas
Dentro y fuera
Pendiente —vivo
Me recibes de nuevo...
En triángulos sonrientes
y labios aparte
Ya adentro
sueño
Esta última remembranza me lleva a lo que pasajes anteriores señalaba de la necesidad de correcciones y ediciones pertinentes por realizarse cuando esté terminando de freír, como mencionó con sabiduría mi amigo Meny, “Los chiles tristes”, pues ya la cité en ocasión de una joven poeta que conocí después de Rocío, pero fue a ésta, por causa de ésta, por esas desveladas y tanto tequila con Bohemias que nos empinamos, por esos recorridos allá en el Bosque de Tlalpan, las salvajes visitas a los bares de Sanborns, tal vez los mejores en la City para platicar con los cuates y beberte con pasión a una dama entera [espero me reditúe este comercial. ¡Chin! Ya no bebo...], su cachondeo que frente a otros sólo se atrevía a mostrarlo después de esas infusiones..., me tuvieron paralizado mentalmente, fui un cero a la izquierda, sujeto a su entera voluntad que ni ella misma controlaba, diciéndome a mí mismo que ella no era muy inteligente, pero, pues ¿cómo? Entonces, cuál era mi nivel de ser pensante. Sí, mis cuates: así no se puede, lo único que les queda es “morderse un huevo”, chillar un rato y darse la vuelta lo más decente posible. [Van a tener que pagarme por estos consejos..., aunque si están leyendo esto, es porque no tengo nada nuevo que decirles: sobrevivieron.]
En la noche cosmo la Viña del Señor tiene de todo; y si le haces al mago, atente a las consecuencias...
Posdata: Jamás intercambié con la apasionante Rocío nada que tuviera que ver con cine, literatura, arte, ciencia, cultura..., nada de nada. Ella estaba para otros menesteres: sabores, olores, oootras sensaciones y placer... era totalmente terreno.
NOTA: Work in Progress de la novela: Los chiles tristes.
© Chihuahua-México: Eje del S. XXI.
Algún lugar de MÉXICO, a 2 de abril de 2011.
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