jueves, 27 de diciembre de 2012

REPRESALIA

Ni siquiera es aquel prolegómeno de una cabalgata en el condado de Yoknapatawpha; ni siquiera es la ecuación lacustre y estéril de este desierto; ni siquiera un "soplamocos" a un idiota que no acierta a entender un lenguaje nimio, primo, base..., de comprensión. Es el comienzo de esta "represalia". Va...

 Todo desdén inicia con una frase somera. Por ejemplo, un clásico: “La venganza es un plato que se sirve frío”. Empero, elegí, “represalia”. Significa satisfacer un agravio. No más.

Antaño siendo el menor, hubo algún aprovechado. El tiempo se cernió sobre ése. Otros con su egoísmo se desdibujaron, ni a fantasmas llegan. Los más, entre ellas mis tres generosas hermanas, me pertrecharon. Dios siempre las bendecirá. Lo anterior, para sentar un punto de vista…

Al elegir ese transcurrir interminable, a caballo, de aquellos personajes míticos de William Faulkner recuperando pasajes enterrados, ocurre esta sensación de shock. No está en mí abandonarme en tierras yertas, menos lapidándome encima de una bestia que me remite a la prehistoria. Soy hijo de las letras y los números; de la velocidad de alta tecnología; del pensamiento que extraje de los páramos de Santiago, su vastedad, la pérdida del sentido que no obstante me impelió a otear más allá.

Como hijo de la ciudad, mi arrogancia parece exacerbarse. Aparente contradicción. Debo guardar silencio, si es menester. Ser cauto, o como dicen en mi espacio capital, “estar a las vivas”…, “mañana a las ocho”.

Marcaré a una tipa, no en línea directa —Uf—. Ha desparramado mala leche, además de señero marchito, nula gracia, razón de su fealdad. No se le paran las moscas [a las moscas tampoco…]. Una mujer así está proscrita entre las leyes del Kama Sutra. Queda maldito aquél que ose un acercamiento, si ya fue advertido. Habría recibido esa amonestación, para luego perder el favor del alto designio: el derecho a amar, a coger, a ser dichoso.

Aquí es pertinente una salvedad: las admoniciones provienen de la cultura árabe. Pero combinado con la excelsitud de la mujer que merece ser recorrida toda (a la usanza hindú), arroja la demostración que tanto admiro: “Por reducción al absurdo”. No deja dudas. Estos orientales: árabes e indios, son reconocidos por su excelencia matemática. Aplica entonces mi decir.

Una piedra puede encontrarse luego entre pasos inciertos y ser tomada para un uso ulterior, insospechado. Es otra de las leyes que se repiten, porque nada es gratuito. De ahí que un escrito sea testimonio a pie del lector, y sus ojos ávidos son siempre recordados. Se siembra; se obtiene un fruto, y las miradas se ciñen una encima de otra.

Ser cuidadoso y controlado es trabajo descomunal…, si mi tarea es provocar para sacudir y entonces mover. El trabajo preciso y pesado no abona a la contemplación. Menos si se quiere emitir represalia para degustar un platillo frío…, en este amanecer, cuando Chihuahua sigue dormida, profundamente, en su circunloquio. Amnésica. Como piedra. Alguien la lanzará. Por favor, me avisan…