Carlos Fuentes nos deja un vacío. Su imprevista y desafortunada partida me lleva al extremo de la ficción fílmica que Martin Scorsese nos ofrece en una especie de consuelo en The Departed, y sólo atino a consolarme sabiendo que Sergio Pitol y Jorge Volpi están presentes.
Ayer saltaron mis recuerdos sobre su obra literaria, la que me importa y sé que vale y cuenta en su viaje a la inmortalidad.
Escribí una especie de réquiem al creador de la frase, “querido (e) lector”, que en Cristóbal Nonato sembró insidiosamente. Él me heredó una visión sobre aquella vieja casona que perteneció a 'Artemio Cruz', y que solía verla en mis nutridas andanzas por Coyoacán, por supuesto imaginaria pero tan real como ahorita la veo, quizás en la calle Francisco Sosa; y que evocaba siempre en mis paseos por la bahía más hermosa del mundo, llevando conmigo ese memorable libro, novela ejemplar del Boom Latinoamericano.
Mencioné también que en mis “Chiles Tristes” utilicé la evocación de 'Gladis García' afuera de un hotel de paso, citando:
“Que cerca de Reforma, a una cuadra del emblemático El Caballito de Sebastián, del lado de la Colonia Guerrero, creí haber visto a un amigo extraviado, y junto a él una muchacha flaca que le decía: «Ni modo, “aquí nos tocó, qué le vamos a hacer...”», pero no tengo ningún derecho de inventar y menos aún, plagiándome a Fuentes en su final de novela, magistral, contundente, “La región más transparente””.
Otro momento que hoy rescato tiene que ver con un “trayecto a una agencia de viajes en Paseo de la Reforma, perímetros de la clásica Zona Rosa..., sería por la sensación y espíritu bohemio que por décadas destiló esta área turística y que José Luis Cuevas y él, en un café que hace la esquina de Hamburgo y Génova le confirieron dicho título; sería porque después de que nos entregaran los boletos de avión y luego de hacer reservaciones de hotel, nos iríamos a comer [mi musa mayor: su triángulo] al restaurant La Mansión a dos cuadras de ahí, o a alguno de los que dispones en la famosa calle peatonal, Copenhague..., sería por un descuido de mi incontrolable movimiento de ideas, recuerdos, ocurrencia de citar datos..., que le menciono que también tengo pendiente un viaje a Cuba, «porque sería más interesante (visitarla) con Fidel aún en el poder.»”. Mi viaje a Antigua, Guatemala…, luego.
Sin embargo, hoy sólo quiero hacer uso de esa entrada de novela que marcó la ascensión de las letras del llamado Boom Latinoamericano donde se congregan Carpentier, Onetti, García Márquez, Fuentes, Cortázar, Donoso, Sábato…, y antes de ellos Rulfo.
“—Cuatro—, dijo el Jaguar”, así inicia “La ciudad y los perros”, novela que habría de catapultar a Mario Vargas Llosa como el mejor narrador iberoamericano.
Cierta ocasión en la librería Gandhi brota un tumulto porque entre sus clientes aparece Gabo y todos se arremolinan ante él. Me le acerco llevando conmigo una novela de Fuentes; me disculpo y le pido que me la autografíe. Su estatura de creador es tal que accede a hacerlo a nombre de su querido amigo.
Pero el más sentido homenaje a Faulkner —y de paso a Fuentes— podría ser el que en cierto verano ardiente en Madrid, a un Onetti descosido lo levantan de su encierro envuelto en humo y alcohol para entrevistarlo, y a regañadientes deja entrar al intruso en su aposento oscuro y sofocante, diciéndole: “Sé que no se lleva bien el tinto con este calor, más debo tomar algo para poder hablar”; a lo que su referente, de manera por demás inoportuna, le increpa: “¿Qué opina de Faulkner?”; y éste, malhumorado, le contesta: “¡Absalón, Absalón!”.
¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, casi mi novela preferida. Difícil olvidar este sentimiento en medio de tanto placer. A medida que se desenmaraña la madeja de la familia— la dinastía de los Sutpen—, los trazos de Brandemburgo se van aproximando al hilo del relato, y llega un punto en que se confunden y ya no puedes diferenciarlos, se necesitan uno a otro para que fluya la armonía, letras y notas musicales que estoy seguro Faulkner nunca buscó —él tan dado a las yuxtaposiciones—, en esa simbiosis sólo auspiciada desde la cualidad del arte que crea imágenes en razón de no haber sido previstas, lo que le distingue de la abstracción matemática y de la innovación...
Carlos Fuentes en su momento señaló que “todos venimos de “El capote” de Gogol, y después y seguidamente de aquella novela enigmática, extraña, complicada, revuelta, oscura, incomprensible para casi cualquier lector que ose, intente cuando mucho, leerla.
¡Absalón, Absalón! hoy Fuentes la relee, y a su lado, por supuesto, El Quijote.
Luis Mendoza Lara
Chihuahua, Chih., mayo 16, 2012.
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