Hace cuatro décadas, la genialidad del pensamiento encarnado en Daniel Bell advirtió el arribo de la postmodernidad, la que abreva en el sector cuaternario (servicios de alta tecnología) y cuyo factor de la producción lo constituye el conocimiento. Bell, autor de El advenimiento de la sociedad post-industrial y de la tesis: “La revolución tecnológica de las comunicaciones y sus consecuencias”, sabía ver adelante, y en una de sus visiones del futuro anticipó que el trabajo y las transacciones se realizarían desde los hogares y oficinas porque todos estaríamos interconectados. La mayoría de los trabajadores no estarían involucrados en la producción de mercancías tangibles.
“Mientras que la imprenta —señala— está en la base de la sociedad industrial: en la base de saber-leer y de la educación de las masas, las telecomunicaciones y la informática dan sentido a la nueva escena histórica.”
Cierto, pero debemos subrayar que Daniel Bell fue precursor de la Sociedad del Conocimiento, donde el uso intensivo de las TIC’s vuelve ordinaria la propagación de la ciencia y la innovación en el ámbito de los servicios, dos pisos arriba de la actividad manufacturera [industria è servicios è alta tecnología]. De hecho, trasciende ese estadio de desarrollo, al colocar como techo el sector quinario —cultura, arte y entretenimiento—; es decir, otros servicios diferenciados del turismo, financieros, de la salud, consultorías... incluidas la innovación e investigación científica, debido a su carácter lúdico, no ausente de conocimientos pero de sustancia onírica (poesía, música, pintura...).
Lo anterior viene a colación porque el 2 de febrero la UACh organizó el Simposio de Desarrollo Económico y Tecnológico al que básicamente asistieron estudiantes de Ingeniería, algunos catedráticos de esa facultad y contadas autoridades. Debo creer que Parral, donde un día después se repitió el evento, tuvo una concurrencia diversificada, ya que en esa ciudad sí se imparte la carrera de Economía (Internacional) y tal vez porque de ahí es originario Don Antonio Ortiz Mena, principal exponente de esta profesión en el ámbito nacional, aún y cuando se hizo economista en la práctica.
Y aquí valen los paralelismos. Daniel Bell nació en Nueva York en 1919 y acaba de fallecer (enero 25); nuestro paisano y decano de los economistas, nació en 1907 y murió en 2007. Ambos fueron longevos (91 y 100), grandes constructores de modelos de pensamiento y edificadores de corrientes: sociólogo uno, economista el otro; de renombre mundial los dos.
Cuando Daniel Bell en la década de los 70 daba a conocer sus ideas que revolucionarían la forma de entender el mundo —y que para muchos resulta aún inextricable—, Ortiz Mena ya había transformado la economía mexicana desde la precaria concepción agrícola (sector primario) a la avanzada interpretación del todavía novedoso modelo industrial [sexenios de López Mateos y Díaz Ordaz (1958-1970)]. Es probable que ambos hayan coincidido físicamente en razón de la diversidad de eventos en que participaban, y dada la amplia cultura en humanidades y arte que caracterizaron al oriundo de Parral, además de haber fungido como presidente del BID en Washington, DC, entre 1971 y 1987.
Volviendo sobre el reciente Simposio, cuya inauguración, iniciada ya la segunda década del tercer milenio, corrió a cargo del Director Académico de la UACh, medio siglo después de que el más notable economista mexicano revolucionara nuestra economía aplicando su Modelo de Desarrollo Estabilizador, el cual mereció se le distinguiera como “El Milagro Mexicano”, y cuatro décadas posterior a la primicia de Daniel Bell que predijo la Sociedad del Futuro... repito, en dicha inauguración las autoridades de la máxima casa de estudios de Chihuahua no demostraron saber las diferencias conceptuales entre las TIC’s, I & D y Economía del Conocimiento, porque en ningún momento hicieron alusión explícita sobre el objetivo del evento: conjugar Desarrollo Tecnológico con Desarrollo Económico.
Por supuesto, la carencia del bagaje aludido es síntoma de la incapacidad que a nivel local y nacional evidencian nuestros “líderes” cuando se pretende interpretar el tiempo que vivimos. Como dijo el Ing. Arturo García Torres, conferencista del tema: “Gestión de la Innovación”, la estrategia para lograr encarrilar una empresa, institución, gobierno local o federal bajo ese nuevo modelo, exige básicamente: (i) que exista un liderazgo que (ii) entienda la nueva tendencia global (iii) que denominamos Economía del Conocimiento. Coincido con Arturo García que sin ese líder y su comprensión cabal del fenómeno, no existen posibilidades de realizar la transformación que en su época, por ejemplo, Antonio Ortiz Mena entendió y procedió en consecuencia.
A manera de corolario, me remito al ensayo: El derrumbe de la inteligencia, publicado el 17 de diciembre en El Devenir, a fin de recrear la sensación de vacío que en lo personal me dejó el simposio en su versión UACh. Espero —por las razones ya comentadas— se hayan logrado mejores frutos allá en Parral.
“...el talento depende de (y está en simbiosis con) la disciplina y el esfuerzo, que ya en la práctica es susceptible de generar un milagro llamado arte, ciencia o innovación... (Sin embargo) los miserables parámetros del aprendizaje y consumo cultural del mexicano... cimbran cualquier festejo del poeta que alcanza la inmortalidad cuando una obra suya trasciende la localidad, el idioma y el tiempo. Rompen todo equilibrio del espíritu y la armonía, porque detrás de ese fracaso de política pública están la desidia, la impericia y la irresponsabilidad que tienen postrada en la mediocridad a la niñez y juventud (...) Detrás de esa posibilidad de (grandeza) lúdica o genialidad... la entidad responsable recae en el Estado mexicano... so pena de que prevalezca la barbarie y la inteligencia se colapse en la comunidad MÉXICO.”
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Véase: “El Sector Terciario y la Economía del Conocimiento. Construyendo el Eje Chihuahua-México”. Proyecto registrado en el SEI, COECyTeCH.
Algún lugar de MÉXICO, a 7 de febrero de 2011.
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